A la edad de ocho o diez años, yo, un niño apenas, que vivía en un pueblito oculto del oeste pampeano, tuve la oportunidad de conocer a un poeta, un verdadero poeta de carne y hueso, que ya habia publicado su primer libro de poemas, Hacia principios del hombre, y anunciaba tener otro en preparación, y que además los decía como nunca en toda mi vida luego he oído que se digan los versos. No era ajeno a su decir ese tono cordobés que traía y con el que Héctor Yánover se incorporó a la ciudad de Buenos Aires apenas pasados los veinte años, y tuve la suerte de que viniera de Córdoba con mi hermano mayor, Jorge, quienes fueron amigos entrañables. Fue también uno de los primeros al que escuché Pablo Neruda, Antonio Machado, Miguel Hernández, buena compañía para el resto de mis días…

Traía él su vocación de poeta y también, junto a ella, como parecía casi natural, la de librero; comenzó a trabajar en una de las librerías de la calle Corrientes, después en alguna otra, hasta que se hizo propietario, hasta su muerte, de la librería Norte, en Pueyrredón y Las Heras, una de las mejor provistas y, sobre todo, mejor aconsejadas, por él, quien llegó a ser un librero eximio y hasta escribió un libro donde deja testimonio de ello: Memorias de un librero. Por otra parte, cómo olvidar, hablando de custodiar y aconsejar libros, que fue Director de la Biblioteca Nacional entre los años 1994 y 1997.

También incursionó en la edición: fue el fundador, junto a Jorge Aráoz Badí y Samuel Grabois de la Editorial ABC de discos blandos, “los autores por sí mismos”, y sacaron esos novedosos discos donde quedaron grabadas las voces de Jorge Luis Borges , Julio Cortázar , Raúl Gonzalez Tuñón , Ernesto Sábato , José Pedroni , Manuel Mujica Láinez , Leopoldo Marechal , César Tiempo , Silvina Bullrich , Francisco Luis Bernárdez , Florencio Escardó , Oliverio Girondo , Beatriz Guido , Pablo Neruda , Gabriel García Márquez , León Felipe, Paul Eluard , Louis Aragon , Gila, entre otros. En 2002 se reeditaron algunas de estas grabaciones.

Siempre sintió y transmitió su gran cariño por Raúl González Tuñón, “uno de los pocos poetas que en el mundo han sido”, de quien fue su más cercano biógrafo en diversas notas periodísticas y en una “Semblanza y Selección” que se publicó en 1962 en Ediciones Culturales Argentinas del Ministerio de Educación, uno de los primeros reconocimientos oficiales, si no casi el único, al poeta de La rosa blindada.

Pero lo que lo marcó para mí, y creo no haber estado solo, fue la autoría de muchos de los versos de sus libros fundamentales: Hacia principios del hombre (1951), Elegía y gloria (1958), Las iniciales del amor (1960), Arras para otra boda (1964), Las estaciones de Antonio (1972), Sigo andando (1982) y Otros poemas (1989).

A diferencia de los poetas de una línea diríamos “mallarmeana” (por Stéphane Mallarmé), para quienes lo fundamental es la escritura, las rupturas y el deslizamiento del significante por la página en blanco, y la construción con él, con la incripción, de una poética, Yánover descendía directamente de la voz, practicaba una poesía verbal al lado del oído (que era, el suyo, musical, no porque trabajara con lo que llamamos música sino con la música de las palabras y su combinatoria), de ahí que le importara tanto decir los versos, lo dicho y lo cómo dicho más allá de lo escrito, la oralidad, lo acústico.

Desde su primer libro, Hacia principios del hombre, se ve esta voluntad de decir y de cantar: a Córdoba, a los lugares, a las cosas, a las gentes: “Se asomó temeroso al villorrio tranquilo, / caminando despacio hasta bajo sus huesos, / miró la fuente, / la luna de los besos, / dijo sus letanías bajito y con dolor. / Poblado andaba y solo / invicto de su ausencia, / con tino en el zapato / sin tino el corazón. / Lloró luego un poquito / sintiendo otras presencias, / si como sombra vino, / como nube confusa desapareció.” (“Como la tierra, andando”)

A lo largo de toda su obra esta oralidad rítmica se mantuvo, y se mantuvo la preocupación social, aunque fue cambiando el color de esta desde un primer comunismo militante a un humanismo general y sin banderas (o con banderas propias). Fue entrando, además, en una poesía intimista y cada vez más lírica: “Te quiero con la fuerza tenaz / con que el mar vuelve el poema. / Te quiero en el repecho del monte / y en la cumbre, / y te quiero en el lecho / y en la lumbre / de la mañana primera” (“Amor”, 5, en Elegía y gloria). Esa veta va ahondándose sobre todo en Arras para otra boda, con poemas a su mujer, Olga (“Porque hacia dónde iría / la mano de mi corazón / si no estuvieras?”, a los dos hijos, Débora (“¿Cuál será, hija mía, la primera palabra / que de ternura anegue tu nombre en el poema?”) y Miguel (“Señor de los ejércitos de plomo, / rey de pluma, / liviana maravilla. / Mi capitán austero, / mi solitario goce…”) y a sus grandes amores geográficos, políticos y literarios, así como con “Pequeños poemas”, que es el título de la última parte del libro y donde, junto a los “Poemas con gato”, da rienda suelta a una mirada afectuosa e infantil.

Y siempre Córdoba. No la del paseo y el turismo, religioso o artístico, histórico o político, sino la íntima, interior, la que se lleva desde niño dentro: “Si esperáis la paloma en el altar / y el incienso divino / y el agua bendecida por un dios irreal. / Si esperáis serranías abrumadas / de aromos, piquillines y vertientes / y burritos impalpables de relente / y serranos pensativos de sereno andar. / Si esperáis callejuelas de leyendas / luciérnagas como soles pequeñitos, / olivos vírgenes al Sur, / salitrales al Norte, / diques de amplios vientres / con velas inflamadas / por vestales recientemente / otorgadas al paisaje. / A mí no me lo pidáis”.

Falleció en Buenos Aires en octubre de 2003 y fue velado en la Biblioteca Nacional.

 

* Escritor, docente universitario.