Ugo Eugenio Prat nació el 15 de junio de 1927 en Rímini, pueblito italiano de sus abuelos paternos, aunque años después aclarará que se trató de una circunstancia: su verdadera tierra natal –suelo de sus padres y de su infancia– fue Venecia. Una ciudad “donde la belleza camina entre las aguas”, como la definió Ezra Pound, que se fue a morir ahí para observar desde “las gradas de la Dogana” el paso suave de las góndolas. Pero, ¿dónde nació el dibujante Hugo Pratt?
La adopción de la H como letra inicial de su nombre y la suma de una T al final de su apellido es más que un grafismo, es una marca que narra el nacimiento de un hombre dedicado y destinado al arte de las historietas. Porque Ugo pasó a ser Hugo a los 19 años, en 1946, cuando firmó su primera página de historietas, en la serie principal de la revista Asso di Picche. Se transformó en Hugo el dibujante mucho después de haber vivido en Abisinia (hoy Etiopía) donde su padre era funcionario en las colonias; tiempo después de haber sido detenido en un campo de concentración cuando los ingleses durante la guerra entraron a esa tierra africana que también padeció Rimbaud; y después de haber huido de los guerreros del desierto, y de regresar a salvo a Italia gracias a la intervención de la Cruz Roja Internacional.
Después de aquel pasado aventurero y con muchos cuadernos de dibujos perdidos, Hugo el dibujante se sumó al llamado Grupo de Venecia, con Ivo Pavone, Alberto Ongaro y Mario Faustinelli, entre otros, creadores de una revista que tiempo después calificaría como “una americanada”. Cuando ese proyecto editorial fracasó, Hugo volvió a ser Ugo y se hizo sucesivamente intérprete, empleado de una empresa exportadora, marinero, y hasta soñó con ser polizón y viajar a América, pero la realidad lo devolvió al poco tiempo al tablero de dibujo. Hugo volvió a compartir lápiz y tinta con Faustinelli (sumándose Ongaro en la creación del guión) de su primer personaje, As de Pique, periodista enmascarado que por las noches cambiaba de personalidad y que tenía mucho del Spirit del nortemericano Will Eisner. Luego compartió dibujos y guiones de algunas historias menores, hasta que llegó el turno de Junglemen! (Hombres de la Jungla) con guiones de Ongaro, donde mostraba ya la importancia que tendría en su obra Milton Caniff. Pero un nuevo fracaso editorial lo obligaría a él y a sus amigos a buscar trabajos rentables para pagar las deudas contraídas. Sin embargo algo sucedió: en 1949 se presentó ante los jóvenes la agente Matilde Finzi que les hizo llegar la invitación para trabajar en Buenos Aires (y así agilizar y aumentar la producción) de parte de otro italiano, Cesare Civita, fundador de la editorial Abril, que, desde 1947, publicaba las aventuras de los italianos en Salgari, una de sus tantas revistas. Ongaro y Faustinelli dudaron en viajar al “culo del mundo”, Pratt no. Y así arrancó el mito: Hugo Pratt, dibujante argentino, nació un 15 de enero de 1951 en el interior de un transatlántico llamado Castel Verde que, tras diecisiete jornadas de travesía, amarró una mañana de calor en el puerto de Buenos Aires. “Tengo mi H de Hugo y mi segunda T al final del apellido. Suficiente”, se dijo y descendió por la larga planchada que lo llevaría a trabajar, con sólo 23 años, en la historia grande de la historieta nacional.
UNO DE LOS NUESTROS
Cuando se cumplen 25 años de su muerte, ocurrida un 20 de agosto de 1995 en Suiza, y mientras los lectores europeos obsequian flores a la estatua del Corto Maltés que mira melancólicamente hacia el gran lago de Ginebra, acá, de este lado del mundo (donde la memoria por suerte no es de piedra, sino movediza y de doble cara como la página de una revista), acá, a Pratt se lo recuerda con tinta, es decir, con la materia de la que están hechos sus personajes y sus aventuras: Ray Kitt, El cacique blanco, El Sargento Kirk, Legión extranjera, Ticonderoga, Ernie Pike, Lobo Conrad, Ann y Dan, Wheeling, y más.
