Hace ya un cuarto de siglo, en septiembre de 1995, un realizador holandés afincado en Hollywood, responsable de varios éxitos de taquilla globales, estrenaba con bombos y platillos su nueva película. La respuesta crítica fue (casi) unánime: desastre, horror, pésima, vergüenza, la peor película de la temporada. Paul Verhoeven venía de rubricar largometrajes de alto perfil y rendimiento aún mayor como Robocop, Bajos instintos y El vengador del futuro. Pero ni aquellos que habían defendido a capa y espada las bondades de esos títulos ni los que sostenían que lo mejor de la filmografía del cineasta se encontraba en las producciones holandesas –El cuarto hombre, Delicias turcas, Spetters, entre otras– entendió en ese momento que en el corazón de Showgirls: lo prohibido podían estar latiendo con fuerza las mismas pericias y placeres narrativos y formales. El último clavo del ataúd fue el pobre rendimiento en las salas de cine: el público tampoco acompañó la historia de la stripper Nomi Malone (Elizabeth Berkeley), sus desventuras en la ciudad de Las Vegas y el enfrentamiento con la poderosa prima ballerina Cristal Connors, interpretada con exquisita perfidia por Gina Gershon. En parte, desde luego, por la calificación NC-17, similar a nuestro Sólo apta para mayores de 18 años; la máxima otorgada por la industria de cine estadounidense y veneno comercial para un film de presupuesto holgado y ansias populares. Y en parte porque nadie esperaba ese tono extremo, melodramático, furibundo, salvajemente irresponsable. O la enorme cantidad de desnudos y sexualidad desatada, nunca vistos en una producción de Hollywood de ese calibre. Showgirls ganaría al año siguiente de su lanzamiento varios premios Golden Raspberry a lo peor de la producción anual, con el propio Verhoeven recibiendo en la ceremonia el galardón al Peor Director (su presencia allí habla definitivamente muy bien de su sentido de la ironía). ¿Fin de la historia? Apenas el comienzo. Con el cambio del milenio, algunas voces comenzaron a afirmar que, quizás, todos habían estado equivocados. En un afilado texto titulado “El crítico ofendido”, el teórico australiano Adrian Martin afirmó que, un lustro después de haber escrito una reseña negativa y ante un nuevo visionado del film, “me pregunté, súbitamente, qué diablos había estado pensando en aquel entonces. Showgirls ya no me parecía una película ofensiva; los cimientos de mi indignación político-moral habían simplemente desaparecido. Lo que alguna vez había encontrado torpe, moralizante e insidioso me parecía ahora divertido, ligero, energético y exuberante. Showgirls es un film inteligente, juguetón e intrincado de una manera que sencillamente no pude o no quise ver (o disfrutar) en 1995”.

Jeffrey McHale, director de You Don't Nomi

La de Martin es apenas una de las voces especializadas que comenzaban a reevaluar Showgirls, al tiempo que las funciones de medianoche de la película generaban un verdadero fenómenos de culto, ligado en parte –pero no de manera excluyente– al ambiente queer. Veinticinco años más tarde de su lanzamiento, el gran “pecado” de Paul Verhoeven y su guionista, Joe Eszterhas, ha sido enormemente reivindicado dentro de su filmografía, tanto en el campo popular como en los ámbitos académicos y críticos, al tiempo que la trama fue adaptada en varias piezas teatrales conscientemente camp. Esa es la historia narrada en detalle en You Don’t Nomi, el documental de Jeffrey McHale que, luego de estrenarse en el Festival de Tribeca, recorrió eventos cinematográficos de todo el mundo y en breve comenzará a desembarcar en plataformas de video a demanda, justo a tiempo para el 25° aniversario de la homenajeada. El título, desde luego, es un juego de palabras con la expresión “You don’t know me” (no me conoces) y el nombre de la protagonista, encarnada (vivida, poseída) con energía exuberante por Elizabeth Berkley. Desde su hogar en Los Ángeles, McHale cuenta que su primer contacto con Showgirls tuvo lugar unos diez años después del estreno. “Fue en Chicago, ciudad en la cual estudié cine. Una noche estaba en la casa de un amigo y éste se acercó al estante donde guardaba los dvds y sacó la caja de la película. Recuerdo muy bien que me voló la cabeza y, mientras la veía, me preguntaba cómo era posible que esa película se hubiera producido. Es un viaje realmente salvaje y no quería que terminara. Desde ese momento me transformé en un fan de Showgirls y suelo verla una vez al año, a veces dos. Ya en aquel momento se había transformado en un fenómeno de culto para la comunidad LGBTIQ y la exhibición al aire libre en Los Ángeles por el 20° aniversario, con Elizabeth Berkeley presentando la función, fue un momento hermoso”. Muchos consideran que Showgirls arruinó la carrera de la actriz antes de su despegue y esa proyección especial –que aparece reflejada cerca del final de You Don’t Nomi– parece haber cumplido una función de resarcimiento moral y poético. “Es como si se hubiera cerrado un círculo. Y en mi caso fue el disparador para comenzar a pensar en el documental, más allá de mi atracción personal por el film”.

