La nueva normalidad de Once es lúgubre. La idea de locales abiertos podría sugerir el asomo de un paisaje renovado en la castigada AMBA, pero no es así. Los manteros, con absoluta razón, tienen miedo. También hambre. Los vendedores de locales no se sienten para nada aliviados. Cientos de persianas están bajas, y los negocios, que tienen permitido cerrar a las 21, se despiden temprano por la tarde debido a la escasa circulación de clientes. Abundan carteles de “se alquila” y de ventas por WhatsApp. Se ven muchos cartoneros rondando por el lugar.
Todo lo que caracterizaba a Once --su carácter dinámico, vital, pintoresco-- parece ser historia. La "inseguridad" en algunas calles, dicen los que transitan el barrio, es el rasgo que perdura. Lo que se percibe hoy es otra postal porteña de distopía. Una película triste. De acuerdo a los testimonios de muchxs comerciantes entrevistadxs por Página/12, la novedad de que los locales abrieron miércoles y jueves es relativa. Varios, salvo los de avenida Corrientes, estaban abiertos desde antes porque "no daba para más", revela un empleado de una juguetería. A comienzos de agosto, cuando estaba habilitado vender únicamente bajo la modalidad de delivery, algunas persianas se levantaron a modo de protesta.
Tampoco es cierto que estén abriendo de acuerdo a la terminación del CUIT (día par si el número es par; día impar si es impar es la condición): no es una norma respetada por todos --"la gente está desesperada, quiere trabajar", señalan-- y no hay control sobre esto. Según Eduardo Sirodsky, presidente de la Asociación de Centros Comerciales de Once --una de las entidades que negociaron la apertura con el gobierno porteño, junto a la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Fecoba)--, los que no tenían permiso oficial para abrir y lo obtuvieron esta semana son los del llamado “Polígono” (Larrea, Lavalle, Boulogne Sur Mer y Rivadavia).
"No se vende nada. Está todo hecho mierda", se lamenta Lucas, el empleado de la juguetería, observando la calle desértica. Es alarmante el número de locales que ha cerrado: 1600. Un 20 por ciento de acuerdo a un relevamiento de la Asociación. Pero son muchos más los que tienen las persianas bajas, por factores múltiples. Se presume que hay casos de coronavirus entre los trabajadores. Además, al no ser esenciales, no tienen permitido el viaje en transporte público. El gasto del traslado corre por cuenta del empleador, algo complicado en este contexto. Y, se sabe, Once es un centro comercial que vive de las ventas mayoristas a personas que llegan desde todo el país, que ahora no pueden hacerlo. Lxs entrevistadxs coinciden en que el ATP no alcanza y subrayan las dificultades para afrontar alquileres muy altos.
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El rechazo de algunos comerciantes hacia los manteros, inmigrantes en su mayoría, estuvo siempre. Pandemia mediante quizás se intensifica, con la necesidad de todos acentuada. La violencia policial sobre los primeros no tardó en manifestarse: el miércoles la Policía de la Ciudad se llevó a cuatro manteros detenidos por violar la Ley de Marcas y resistencia a la autoridad (ver recuadro). Eran tres senegaleses y un ghanés. El jueves detuvo a un senegalés más. En realidad hubo operativos para sacarlos de la zona incluso antes de los sucesos de esta semana. Los Vendedores Ambulantes Independientes de Once (VAIO) protestaron el viernes en Plaza Miserere.
Algunos comerciantes los ven como “invasores” del territorio y los acusan de no respetar "ningún tipo de protocolo" y de estar instalados "desde mayo", cuando ellos en cambio no podían abrir. Otros, si bien no están de acuerdo con que "no paguen impuestos" por instalarse allí, suavizan el discurso porque sus mercaderías no les significan competencia. El jueves se los puede ver en dos cuadras sobre Avenida Corrientes, desplegando sus lentes, perfumes y ropa deportiva, apretados en ese perímetro en que los dejan trabajar. No alcanza para todxs, que antes ocupaban algo así como seis cuadras. El énfasis que ponen en la invitación a comprar --un énfasis muy calmo, de todos modos-- es directamente proporcional al pánico que revelan sus cuerpos.