Uno de esos homenajes es Hugo Pratt, el Tano (En la época de oro de la historieta argentina) del investigador y coleccionista Aldo Pravia, suerte de ensayo biográfico donde por primera vez recupera metódicamente –con generosa y obsesiva información– lo que hizo, deshizo, dejó, soñó y fabuló el dibujante mayor de la historieta local. Un trabajo de recopilación, de documentación y de recorte de las muchas historias que existen sobre Pratt en Argentina, que se mete a desentrañar el alumbramiento/deslumbramiento –en un arco de creación que abarca del brillo del primer peronismo hasta mediados de la década del 60– de un italiano apasionado por vivir para contar. La fórmula que convirtió a Pratt en uno de los narradores imprescindibles del siglo XX.
En aquel tiempo, cuando los kioscos exhibían cada día de la semana una edición nueva de una revista de historietas, Pratt --siempre junto a Faustinelli-- alquiló un chalecito en San Isidro y se puso a crear a la par de Alberto Breccia, Arturo Del Castillo, H. G. Oesterheld, Francisco Solano López y Eugenio Zoppi, entre otros, algunos de los artistas que forjaron lo que se dio en llamar la época dorada.
Si bien había dibujado mucho y bien en Italia, acá en Argentina fue donde Pratt encontró el molde de sus zapatos: la música, los amores, la amistad, la buena conversación y, sobre todo, el fervor de los lectores de historietas que lo empujarían ser no sólo el “genial dibujante” (como lo presentaba la revista Misterix); sino un emblema de la creación popular que hasta contaba, con sólo 28 años, con un libro entero dedicado a sus creaciones –con tapa dura y sobrecubierta a color– donde se analizaba la “obra desconcertante de un vigoroso e instintivo artista”, es decir Hugo Pratt de los hermanos Enrique y David Lipszyc. “En mi opinión, su dibujo en Argentina es superior al de su etapa posterior en Europa”, aventura Pravia. “Quien sabe: tal vez eso se explique porque aquí trabajó sobre guiones de Oesterheld, y al hacerlo podía tener la concentración necesaria solo para el dibujo”.
La pasión de Pravia renació en 1984, cuando conoció a Lucas Pratt, primer hijo de Hugo: “Gracias a él me pude reunir con su padre en la gran Muestra del Recoleta en 1986”. Si bien su admiración por Pratt comenzó cuando era chico (“después de ver sus dibujos me fabriqué un tomahawk de madera y entré en la Panamericana de Arte”) la decisión de rastrear y coleccionar sus historietas en el país, en revistas y libros, comenzó en 2004 cuando se puso a escribir una biografía del italiano para la web: “La tarea se fue extendiendo, me fui contactando con mucha gente, y después llegaron los viajes y las entrevistas, y los resultados fueron tomando forma de libro. No fue fácil rastrear sus pasos, traté de concentrarme en sus años y en su obra en nuestro país, que fue donde tuvo una increíble evolución y alcanzó la madurez como creador. Argentina lo apasionó, y San Isidro fue su pago chico”, explica el autor de un libro que cuenta con una documentación fotográfica poco conocida, muchos dibujos del italiano, y un índice riguroso (y necesario) de las publicaciones de Pratt en el país.
LA LEGIÓN EXTRANJERA
Pratt llegó al país creyendo alcanzaría con mayor facilidad su verdadera meta: Estados Unidos. Sin embargo, la primera noticia que tuvo complicó sus planes: la inflación redujo el dinero acordado con Civita, ya que Pratt, a diferencia de sus amigos, no había aceptado un contrato mensual con Abril porque “prefería trabajar más libremente”. Durante los primeros meses los italianos se alojaron en el Hotel Bristol, y anota Pravia: “Sentían que la vida era fácil y que con su talento les bastaba para vivir bien. Aunque pronto la realidad volvió a sacudirlos cuando les dijeron que la estadía debía ser pagada por ellos”.
