En una TV que por momentos parece que nos mirara desde el pasado, Alejandra Malem interpela con su presencia, con su labia y, cuando se vuelve necesario, con su beligerancia. De trabajar en la Fundación Los Carasucias a la pantalla de C5N, pasando por la radio y la función pública (es Coordinadora de Diversidad en la Defensoría del Pueblo) Malem tiene mucho para decir sobre los patrones cis y el doble discurso que siguen operando en los contenidos por más progresistas que se presenten. Desde quienes le preguntan con las mejores intenciones cómo alguien como ella consigue entrevistar a Maradona, Lula Da Silva y Evo Morales hasta quienes sacan a relucir los prejuicios al aire sin maquillajes.
Malem tuvo una infancia llena del amor de su madre y de su abuela en la localidad cordobesa de Monte Maiz, que no llega a los 10 mil habitantes. De niña jugaba a ser presentadora de televisión: el estudio era una montaña de escombros en el fondo de su casa, donde intercalaban papeles con su hermana. Alejandra un día podía ser Leonardo Simmons y al otro, Rosario Lufrano: “Vivía esa ambivalencia sin conflictos. Sí empecé a darme cuenta de que yo no me sentía bien dentro de la estructura binaria algunos años después, en el secundario. Decido entonces que no quería vivir según esos mandatos y el lugar donde yo nací eso no iba a ser posible. Decido venir a Buenos Aires pero no tenía donde quedarme, no conocía a nadie. Estuve un tiempo en lo de mi hermana en Rosario, pero seguía pensando que quería venir a Buenos Aires, porque toda persona que nace en un pueblo chiquito sueña con esa idea de libertad y de anonimato que imagina que te da esta ciudad. En un pueblo todo el mundo es público”.
Un día frente a la pantalla Alejandra descubrió a Mónica Carranza y a la fundación que dirigía, el Hogar Los Carasucias. Le impactó la historia de esta mujer que, tras escaparse de un correccional, después de perder a su papá, quedó en la calle y distanciada de sus diez hermanos. Carranza creció en Mataderos y cuando logró tener una casa la hipotecó para crear un comedor popular. El comedor se convirtió en una Fundación que en los 90 recibió a miles de niños -desnutridos, con tuberculosis, VIH y otras enfermedades- y a madres adolescentes. “Tomé coraje y le mandé un fax. Estamos hablando de una época en la que no se había popularizado el correo electrónico”. Alejandra les había escrito a muchas otras personas, presentándose, contando su historia y por qué quería encontrar un trabajo en Buenos Aires. Mónica fue la única que le contestó. “Y así fue que me vine un día inolvidable, de un calor terrible, en noviembre. No me lo olvido más. Me tomé el 126 de Retiro a Mataderos en lo que me pareció un viaje interminable. Traía dos o tres mudas de ropa. Conocí a Mónica y empecé a trabajar y estudiar en la Fundación, un lugar donde el hambre y las necesidades estaban tan a la orden del día. Esa experiencia y la de haber nacido en una familia muy pobre y luego el contacto con el trabajo en la Fundación creo que son lo que me hace ser muy beligerante: los pobres, los putos y las travas somos muy persistentes en nuestras luchas. Existe una cuestión de empatía que siento que a las travas nos vuelve un poco hijas de las Madres, nietas de las Abuelas y nos hermana con todas aquellas personas que luchan por una sociedad distinta. Lo que pasa con nuestra comunidad es un genocidio silenciado, del que pocas podemos escapar y si lo hacemos es algo que se logra por las vías de la educación o de la militancia. Es un genocidio a cielo abierto y a la vista de todos en los Bosques de Palermo, el Parque Independencia de Rosario, las calles de Constitución. Entonces no hay modo de que alguien con una historia como la mía no se pueda sentir ligada al peronismo, aun con las cosas que no me gustan de él, porque desde las conquistas laborales hasta leyes como la de identidad de género el peronismo creo que tuvo la avidez de recoger las demandas populares”.
¿Y cómo pasaste de la Fundación Los Carasucias a ser periodista?