Una obra maestra de mierda

Luego de una escueta secuencia de títulos de apertura, Nomi Malone hace dedo en la ruta. La cámara la sigue desde atrás y, con un elegante movimiento circular, termina encuadrando rostro, brazos, torso y piernas, elementos de su fisonomía que, de allí en más, se transformarán en energía cinética, espiritual y narrativa. Una camioneta se detiene y un joven se ofrece a llevarla a destino, Las Vegas, ciudad de neón, nocturnidades y vicios. A partir de ese momento y sin pausa alguna ocurrirá una serie de incontables acontecimientos: Nomi saca un arma blanca y amenaza a su chofer, está a punto de estrellarse y, luego, de ser atropellada, su equipaje es robado, gana una pequeña fortuna en el casino y luego lo pierde todo, conoce a una mujer que se transformará en eventual protectora y varias cosas más. Todo eso en apenas seis minutos de proyección, el prólogo de un viaje frenético que le debe varias cosas al clásico La malvada, de Joseph L. Mankiewicz –con su batalla entre artistas consagradas y recién llegadas al negocio del entretenimiento–, pero que es ciento por ciento Verhoeven, en tanto sátira no demasiado oculta del mundo que describe. Cuando Nomi se desnuda por primera vez delante del público, bailando al ritmo de “319” de Prince, pasando su lengua por el caño y rechazando los “piropos” de algún cliente poco ingenioso, Showgirls ya ha puesto la quinta marcha. Y todavía faltan un par de cambios más, siempre hacia arriba. “La idea central era celebrar la enorme e interesante cantidad de puntos de vista, perspectivas y relaciones con la película, muchas de ellas cambiantes”, define Jeffrey McHale. El realizador también afirma que su primera película profesional como realizador fue un trabajo de montaje intenso, un año y medio de trabajo, basado en parte en los conceptos formales de Los Angeles Play Itself, el enorme ensayo cinematográfico de Thom Andersen sobre la ciudad estadounidense. “He hecho cortometrajes de estudiante, muchos trabajos en televisión y en comerciales, y mi oficio estable es como editor, pero para este proyecto quería explorar algo por mí mismo, sin presiones externas. Ni siquiera mis amigos más cercanos supieron durante un tiempo en qué estaba metido. Al principio, no imaginaba qué forma iba a tener el documental, pero sí sabía que no estaba interesado en hacer algo tradicional sobre el detrás de escena, con cabezas parlantes relatando cómo fue el proceso de producción o recordando anécdotas. Me parecía mucho más relevante describir cómo la película vivió sus primeros veinticinco años de vida que cómo había sido realizada”.