Como se había ganado la amistad y cariño de toda la Editorial, Pratt recibió la inmediata cooperación de sus compañeros que lo ayudaron a conseguir un lugar de alquiler: el hoy mítico chalet de San Isidro, en la calle José C. Paz 218. “De inmediato congeniaron con sus vecinos de clase acomodada” y descubrieron que “podían pasar de jardín en jardín, de piscina en piscina y hasta de parrilla en parrilla” creando “un verdadero circuito de amistad y gastronomía”. Pratt se convirtió en el personaje central del barrio y recibió la admiración de niños, señoras y jóvenes como Ann Frognier, “pequeña rubia pecosa de 12 años que con el tiempo sería el rostro de más de un personaje” y su segunda esposa. El 7 de febrero de 1951 se unió a ellos el guionista Alberto Ongaro y en septiembre Ivo Pavone, el más joven de todos. La casa fue un lugar de trabajo y de fiesta, de imaginación y compañerismos, de música y de vino, de guitarreada y asados. Mientras Pratt dibujaba Hombres de la Jungla, Ray Kitt o El cacique blanco, para Cinemisterio y Misterix, las visitas caían sin horarios. “Por su casa pasaron numerosas mujeres jóvenes, ´las muchachas más lindas del Universo´, según Ongaro, incluyendo a la conocida actriz Olga Zubarry y varias de sus compañeras de Abril”.
El dibujante italiano Tarquinio (que había llegado al país antes que los cuatro de Venecia) relataba que Pratt “era el más dinámico del grupo y su condición de dibujante excepcional le permitía deambular sin rumbo y divertirse, para luego llegar a completar hasta 40 viñetas en un día, planteando las escenas con unos pocos trazos de lápiz, y luego completándolas con un rápido entintado con pincel”. Pero un día las luces de las fiestas se apagaron y el grupo, por diferencias de carácter se dividió y Pratt con Pavone se mudaron a la calle Italia 912 muy cerca del Hipódromo de San Isidro, y más tarde, a un departamento de dos ambientes, baño y cocina, en el piso superior del edificio de la calle Eduardo Costa 1558, cercano a la estación de trenes de Acassuso. “Pratt ha explicado que siempre había preferido no tener casa propia, ya que no podía estar quieto en un mismo sitio por mucho tiempo y que, leyendo Laberinto de soledad, de Octavio Paz, había comprendido que estar siempre bajo el mismo techo era un error. Prefería renunciar a las posesiones y, en cambio, invertir en buenas comilonas y mujeres o compartir con los amigos, sobre quienes tenía pensado escribir un libro”.
Luego de algunos viajes a la Patagonia (caza, fotografía y algunas aventuras amorosas), se reúne en 1952 con Oesterheld, por intermedio de Civita. En verdad la dupla ya se había formado, porque ambos hicieron, para Cinemisterio, el policial Ray Kitt, en mayo de 1951. Ese mismo año Oesterheld alquiló una casa en la calle Rivadavia 1985, en San Isidro, frente a la estación Beccar, a sólo dos estaciones de distancia de donde vivía Pratt. Es ahí donde el tano, escribe Pravia, “comenzó a leer y dibujar los primeros guiones de la extensa saga de El Sargento Kirk. En éste, su primer western, Pratt encontró más libertad de creación, llegando incluso a intervenir en algunos guiones y modificar secuencias con la complicidad de Oesterheld. En los casi dos años transcurridos desde la aparición de esta serie (56 capítulos publicados entre 1953 y 1955 y repartidos en las revistas Misterix, Supermisterix, Hora Cero Semanal y Frontera Extra), el dibujo de Pratt fue evolucionando y ganando en seguridad, hasta lograr una notable limpieza y plasticidad en cada cuadro, con primeros planos que ya por entonces hablan de un dominio cinematográfico de las escenas, usando el pincel en los plenos que otorgan una increíble fuerza y un acertado vigor en las escenas de acción”.
ENTRE TANGOS Y BEBOP
Una de las grandes historietas perdidas de esta primera época de Pratt es la que empezó a trabajar en 1952 sobre la leyenda de Temujin, fundador del inmenso imperio mongol y conocido como Gengis Khan. “Se cree que llegó a completar solamente entre quince y diecisiete páginas de esta historia”, cuenta Pravia. “Quizá pensadas para la revista semanal Patoruzito que editaba Dante Quinterno. Los guiones habrían pertenecido a Mirco Repetto o a Leonardo Wadel. Según su colega y amigo Walter Fahrer, las resoluciones en blanco y negro que Pratt lograra para esta historia tenían mucha influencia de Frank Robbins. Fue convocado por Quinterno para la entrega de las primeras páginas, en las cuales había incluido una serie de viñetas que algunos de sus allegados describían como una genialidad. Pero regresó furioso porque el coordinador de arte de la editorial, había cometido el desacierto de cortarle algunos cuadros con una tijera, porque le parecían ´ muy planos´, y le pidió que los hiciera nuevamente. Para colmo Quinterno pretendía que dibujara los rostros de tres cuartos de perfil, y no de frente, como él prefería hacerlo. Salvo por una página y algunas viñetas sueltas, esta historia permaneció inconclusa, inédita y perdida. En algunas anotaciones contables de la Editorial Quinterno que se conservan figuran pagos efectuados a Hugo Pratt por un total de $ 5.000, con una deducción del 8 % en concepto de descuentos jubilatorios, presumiblemente como adelanto sobre el Gengis Khan, único trabajo suyo conocido para esta Editorial”.