Huyen de los medios y las cámaras y varios dicen que no entienden español. En la esquina de Larrea, un grupito de senegaleses que se comunica en su idioma manda a hablar con Ahmed, quien está vendiendo pantuflas a entre 300 y 500 pesos. Dice que no tiene miedo porque no hace "cosas malas" y que no vio con sus propios ojos el operativo del miércoles. También que la relación con los comerciantes no es mala. "A veces viene la policía, nos saca las cosas y no nos devuelve nada. Hace seis meses que no trabajamos. Salimos a trabajar para pagar el alquiler, vivir y comer. Sólo el 1 por ciento de nosotros cobra el IFE. Si los policías y el gobierno no quieren que trabajemos en la calle tienen que buscar la solución", expresa el joven de 31 años, que es monotributista e ingeniero en Informática. Al llegar a la Argentina, hace nueve años, buscó trabajo de eso pero no lo consiguió.
"Nos tratan mal y nos corren como si fuéramos delincuentes. Más a los morochos: si les tienen que pegar les dan. Me dio impotencia ver cómo les pegaban a los morochitos", manifiesta una vendedora peruana, Geraldine, madre soltera, sin ayuda estatal. Sugiere que la detención del miércoles en la calle Azcuénaga fue un montaje armado para los medios. La policía llega a las 8 y se queda "dando vueltas". Los manteros se ubican a las 10 y se van avisando si hay riesgos de que los corran. Geraldine recuerda la muerte de Beatriz Mechato Flores , vendedora de 73 años que falleció tras ser atropellada cuando escapaba de un operativo de secuestro de mercadería. Fue en marzo y un inspector de la Ciudad (Alejandro Cohen) está imputado. La joven denuncia que la policía la agredió psicológica y físicamente cuando se manifestaba con sus pares por la muerte de Beatriz .
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Temprano circula bastante gente en Plaza Miserere, pero a medida que las horas pasan la zona se apaga y la poca clientela se escurre. A las 17, la avenida Pueyrredón es un hormiguero sin distanciamiento social, pero ninguna de esas personas está yendo a comprar algo. Son trabajadores esenciales moviéndose en transporte público. Se ve buena cantidad de religiosos.
Los locales pueden abrir, pero… ¿qué es de ellos si no tienen quien consuma? Podrían estar abiertos de 11 a 21, pero a las 16 ya comienza a sentirse la música de las persianas bajando, acaso un eco no deseado del bullicio que siempre caracterizó al barrio. Abundan los carteles de “se alquila” y los que ofrecen ventas online. En este punto tampoco hay alivio: representan con suerte el 15 por ciento de las ventas. Algunos locales con las persianas bajas entregan mercadería. La típica imagen de compradores con enormes bolsas es cosa del pasado. ¿Quién compra hoy en Once? Los mismos trabajadores entre sí. Los vecinos del barrio y alrededores, o personas que se pueden acercar en auto.
"No hay gente. Si no vienen clientes del interior no tiene sentido. Estamos abiertos porque no podemos cerrar más. Vendemos por Internet pero no es lo mismo", dice Gabriel, de Nastar, empresa en su primer día de apertura. Trabaja "talles grandes, para señoras", un público que elige probarse antes de comprar. Algunxs comentan que mantienen los precios, en cambio Gabriel asegura que está "reventando la mercadería".
Vendedores de diversos rubros --telas, zapaterías, ropa--, sobre todo en los locales más pequeños, atienden desde la puerta, donde han colocado una mesita. Hay cadenas y fierros en las entradas. No rige un protocolo común: en algunos casos se puede entrar, en otros no. Algunos comerciantes dicen que tienen prohibido el ingreso de clientes y no comprenden por qué otros lo habilitan libremente. Se ven cintas de color en el piso en las entradas y se indica capacidad máxima. Al ingresar a espacios grandes como la Galería del Siglo unx es apuntado con las pistolas que toman la temperatura. Hay vendedores que se apresuran a echar alcohol diluido en las manos de potenciales compradores.
