Iti El Hermoso había terminado la secundaria y atravesaba el tedio infernal de la postadolescencia. Un buen día abrió un paquete de queso rallado y el aspecto que presentaba el noble aderezo procesado no era del todo normal. “En otro contexto lo hubiera ignorado, pero en esa época justo estaba leyendo La conjura de los necios. Inspirado en el protagonista, pensé en mandar una queja épica a la empresa. Una cosa llevó a la otra, como la droga en el imaginario del Feinmann malo. Las empecé a compartir y me dirigí al lugar donde los sueños se cumplen: la internet. Mucha gente empezó a escribirme para contarme sus experiencias, pedirme consejos o directamente cartas a medida. Me río solo como un boludo cuando las escribo.” Ese corpus poético de reclamos disparatados se transformó en Libro de quejas (2016), que salió por la editorial Galería, lleva ya dos ediciones publicadas y una próxima pensada para la pospandemia.
Ampliando el rango de los destinatarios de sus diatribas, el rey del trolleo eligió a partir de entonces a sus víctimas dentro del amplio espectro de antiderechos, negacionistas y otros seres viles que pueblan las redes. De alguna manera, invierte el fin de esos “centros de trolls” que armaba (arma) Marcos Peña. Encuentra un blanco perfecto entre lo más extremo de esa lamentablemente inmensa marea celeste, como por ejemplo una señora fanática de Videla o un joven militante terraplanista. Se les acerca por chat y establece un diálogo seductor, empático pero ya cargado de un delirio que por supuesto su víctima no puede detectar, cegada por la emoción de haber hallado un par para la lucha por causas innobles. En vez de agitar el odio, Iti extiende la mimesis íntima hasta la exasperación, empatiza con intensidad y disparates varios, y al final muestra las cartas. Les revela a estos sujetos marginales de la Historia su inmensa y peligrosa idiotez, al tiempo que les aclara de diversas y humillantes maneras que todo fue una broma. Y, acto seguido, pasa a compartir el diálogo entero para el deleite instantáneo de sus fans.
Arrancó en Facebook y en Tumblr, pero explotó definitivamente en las historias de Instagram al comienzo de la era de aislamiento que atravesamos: “Tengo más de veinte cuentas. Cada personaje que creo tiene su historia, su voz, su forma de escribir y razonar. Es un poco agotador, porque tengo que mantenerlos activos, pero vale la pena. Cada vez que trolleo a alguien y hago que un nazi se replantee si está bien lo que hace, que un antivacunas reflexione o que un pajero cierre su Instagram, siento que hago del mundo un lugar mejor. Chatear incluye tantos micro-modismos como hablar, es una actuación digital lo que yo hago, con mucho de estudio sociológico también. Meterte en la piel de otra persona que tiene su propio universo de gente que sigue y consume te muestra cuán sesgada es la realidad que vemos en internet. Creamos un microcosmos de gente con nuestra sensibilidad e ideas, pero allá afuera está lleno de orates”.
La obra de Ignacio (su nombre de pila) sobresale entre la oferta multiplicada de humor de factura casera que, muchas veces surgida del standup, abunda y a veces ahoga por estos días. Su experiencia como actor, improvisador, y gestor cultural en la Cooperativa Cultural Qi de Villa Crespo se nota en la duración (ha llegado a sostener una charla-trolleo durante seis meses), en la diversidad de sus facetas y sobre todo en los desenlaces. Ahí es cuando las herramientas dramáticas coagulan en persecuciones internacionales, delirios paranoides o amores desesperados. Son espadas des-generadas las que se le imponen a la víctima, que tarda muchísimo en sospechar sobre la legitimidad de un interlocutor que se ha vuelto espía, dirigente antiderechos o militante ultramontano. Por todas estas buenas razones, es que Iti no remonta la ola del “mainstream de Instagram”, pero acumula unas buenas decenas de miles de seguidores que lloran de risa con cada nueva saga.
”Es un poco por culpa mía, soy muy irregular con las redes sociales como para hacer ‘carrera’. Aparte subo un contenido demasiado artesanal, tardo meses en hacer un trolleo, que es lo que más comparto. Si hiciera video-reacciones seguro me iría mejor pero realmente me deprime que la gran mayoría de la gente siga figuras solo porque ya son famosas, una suerte de hegemonía de internet. Hay tantas personas con talento mostrando cosas hermosas en redes que tienen cinco likes mientras que otres, con el talento de un pisapapeles, viven de canjes. No me interesa formar parte de esa locura que genera todo el tiempo contenido ‘viralizable’. Lo que yo hago tiene la carga viral de un resfrío. Nadie quiere leer mucho o pasar un rato largo consumiendo una misma cosa. Quieren scrollear a lo siguiente y yo no me voy a prestar a esa dinámica.” El verano pasado estuvo en Mar Del Plata, haciendo temporada con Lo que quieren las guachas, una obra de Mariana Cumbi Bustinza. La puesta había empezado en 2019 en Buenos Aires pero frente al mar se convirtió en un suceso, que agotó funciones todas las semanas dejando espectadores afuera, y llegó a ganar un Estrella De Mar. Fue también declarada de interés cultural por la Municipalidad de General Pueyrredón.
No es fácil imaginar a un Iti institucionalizado, pero en ese gesto oficial (incluso desde el gobierno local de la UCR) se puede advertir algún tipo de cambio con respecto a las transformaciones socioculturales del presente más crudo: la obra de Bustinza toca temas muy sensibles como la violencia de género, el clasismo y el aborto clandestino, y muchas funciones terminaban con actores y público abrazados llorando. A todo esto, ¿Qué quiere Iti?: “Mis planes para el futuro: editar en fascículos coleccionables mis trolleos y llevar a cabo un proyecto de fan ficción erótico, además de seguir con CCQi Villa Crespo, el espacio cultural que gestiono junto a Gonzalo Pastrana y Marina Peque, y espero sobreviva a la pandemia. Otro es echar a Nik de Argentina. El año pasado hice un petitorio online a través de change.org. Es muy difícil lograr esa combinación: robar todos los chistes del mundo sin consecuencias y a la vez ser la persona más aburrida que haya respirado. Nik lo logra, y encima tiene acceso masivo a la mente de los niños. Es más nocivo para el desarrollo cerebral que cualquier droga.”