Cartografía mineral

Entre 1802 y 1817, el naturalista, mineralogista e ilustrador James Sowerby publicó en sucesivos volúmenes lo que devendrían dos notables libros, conclusión de una titánica tarea: en British Mineralogy y Exotic Mineralogy, presentaba el varón inglés cientos y cientos de minuciosas imágenes de minerales, bosquejadas y coloreadas a mano, acompañadas por textos que describían las particularidades de cada ejemplar. “El detalle y el cuidado con el que se crearon estos dibujos es increíble, verdaderamente digno de admiración”, echa loas el joven diseñador Nicholas Rougeux, nerd confeso con residencia en Chicago, que en calidad de especialista en “data art” llegó a recrear, en proyectos pasados, la nomenclatura de colores del alemán Abraham Werner o transformase composiciones de música clásica en coloridas infografías. Para su más reciente proyecto, el entusiasta muchacho se ha zambullido en los mencionados libros de Sowerby, “un compendio de saber sobre mineralogía”, restaurando cuidosamente las tonalidades vibrantes de los originales amén de organizar todos y cada uno de los dibujos en un collage colosal, pensado desde el color. “El deseo ingenuo de verlos ordenados de ese modo me llevó a pasar cuatro meses dedicando cada rato libre al proyecto, faena que casi quiebra mi paciencia”, reconoce hoy el estadounidense, que tuvo que recurrir a distintas fuentes para dar con escaneos en óptima calidad, teniendo además que restaurar ¡cantidad! de piezas para que brillaran, lustrosas. Esfuerzo al que sumaría, más tarde, encantador bonus track: en su preciosista collage, que oficia de mapa interactivo, además de visionar las especies minerales, alcanza con clickear sobre cada obra para leer una sucinta descripción, antaño escrita por Sowerby. Un incitante modo de bucear por mares de granito, arseniato de hierro o uranio oxigenado, entre el diseño, la historia y la ciencia, que ha valido el quebradero de cabeza del exhausto Nicholas Rougeux.

No voy a pie, voy en auto

Para prueba de que la necesidad efectivamente es la madre de la invención, la flamante reinvención del Museo Boijmans Van Beuningen, en Rotterdam, último en sumarse a una tendencia en alza estos últimos meses: montar exposiciones para que sean visitadas sin bajarse del coche, al modo de los autocines. Para concretar la propuesta, se han trasladado a un gigantesco predio holandés, techado, donde el espectador no puede andar a sus anchas: debe seguir estrictas reglas… de tránsito. Respetar la velocidad máxima de 5 km por hora, no desabrocharse el cinturón de seguridad, mantener distancia con los automóviles restantes, concurrir sin animales domésticos, ir por el carril indicado, estacionar en los puntos señalados, retirarse tras pasar 45 minutos, algunos de los requisitos básicos de Drive-Thru, tal es el nombre de esta muestra que proyecta 40 obras de artistas contemporáneos como Bas Jan Ader, Paul McCarthy, Ugo Rondinone, Joep van Lieshout o Jim Shaw. Una exhibición que, por cierto, solo admite coches eléctricos, no contaminantes; y para quienes no tengan uno a tiro, es la misma institución la que provee de coche, apropiadamente desinfectado tras cada uso. Siempre y cuando, de más está decirlo, el visitante tenga su licencia al día. Por lo demás, solo 750 personas pueden ver Drive-Thru cada jornada, que en sintonía con los tiempos que corren, aborda “la compleja relación del hombre con la naturaleza”, conforme detalla la curaduría. “Hay una única vía y el camino es recto”, aclaran desde el Boijmans Van Beuningen, que adopta así una fórmula que, por ejemplo, se implementase meses atrás en Toronto, Canadá, en una exposición dedicada a Vincent Van Gogh.