You Don’t Nomi está formada íntegramente por material preexistente –material de archivo, escenas de Showgirls y de otros films del cineasta holandés, entrevistas televisivas, registros de las adaptaciones teatrales realizadas con el correr de los años– y McHale no filmó ni un solo plano. En ese sentido, el montaje en sí mismo es el guion, la selección y el orden de imágenes y sonidos. Por momentos el documental adopta las formas del video-ensayo, en el cual las voces más diversas aportan miradas diferentes. Al comienzo se acumulan aquellas que tildan a Showgirls de desastre misógino y sexista o la señalan como una pérdida de tiempo y dinero, una fábula moralizante sobre caídas y redenciones; luego aparecen otras que la describen como un relámpago de energía y creatividad, una mirada sarcástica sobre el sueño americano, una “obra maestra de mierda”, haciendo referencia al material de base –sexo, drogas, desnudos, melodrama, actuaciones límite– y la manera en la cual Verhoeven y Eszterhas hilvanan con ello un relato magistral. El historiador y crítico Adam Nayman contribuye con un concepto potente: esa obra maestra de mierda que es Showgirls fue descubierta a largo plazo, luego de un rechazo inicial, a diferencia de otras películas consideradas geniales en un primer momento, pero que luego demostrarían ser todo lo contrario: simples pedazos de estiércol. Los ejemplos mencionados son Forrest Gump y, en particular, Belleza americana. Para McHale, “lo interesante de Showgirls es que es imposible que exista una visión definitiva sobre ella: puede ser muchas cosas. ¿Es mala, es buena? Puede ser ambas cosas al mismo tiempo o cosas diferentes en días distintos, y esa es una de las razones por las cuales seguimos hablando sobre ella con esta intensidad”. En un momento de You Don’t Nomi se vincula la actuación de Elizabeth Berkeley con las de Patty Duke en El valle de las muñecas (1967) y Faye Dunaway en Mamita querida (1981), posibles candidatas a integrar, junto a Showgirls, una “trilogía camp” con actuaciones centrales tan extremas como pertinentes, a pesar del malentendido que continúa existiendo. Podría sumarse a esas comparaciones otro largometraje, Más allá del valle de las muñecas (1970), la falsa secuela del largometraje de Mark Robson dirigida por Russ Meyer. Una de las dos únicas incursiones del realizador ultra independiente y erotómano consumado Russ Meyer en el cine de Hollywood. Y, como Showgirls, un largometraje que jamás sería producido hoy por ninguno de los grandes estudios afincados en Los Ángeles.

Impriman la leyenda

Murphy, el policía acribillado por criminales en la Detroit distópica de Robocop, en You Don’t Nomi sueña el sueño de los cíborgs y ve a Nomi haciendo sus pasos, saltos y giros en el escenario del casino Stardust, luego de abandonar el sórdido ambiente del strip joing Cheetah's. El escritor Gerard Reve, protagonista de El cuarto hombre, coloca un rollo de 16mm con la inscripción Showgirls en el costado de la bobina. McHale juega de esa manera con las conexiones directas e indirectas dentro de la filmografía de Verhoeven. “Hay tantos temas en Showgirls ligados al resto de sus películas que me pareció interesante conectarlos visualmente, jugando con la inclusión de imágenes de Nomi dentro de planos de otras obras como Robocop o El vengador del futuro. Volviendo a la discusión de Showgirls: ¿es una película mala a secas o es un trabajo consciente sobre ciertos tonos y materiales? Adam Nayman propone que la sátira es un hilo conductor en toda su filmografía. Por lo tanto, si Verhoven es un practicante consuetudinario de la sátira, ¿por qué habría de omitir ese elemento en sólo uno de sus proyectos? No tiene sentido. Al mismo tiempo, el holandés es un provocador, le gusta obtener una reacción visceral del espectador. “Pienso que una de las razones por las cuales la película recibió tanto rechazo entre los críticos está relacionada con el hecho de que muchos la vieron como una oportunidad perdida. Verhoeven estipuló por contrato que la película tuviera una calificación NC-17 y afirmó en varias entrevistas que se trataba de una historia con fuertes elementos feministas, por lo cual muchos pensaron que era la ocasión ideal para empujar los límites de ciertas temáticas adultas, la desnudez, el sexo y demás, en el mainstream de Hollywood. Pero se encontraron con otra cosa, que sólo podían leer como algo sórdido, ligado al cine exploitation. La película se transformó así en un blanco fácil, en el chiste cinematográfico del año 1995. En cuanto al sexismo, si se tiene en cuenta que la comunidad queer ha abrazado el film durante los últimos veinticinco años, es evidente que hay mucho más de lo puede verse a simple vista. Todo eso contribuyó a su reevaluación y a que la película tuviera una segunda oportunidad”. La leyenda ya se imprimió y allí, en la pantalla y para la eternidad, siempre estarán Nomi y Cristal conversando sobre las bondades de la comida para perros y brindando con una papa frita, mientras en su interior se cuece el más energético de los enfrentamientos. Dos sobrevivientes a punto de incendiar el escenario, una anti-heroína a punto de desbancar a su antecesora. Ya sea con las manos, los pies, una coreografía o el más lúbrico uso de los genitales.