Estando en el hogar estudié periodismo. Empecé a buscar trabajo y en paralelo estaba empezando muy lentamente mi transición. Llevaba viviendo unos cuatro años acá y no conocía Buenos Aires. Me quedaba en el hogar, que era mi lugar de confort. Pensaba: “Acá me conocen y me quieren, ¿para qué ir a provocar a los demás?”. Busqué exhaustivamente. Y una noche haciendo zapping con un walkman escuché un anuncio que decía “Vuelve Radio Belgrano”. Y pensé: “Deben estar buscando gente”. Y fui a exponerme otra vez al cachetazo. Me dijeron, como te dicen siempre, “Te vamos a llamar”. Y esa noche volví a mi casa pensando: “Ya no doy más, si no consigo nada, mi destino será que tengo que ser prostituta”. Estoy hablando de hace 20 años y eso no cambió. Pero a los tres días me llamaron de la radio y me preguntaron: “¿Sabés escribir noticieros?”. Yo tenía una vaga idea de cómo hacerlo y dije que sí. “Empezás el sábado a las 6 de la mañana”. Tiempo después me entero de que en un medio digital estaban buscando gente. Yo ganaba 400 pesos. Y en la entrevista el dueño me dice: “¿Qué te parecería ganar 1800?”. Era pasar a ser millonaria. Empecé a trabajar ahí.
¿En qué momento de tu transición estabas entonces?
No me mostraba en el trabajo cómo quería ser yo realmente. Hubiera preferido ir vestida como me vestía en mi casa. Mi vida profesional iba avanzando y yo mientras tanto pensaba que, como se solía hacer en esa época, quería iniciar una demanda al Registro Nacional de las Personas para cambiar mi partida de nacimiento. Finalmente planteé esa idea en Recursos Humanos, en el año 2005, me aconsejaron que me buscara otro trabajo. Me asesoré con un abogado, pero me terminé yendo. Estuve meses sin trabajar y empecé a escribir cartas de presentación a personas que tal vez pudieran ayudarme a conseguir un trabajo. Fuero muchísimas cartas hasta que una persona me respondió y me dijo “Venite a verme”. Era la diputada Juliana Di Tullio, una mujer de avanzada. Ahí empecé a trabajar en Superintendencia de Seguros de la Nación y fui cambiando a distintas áreas de Comunicación. Bueno, yo empecé a trabajar en el Estado pero siempre me quedó la espina del periodismo. El periodismo de jacta de decir la verdad, pero a mí me habían negado mi verdad primaria. Me había quedado mucho por decir. Tenía cerrada esa etapa hasta que me llegó una oferta de C5N. Lo primero que dije fue: “Yo vengo, pero no esperen que sea el payado”. Quería hacer periodismo y no solamente de género
¿Te daba miedo quedar encasillada ahí?
Hacer periodismo de género me encanta porque me encanta nombrar las cosas que nadie nombra. Lo que no se nombra no existe: hablar de un travesticidio en TV es un hecho revolucionario, es una interpelación a la sociedad. Para los gerentes de los canales esa noticia no vende. No sé por qué. Entonces claro que me interesaba tener la libertad de llevar esos temas y hablar de las opresiones estructurales que sufre nuestro colectivo. Pero también tengo ganas de hablar de política. También tengo ganas de hablar de deportes. ¿Por qué no podría hacer el mismo tipo de notas que cualquiera?
En tiempos en los que se está debatiendo la paridad en los medios, además de lo evidente, ¿qué dirías que les falta a la radio y la televisión hoy?
Es que lo evidente tal vez no sea tan evidente para todo el mundo. Faltan cuerpos lésbicos, trans, no binaries informando y formando. Les faltan voces y perspectivas. Faltan mentes jóvenes para pensar la comunicación. No creo que debamos conformarnos con que haya dos o diez periodistas trans en los medios. A Diana Zurco, la conductora del noticiero central de la TV Pública, la amo y es increíble su trabajo. Revoluciona el canal. Pero no podemos conformarnos con eso. Faltan Susys Shock, faltan periodistas de La Garganta Poderosa, faltan representantes de todas las minorías. Faltan más Marlenes Wayar educando en los medios, faltan las voces de las personas que han estado privadas de su libertad, que se han formado en las cárceles y tienen mucho para contarle al resto de la sociedad. Hace falta una televisión más diversa en serio y que nos dejen de presentar en los términos de la construcción hegemónica y heteropatriarcal de lo que debe ser una persona, de lo que debe ser un cuerpo. Sobran, además del machismo, la espectacularidad y le desconexión de la realidad. Le sobra romanticismo y romantización de la pobreza. A las villas se les dice en la tele “barrios vulnerables”. ¡Basta de llamar a las cosas por lo que las cosas no son! Faltan cabezas nuevas que a la tele la deconstruyan desde adentro, que se hayan formado con real conocimiento en estos temas. Y cada vez que digo “minorías” no me refiero solo a las sexuales: hablo de lo negro, de lo extranjero.