El metal, un arte de riesgo

De momento no han querido revelar donde están, pero sí han precisado que están a salvo, lejos ya de su país de origen, Irán, donde les acaba de caer una durísima pena de quince años de prisión. Por un pelo han podido huir los miembros de la banda Arsames, salvándose así de pasar una larga temporada tras las rejas después de haber sido encontrados culpables de “hacer música satánica”. Y es que, por más absurdo que suene, el death metal ha sido el ¡tremebundo! crimen que cometieron el cantante Ali Madarshahi, el bajista Saeed Mokari y el baterista Soroush Kheradmand, integrantes de este grupo formado en 2002 en la ciudad de Mashhad, en un país donde el género está tachado de blasfemo. Que sus letras básicamente aborden mitología persa, que honren historia y cultura, le ha importado tres rabanitos a la justicia. “El simple hecho de que gruñamos y toquemos rápido, que haya calaveras en nuestras remeras, ya es una afrenta para el gobierno”, se indigna este trío que ha tocado en festivales de Turquía, Dubái, Armenia… Apenas un capítulo más de una larga batalla entre el fundamentalismo islámico y el heavy metal, que en mucho recuerda al caso del grupo Confess, que fue sentenciado a 74 latigazos y 14 años por el Tribunal Revolucionario de Teherán, por interpretar que sus canciones metaleras eran “un insulto a la santidad del Islam” y “al Líder Supremo”, que “perturban la opinión pública con letras en contra del régimen”, entre otras ridículas cuestiones. Nikan “Siyanor” Khosravi y Arash “Chemical” Ilkhani también lograron escapar de la barbárica pena, y encontraron asilo en Noruega, donde residen desde el pasado año. “Si hubiesen sentenciado que insultábamos a Mahoma, hubieran dictado que fuéramos ejecutados”, contaban entonces los artistas.

¿Por qué salta Baco?

Desde que el maestro Tiziano pintara Baco y Ariadna, considerada una de sus más grandísimas obras, hacia 1520, el lienzo ha permanecido como icónica representación de flechazo, de rotundo rapto de enamoramiento. Perenne idea que hoy desafía el historiador y crítico de arte Kelly Grovier en un flamante artículo para la BBC, donde propone el especialista estadounidense una lectura bastante… heterodoxa. “Es fácil perderse en medio del jugueteo y la juerga que rodea a Baco, el dios romano del vino, mientras salta de su carro tirado por un guepardo después de posar sus ojos en la hermosa Ariadna, desconsolada tras ser abandonada por su amante Teseo en la isla de Naxos. Pero hay un pequeño detalle que transforma la apasionada pintura sobre un amor a primera vista y la convierte en algo bastante menos fragante”, abre el varón. Y es que, a su entender, oculta la pieza un chascarrillo escatológico. Según el irreverente Grovier, coló el artista veneciano una bromita propia de humor de tocador, en tanto la exultante levitación de Baco no habría sido por arrebato romántico, sino por una… flatulencia. Basa su libre, muy libre interpretación, en el hecho de que, sobre la cabeza del sátiro de la pintura, haya una pequeña corona de flores de alcaparras, usadas en la antigüedad por sus propiedades carminativas; léase disminuir gases y cólicos. Que el sátiro mire con picardía al espectador sugiere para Kelly que algo picaresco ha ocurrido; que esté pintado precisamente bajo las piernas saltarinas de Baco, tampoco es casual bajo la extraña lupa del crítico estadounidense. “Una travesura cuidadosamente desplegada de Tiziano, donde la propulsión explosiva del dios parece más ingeniosa y más cruda cuando la explicación del despegue es más realista y descarada”, se regodea el historiador. Ojo al piojo, que ve más signos de la presunta sutil ironía del pintor: cómo la bella Ariadna sostiene las telas traseras de su ropaje es ejemplo, a su entender, “de que las bromas están por todas partes”. “¿Soy el único en sospechar que puede haber capas de juego sensorial aún no detectadas en las obras de Tiziano, que de hecho están destinadas a involucrar todas y cada una de nuestras facultades?”, se pregunta el descocado Grovier, que acaso, quién sabe, encuentre adeptos a su loca teoría.