Luego de un viaje a Venecia, y un sorpresivo casamiento con una joven austríaca de 19 años llamada María “Gucky” Wögerer, Pratt regresa a Buenos Aires y se instalan en la casa de la calle José C. Paz. Cuando los hermanos Enrique y David Lipszyc crearon la Escuela Panamericana de Arte y el curso de los Doce Famosos Artistas, Pratt se hizo profesor a pesar de no gustarle la docencia, y dio clases a numerosos entusiastas del dibujo junto a Alberto Breccia, Ángel Borisoff y Carlos Roume, entre otros. Fueron tiempos donde se dibujaba, se cantaba tangos y se los escribía: “Como te va /cabecita de cristal, /como te va /que me dejaste así… /Son treinta meses /que te espero en el bulín,/ se me acabó la Cruz de Malta/ Che dejate de macanear y.../ Como te va cabecita de cristal,/ como te va/ que me dejaste así.../ Vuelvo a vivir sin embargo en ti / un recuerdo de recuerdos como un gil./ Entre la Manon, Renée, Corto y Rasputín / y viviré treinta meses más en este bulín”, dice “En lo de Pinti Larregi”, un tango dedicado a un gomero y amigo de la calle Costa.
En diciembre de ese año, Pratt fue definido por las publicaciones de historieta argentina como “uno de los valores más firmes de la popular historieta de aventuras, un favorito de los lectores por su estilo personal, vigoroso y moderno”. La revista Dibujantes afirmaba, por ejemplo, que Pratt era capaz de hacer 700 cuadros de historieta en solo un mes. Era una leyenda. Y el mito creció cuando en 1955 sale el mítico volumen Hugo Pratt, donde se le rendía tributo a sus dibujos desde la llegada a Buenos Aires. Sobre ese libro clave, que lleva una inolvidable fotografía en primer plano del italiano, se cuenta la siguiente anécdota: Después de varias sesiones de fotos, Pratt aún no estaba conforme con los resultados. Con el libro a punto de ingresar en imprenta, David Lipszyc le pidió al dibujante posar por última vez. Completa Pravia: “En ese momento, Hugo se sinceró diciéndole que en las fotografías su mandíbula lucía muy fina y él pretendía un rostro más fuerte, más cuadrado, semejante a sus protagonistas de sus historietas. Para lograr lo que Hugo pedía, a David se le ocurrió que mantuviera en la boca un buen trozo de limón con cáscara”.
Otra de las anécdotas que terminan de delinear el personaje que era Pratt entonces en Buenos Aires es del invierno de 1956, con la llegada de Dizzy Gillespie. Lo acompañaban 16 músicos, como Quincy Jones, Phil Woods, Benny Golson, Billy Mitchell y la trombonista Melba Liston, entre otros. Fanático del bebop, Pratt estaba atento. “Dizzy era su poeta”, dijo alguna vez Pavone. El Tano siguió las noticias de la llegada de Dizzy, se enteró cuando los músicos fueron rechazados de un hotel del centro por “negros”, y supo también que el dictador Aramburu, al día siguiente, los convocó a la Rosada para pedirles disculpas por el episodio. Una de esas noches Pratt consiguió entradas para el Teatro Casino, escuchó a los músicos y cuando pudo abordó a Dizzy. Mientras le dedicaba un ejemplar de aquel libro editado por Lipszyc, le confesó lo importante que resultaba para su trabajo escuchar su música y cómo lo acompañaba en las largas horas frente al tablero. Al final de la noche Pratt observó que el autor de “Night in Tunisia” había dejado su libro olvidado en una silla del camarín. El Tano se lo recriminó y Dizzy se disculpó de inmediato. Con un fuerte abrazo los dos dejaron sellada así una larga amistad y Kirk encontró en “Groovin’ High”, acaso, su mejor banda de sonido.