Todas estas nuevas situaciones generan nerviosismo. Nadie parece cómodo en Once. A los vendedores, aparte de nerviosos, se los ve muy bajoneados. Están en un callejón sin salida. Querían abrir, pero no es alentador el panorama que encuentran. Sin clientes no son nada. Para colmo, según el rubro, después del Día del Niño es normal que la actividad entre en una meseta. Tampoco en ese sentido es éste el mejor momento. La cosa suele mejorar cuando se acerca el Día de la Madre. Pero ahora quién sabe.
En la vidriera de un local de la avenida Corrientes un vestido de fiesta parece esperar que alguien lo luzca alguna vez, cuando la pandemia se disipe. El encargado de la tienda de ropa de fiesta que funciona hace tres décadas dice, con resignación, que no han vendido una sola prenda en todo el día. Pero curiosamente en este período hay quienes han adquirido, por venta online, trajes que guardan para más adelante. También quedan fuera de contexto las piñatas y globos de Carcajada, uno de los cotillones de la otrora calle de los cotillones, Lavalle. Allí Marta y Erica, que hacen frente a la desesperanza con alegres vinchas, cuentan cómo se vio alterada la naturaleza de la venta al calor de los acontecimientos: ahora se venden más que nada velas y decoración sencilla para cumpleaños celebrados con los familiares más íntimos y que se han trasladado al Zoom. Al stock sumaron barbijos y camisolines. Ese es otro denominador común en las vidrieras: los tapabocas se cuelan entre productos con los que nada tienen que ver.
Ambulantes: decomisos, violencia y discriminación
Agustina Mayansky, militante del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), aporta detalles de las detenciones a vendedores ambulantes. Como suele suceder, a los cuatro detenidos del miércoles les quitaron la mercadería y no les dieron acta de decomiso. Los liberaron en la misma noche. Es un hecho constante; en efecto el jueves hubo un caso más. Mayansky dice que hay un detenido por día. "La venta ambulante no es delito en CABA, a lo sumo puede ser contravención. La mayoría de las causas se archivan, con el motivo de que quien compra mercadería en la vía pública a precio bajo sabe que no es genuina. No se engaña al consumidor ni se lesiona al propietario de la marca. Esta (la Ley de Marcas) es la excusa del gobierno de la Ciudad para el desalojo", explica.
Los operativos son racistas e incluyen violencia física y verbal. Cuando a Rodríguez Larreta a mediados de agosto le consultaron qué haría con el tema de la venta ambulante, contestó que se había trabajado para que los manteros no puedan ocupar el espacio público en Once. Lo cierto es que apenas empezó a haber algo de movimiento en la calle los vendedores salieron. Según la perspectiva de Mayansky, se plantea un debate de "comerciantes contra manteros", pero la cuestión central pasa por un Estado que no sólo no reconoce la actividad sino que además la persigue. No obstante, aclara que la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ejerció presión para que los inmigrantes sean desalojados.
"Además, es un escándalo que en un contexto de crisis sanitaria no haya una política de contención y asistencia alimentaria. En el caso de los senegaleses es terrible: no pueden acceder a ningún programa del Estado porque no tienen documentación", remarca. "Quieren estar regularizados. Ellos pagan monotributo social: es mentira que no pagan impuestos. Su trabajo se puede regularizar con ferias, permisos para puestos fijos, mercados populares." Hubo un desalojo importante entre 2015 y 2016, y luego de eso, el gobierno porteño abrió dos galpones en Once. "Pero fueron un fracaso rotundo. Reubicaron vendedores --ninguno senegalés-- pero se fueron. El promedio de venta hasta diciembre de 2019 era de entre 500 y mil pesos semanales. A los vendedores no les quedó otra que volver a salir a la calle." Los proyectos para regularizar la actividad fueron enviados al gobierno porteño, en una mesa de diálogo con participación de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP). Quedaron en la nada.