“¿Cuánta guita hay?”, pregunta Danielito. “Más de la que viste en toda tu vida”, responde Duarte, con sonrisa casi lujuriosa. Guita, guita, guita. Todo es cuestión de guita en El otro hermano, regreso con gloria de Adrián Caetano, tras unos años de andar medio perdido. Todos parecen estar detrás de la guita en la desolada, reseca y herrumbrada Lapachito. Si algunos la tienen son otros, fuera de cuadro. ¿El intendente Morales, tal vez, que aparece sólo en los carteles y tiene ese apellido posiblemente inadecuado? ¿Será otro intendente de Itatí este intendente de Lapachito? Lo cierto es que allí donde otro cartel promete la construcción de un Polo Científico de Lapachito, no hay nada que no sea polvo, baldío y pedrusco, así que muy cumplidoras las autoridades del lugar no parecen. Pero a nosotros nos interesan Duarte, Danielito, su padre muerto, su madre viva, Cetarti y su madre y hermano muertos. La población de El otro hermano, la película que, basada en la novela de culto Bajo este sol tremendo trae de vuelta a Adrián Caetano a las primeras ligas, tan hiriente como un chorro de ácido sobre el capó de un auto viejo.
La novela del chaqueño Carlos Busqued transcurre al borde de la selva nordestina. La película que Caetano coescribió (apenas disimulado bajo el nombre I. A. C. Suparregui) junto a Nora Mazzitelli (proveniente de la televisión) reconvierte el ambiente en un semidesierto, filmado en la provincia de Buenos Aires pero ubicado, en términos ficcionales, en la misma zona. Calor, transpiración, agobio. ¿Por qué no mantener el título de la novela, que tiene atracción, misterio y responde perfectamente al clima de la película, en vez de remplazarlo por este soso El otro hermano, carente de resonancias? Hasta el lugar llega Cetarti (Daniel Hendler), llamado por Duarte (Leonardo Sbaraglia, quien viene de recibir un premio en el Festival de Málaga por este papel), que le avisó que el amante de su madre la mató de un escopetazo, a ella y a un hermano con el que Cetarti tenía poco contacto, y después se suicidó. Desempleado (“¿Renunciaste a un empleo público? Debés ser el único tipo en el mundo que hace eso”, se asombra el truchísimo Duarte) y dedicado full time al arte de fumar porro, Cetarti no parece demasiado conmocionado con el doble crimen. Aunque ver los cráneos reducidos a cenizas rojas por los escopetazos desde corta distancia no le resulta tarea fácil. La fauna de El otro hermano está compuesta por tres clases de especímenes: los crueles, los indiferentes y los que pueden dejar de ser indiferentes para volverse crueles.
Algo así como el “poronga” del lugar, Duarte, suboficial retirado de la Fuerza Aérea, vive haciendo toda clase de chanchullos. Uno de ellos es el cobro del seguro de la madre y el hermano de Cetarti, para repartir entre el recién llegado, obviamente él y lo que él llama “las palometas”, que son los que perciben los “diegos”. Claro que al mismo tiempo Duarte es el albacea de Molina, el suicidado, que también era suboficial retirado. Otro egregio representante del comercio local es el chatarrero, que compra y vende lo que sea, desde viejas revistas Selecciones del Reader’s Digest hasta autos hechos pelota (Pablo Cedrón está genial, como varios otros integrantes del elenco). Otra rama comercial que Duarte practica es la de los secuestros, usando como ayudante a Danielito (Alian Devetac, otro de los geniales) y violando eventualmente al secuestrado, aunque se trate de un Down. Un par de planos solitarios sobre la viuda de Molina (Angela Molina, reconvertida en una anciana), engañada durante años con la otra mujer, generan una súbita, inesperada piedad para con ella. En el papel de la segunda secuestrada, una descompuesta, desesperada Alejandra Flechner es la tercera genia de la lista. Con ella la película termina de hacer un giro en U que la deja ante las puertas mismas de lo goyesco.
Lo del giro en U es deliberado, ya que El otro hermano recuerda mucho (con menos dosis de grotesco) esa otra temporada en un hades de provincias que fue Camino al infierno, de Oliver Stone (U-Turn, 1997). A su vez, la naturalización del secuestro en el contexto de una vida más o menos familiar, ahora con el debido siniestro, no sólo dialoga sino que en verdad corrige El clan, de Pablo Trapero. Otra película reciente con la que El otro hermano dialoga es El ciudadano ilustre. En ambos casos se aborda cierta sensación de “tierra baldía” en un pueblito del interior, desde la mirada de un porteño. Pero mientras que en la película del dúo Cohn-Duprat ese porteño es un encumbrado representante de la cultura, en la de Caetano es un fumón cuyo futuro inmediato consiste en irse a alguna playa brasileña, no sabe para qué. O sea que no hay superioridad que valga: la tierra baldía es el país entero.