CRUZAR LA FRONTERA
En 1956 Kirk ya era un éxito. Era la segunda historieta entre las preferidas por los lectores, detrás de Misterix, de Ongaro y Zoppi. La revista Dibujantes hablaba de Pratt como “el mejor dibujante latinoamericano de historietas, dueño de una nueva técnica vigorosa en sus trazos, de exquisito buen gusto en los enfoques y con un notable conocimiento de los ambientes, que también contaba con abundante material de documentación y un gran sentido de observación”. La publicación agregaba un dato curioso: al igual que Arturo del Castillo, Pratt trabajaba los originales al doble del tamaño de la revista.
Ese año además sería clave, porque nació la idea que cambiaría muchas cosas dentro de la historieta local: la Editorial Frontera y sus dos revistas fuertes, Frontera y Hora Cero. Según Pravia todo comenzó a gestarse en la casa de Pratt ante la presencia de Bayón, Lipszyc, y Breccia. El proyecto se hizo realidad cuando Oesterheld se independiza de Abril y, junto a Pablo Pereyra como jefe de arte, lanza las publicaciones. Y surge entonces otros hitos de la dupla Pratt-Oesterheld: Ticonderoga y Ernie Pike, ambos trabajos fundados sobre la base de una investigación exhaustiva tanto de guionista y dibujante. Cuando en abril de 1957 salió en Frontera la aventura del joven Joe Flynt entre los bosques de los mohicanos, la editorial lo festejó así: “HUGO PRATT DIBUJA UN SUEÑO: Cuando todavía tenía los ojos grandes y asombrados de niño, Hugo Pratt entró, de la mano de El último de los Mohicanos, en el maravilloso mundo de los bosques norteamericanos, de los lagos, de los combates con los indios, de las canoas de corteza. Y ya nunca salió de él: su sueño de siempre fue poder dibujar algún día una gran historia en la que aparecieran en todo su esplendor, en toda su gloria aventurera, los elementos que tanto le cautivaran de pequeño. Por eso, cuando se le presentó la gran oportunidad con Ticonderoga, su dibujo adquirió tonalidades inesperadas”. Un mes después (una marca temporal que indica también el nivel creativo alcanzado por Pratt) llegará el turno del estreno de Hora Cero y Ernie Pike, acaso la cima de la historieta argentina.
Más allá del trabajo, Oesterheld solía afirmar que lo unía a Pratt una amistad que se fortalecía con vino, asado, alegría y buenas historias de sobremesa. Nunca conforme con su trabajo Pratt buscaba, y así mientras creaba, por ejemplo Lobo Conrad (Hora Cero Semanal, 1958), el italiano incursionó en la pintura y presentó sus trabajos (ligado al por entonces pop art) junto Leopoldo Torres Agüero en la Galería del italiano Alfredo Bonino. En 1959 llegaría su primer trabajo como autor integral: la historieta Ann y Dan, donde retoma algunas lecturas y obsesiones de infancia. “De esta manera comenzó a cumplir lo que sostenía: para ser un verdadero autor, había que aprender a contar historias propias. El texto y la imagen iban siempre a la par en su imaginación y llegó a definirse como un escritor que dibuja y un dibujante que escribe”.
Con el derrumbe de la editorial Frontera, Pratt viaja a Londres donde trabaja poco menos de un año. Luego regresa a Buenos Aires a fines del 60 y desde acá trabaja para el mercado europeo, e ilustra para revistas como Vea y lea. Si bien Pratt volverá a Argentina con nuevos proyectos (será director y jefe de arte de la editorial Yago, que terminó manejando los títulos de Abril, ya en decadencia), el ciclo argentino de creación aventurera llegó a su fin.
A mediados de la década del 60 comenzará otro momento dominado por la aparición mágica del Corto Maltés, ese marinero que siempre lleva guardados en sus bolsillos el nombre de un lejano lugar que amó: “Yo vine a la Argentina a estar aquí. Y fui adoptado por la Argentina, tengo hijos argentinos y creo que soy un argentino más en el mundo. Y eso creo que se siente en mi historieta”.
Hugo Pratt, el Tano (En la época de oro de la historieta argentina), edición de Casa de Papel, ya está en las librerías. Será presentado tras el levantamiento de cuarentena.