Por eso es tan necesario el cupo trans en los medios que se está empezando a debatir.
Es necesario sí. Es una gran bandera. El neoliberalismo siempre nos mató, nos ocultó y nos cogió como quiso. Tuvimos una Gobernadora en la provincia de Buenos Aires, de derecha y ultracatólica, a la que la gente felizmente la llamaba “virgencita”, que reglamentó la ley de cupo trans un mes antes de irse. Ahora que tenemos un Gobiernos que se preocupa por cuidar a las personas, a todas las personas, no deberíamos perder la oportunidad de pensar en la gran bandera del cupo sí, pero también en que se debe haber una transformación pedagógica de la sociedad. Empezando por aplicar la ley de Educación Sexual Integral, pero también en revisar los aspectos de esa ley que no escapan a la binariedad. El cupo es fantástico, pero si no se fomenta una acción pedagógica, no alcanza. Si seguimos pensando las cosas desde la binariedad no alcanza con llenar la TV de putos, que ya está llena.
¿Cuál fue la entrevista más difícil hasta el momento? ¿y la que te gustaría repetir?
Muchas lo fueron. Me gustaron por su dificultad, justamente. Entrevisté a Pepe Mujica y lo amé, lo abracé. Fue una entrevista que se tendría que haber llamado “El libro de los abrazos”. La cita a Galeano, otro uruguayo, viene al caso porque Mujica no me dio una entrevista, me dio una clase de vida. La entrevista a Evo Morales me encantó porque vi a un hombre común que fue presidente de una nación a la que revolucionó. Una Nación oprimida y colonizada por el Neoliberalismo eterno. Él le dio derechos a los que no tenían. Me encantó también la charla con Pablo Sorín, un deportista completamente deconstruido. Yo lo venía siguiendo por supuesto antes de entrevistarlo. Pero me sorprendió la completa naturalidad con la que conversamos. Y no tuve que explicarle nada. Me dijo que le encantaba que las personas trans empezáramos a tener nuevos lugares.
¿Hay un método Malem para la entrevista?
A la hora de entrevistar a una se le enlaza lo identitario con el estilo personal, entre muchas otras cosas más. Yo soy trans, pero también cordobesa, según dicen soy peronista, soy periodista de carrera, soy migrante porque vine desde el interior. Soy todo eso. Y todo eso te puede llevar a tener empatía con el entrevistado. O no. Y si no hay empatía, también está bien. No puede haber siempre acuerdo entre entrevistadora y entrevistado. Se dice mucho, pero cuando tenés una historia como la mía estás acostumbrada a levantarte y seguir, eso influye en que desarrolles mucha perseverancia y yo a eso lo aplico mucho a la hora de conseguir una nota. Me encuentro mucho con que les llamo la atención.
¿Qué les llama la atención?
Que una travesti pueda hablar con un ex presidente. Cuando yo me paro en el estudio cada viernes no lo digo, pero pienso “Les voy a mostrar que una trava puede perfectamente hacer las notas que hace el señor de traje del primer time”. Mi lugar en la pantalla tiene que ser el de la provocación. Quiero que sea una provocación no vinculada con el escándalo sino con el llamado a repensar las cosas, a repensarlo todo.
¿Elegís vos a les entrevistades? ¿tenés que pelear por las notas que querés?
Todo medio tiene su línea editorial. Eso está más que claro. Me gusta buscar personalidades que hace mucho que no hablan y las que casi nunca hablan. Y ahí aplico la perseverancia trava, les gano por cansancio (risas). Por ahora no me bocharon ninguna idea. Pero podría pasar porque es algo que pasa en cualquier medio. A mis entrevistas me las produzco yo. Cada tanto viene alguno y me dice: “La gente en la calle me pregunta cómo conseguís esas notas”. La duda es del que me hace el comentario, obviamente, pero siempre es más fácil ponerlo en boca ajena. Y yo contesto: “Decile a la gente que lo hago como cualquier otra periodista: buscando, insistiendo, llamándolos”. ¿Por qué debería hacerlo de una forma distinta? Es como que me pregunten: ¿Cómo es que vos podés hacer lo mismo que hace un periodista de renombre y que vive en un barrio bien? Los micromachismos están ahí pululando en cualquier frase. La verdad es que mis notas se muestran poco. Hablan Dilma Rousseff, José Luis Zapatero, Fernando Lugo, Lula da Silva… y las notas se muestra una vez y nada más.
¿Decís que si las hubiera hecho otra persona tendrían más repercusión?
Que no te quepa la menor duda.