Una familia tipo consolidada. Un trabajo fijo, casa propia y dos autos. La vida de Dani Garber es cómoda y predecible, hasta que un día el roce de una mano y un cruce de miradas alteran el guion de su rutina e instalan una inquietud acerca de su orientación sexual. En Carne de chancho, Sebastián Kirszner vuelve a poner en debate, con humor y sin solemnidad, las tensiones que atraviesan a la comunidad judía.
Basada en Goy, el musical (2018), la pieza se luce ahora en formato de unipersonal en la plataforma Teatro Uaifai , los domingos a las 19, con el protagónico de Luis De Almeida, quien vuelve a ponerse en la piel de este judío exiliado en una pensión de Constitución, luego de ser expulsado del hogar familiar, donde decide armar un canal de YouTube: “Carne de chancho”.
“Busqué ahondar en la temática del judío porteño”, cuenta el director y dramaturgo, que viene abriéndose paso en lo que se piensa como un nuevo teatro judío con puestas como El ciclo Mendelbaum y La Shikse (que ya prepara también su relanzamiento por streaming). “Cuando empecé esta temporada virtual, contacté a algunos referentes de la comunidad para saber si querían ver alguna función, y me respondieron: `Esta obra no es para la comunidad´. Y en el teatro, cuando hicimos Goy, me pasó lo mismo. Yo pensé que, después de La Shikse, la sala iba a explotar de gente, pero no pasó. Es que la identidad sexual no es algo que convoque. Muchos judíos tienen una `shikse´ en su casa, pero el hijo gay siempre es el del otro. Esta cuestión es tabú. Somos todos muy progres, hasta que sucede en el núcleo interno de la familia. Y por eso lo que queremos contar con esta obra es que con estos temas la comunidad todavía es muy careta”
-¿Cómo trabajaste esta versión virtual de la obra?
-Ni bien se desató la pandemia, hubo una instancia de charla que duró un par de meses. Ahí pensamos qué podíamos hacer, porque se venían subiendo obras filmadas, pero ese lenguaje no me cerraba y me aburría un poco. Y después empezamos a ensayar y a jugar. Sabíamos que había que pensar en algo que rompiera las dos dimensiones del teatro, porque teníamos que evaluar cómo capturar la atención de la gente que está en su casa, en un medio tan efímero. Y probamos todas las plataformas: Zoom, Messenger y WhatsApp. Pero como es un formato de musical vimos que el sonido no salía bien en ninguna, hasta que descubrimos que a través de YouTube se podía transmitir de manera fiable. Fuimos muy meticulosos en armar una nueva puesta en escena, donde no hay teatro sino una experiencia de actuación en la que la cámara tiene un rol muy protagónico. Mi formación es teatral, y nunca hice nada de cine, entonces me encontré con esa dificultad. Pero entre Fabiana Maler, la coreógrafa, Jimena Morrone, la asistente de dirección y Luis De Almeida fuimos armando la puesta de cámara. Y finalmente, Pamela Sleiman compuso una nueva música para un solo intérprete.
-¿Imaginás que este tipo de formatos podrán convivir en un futuro próximo con el teatro tradicional?
-Creo que por un tiempo sí. En la progresión de la salida hacia una nueva normalidad, va a haber un momento en el que pueda haber público en las salas y también la posibilidad de ver las obras por streaming. Y la gente va a poder elegir. Pero cuando la situación esté normalizada quizá esta experiencia va a servir como una forma de conectarse con teatros de otros lados, pero no creo que acá sea la primera opción.
-Dado que tenés tu propia sala, (La Pausa) Teatral, y que ahora se puede volver al escenario y transmitir una función desde allí, ¿tenés pensado algún proyecto con esa modalidad?
-Hay una parte del protocolo que no se hizo pública, y que está vinculada con la capacidad de gente que puede entrar en la sala, y ese es un dato clave a la hora de poder transmitir desde ahí. Puede haber un máximo de 10 personas, pero hay un límite que tiene que ver con la medida del espacio de representación, donde cada persona tiene que entrar en 15 metros cuadrados. Como en mi caso tengo 45 metros, sólo puedo tener a tres personas. Y, por ejemplo, en La Shikse ya son tres los personajes. Por eso lo veo difícil. Me parece que es un protocolo que se puede aplicar más en las salas grandes. Por otro lado, el servicio de streaming es carísimo. Y eso produce una especie de malestar y desalienta a las salas de teatro independiente para que investiguen esa posibilidad. Pero creo que esto es importante como una transición hacia una normalidad en el futuro. Prender los equipos y conectarse con la sala es algo que da esperanza.
-Venís abordando en tus obras la cultura judía. ¿Qué te atrajo de ese mundo?
-Yo estaba montando El ciclo Mendelbaum, y la invité a Paula Ansaldo, investigadora de teatro judío. En esa oportunidad, cuando ella vio a los personajes que interpretaban a dos abuelos, me preguntó por qué eran tan genéricos, y me sugirió que fueran judíos. Y esa pregunta me interpeló, porque tengo una familia de raíces judías y tengo esas vivencias en mi imaginario. Mis relatos salen de ahí. Y cuando se empezaron a estrenar mis otras obras vi que aparecía un conflicto, dado que estas venían a romper con una parte muy instituida del judaísmo. Por ejemplo, La Shikse se presentó en el Multiteatro, en la avenida Corrientes, siendo que esa es una palabra que se dice puertas adentro porque es muy despectiva. Pero esa zona de conflicto me resultó estimulante para debatir estos temas, aunque también fue duro, porque hay un sector de la comunidad que me acusó de antisemita e incluso entraron denuncias de antisemitismo a la DAIA por esa obra. A nadie le gusta que saquen a relucir sus trapitos sucios.
-A propósito, durante la cuarentena una de las ficciones con más éxito fue la miniserie Poco ortodoxa, que mostró la realidad de un sector ultra religioso del judaísmo. ¿Se están habilitando otras miradas y perspectivas acerca de esa cultura? ¿Qué lectura hacés de este fenómeno?
-Hay varios niveles de ortodoxia en el judaísmo. Y no sé si un ortodoxo ve ese tipo de series. Pero quien sí consume eso, y también va al teatro, es el público judío conservador que ve estas producciones con una distancia medio brechtiana. Yo, por ejemplo, vi esa historia como algo ajeno, porque era algo que no conocía. Y si tuviera que escribir sobre ese mundo, no sé si podría porque ahí tienen su propia ley, que es la ley judía pero a fondo. Yo me manejo bien dentro del judaísmo porteño, de clase media alta, que va al country. Eso lo conozco muy bien.