Hay cosas que ocurren en mi destrozado y devastado país que no logro entender, y mucho menos explicar a mis amigos extranjeros, siquiera a los de estas comarcas de América Latina acostumbradas a ser barridas por turbulencias y tragedias.
Menciono algunas, pero advirtiendo que dejo otras tantas en remojo para no angustiarme aún más.
A estas alturas el número de víctimas fatales del coronavirus en Brasil se acerca a 115 mil y el de infectados supera la marca de los tres millones y medio. Más que un Uruguay, la mitad de una Bolivia.
Las medidas de contención fueron flexibilizadas por gobernadores y alcaldes, sin ninguna coordinación y bajo presión de empresarios y comerciantes, contrariando lo que recomiendan los médicos.
El gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro (foto) alardea a cada día los miles de millones destinados a ayudar provincias y municipios para enfrentar la pandemia, además de otras medidas de emergencia.
Nunca será demasiado reiterar el negacionismo del presidente desequilibrado con relación a la pandemia.
Quizá por eso se constate que sigue mintiendo como quien respira: de los recursos anunciados con pompa y circunstancia poco más de la mitad llegó efectivamente a ser liberado, y de medidas de emergencia nadie sabe, nadie vio.
La economía, que ya andaba a los tropiezos antes de la pandemia, enfrenta turbulencias pero empezó a dar tenues señales de recuperación para alegría del gobierno. Esa recuperación, sin embargo, no alcanza a cubrir ni la quinta parte de lo que se perdió. Y lo que se ve en el horizonte es la peor crisis económica de la historia republicana. ¿Programa del gobierno para hacerle frente y evitar el naufragio absoluto? Ninguno.
Por todo el país, pero con énfasis en las dos ciudades más grandes, São Paulo y Rio de Janeiro, la violencia asesina de la Policía Militar se extiende sin control teniendo como blanco preferencial a pobres y negros. Bolsonaro no hace más que elogiar a los bravos defensores del orden y la seguridad.
Una niña negra y pobre de diez años, violada por un tío desde los seis, quedó embarazada. Siguiendo la legislación, la abuela pidió que se le hiciera un aborto. Una seguidora fanática de Bolsonaro expuso en las redes sociales el nombre de la niña y el hospital en que estaba internada para el procedimiento. Los médicos fueron amenazados por fanáticos religiosos.
La ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos negó que los datos personales de la víctima hayan sido filtrados por funcionarios de la cartera. Y aprovechó para recordar que el aborto es pecado. Para la niña que fue operada, ninguna palabra de consuelo.
La Amazonia es devastada por incendios criminales, por extractores ilegales de madera, por invasores de reservas indígenas. El presidente dice que es mentira, pese a las evidencias estridentes.
El vicepresidente, el muy truculento y reaccionario general retirado Hamilton Mourão, prefirió desafiar al actor norteamericano Leonardo di Caprio, feroz crítico de lo que ocurre en Brasil: “Que venga a hacer conmigo una marcha de ocho kilómetros por la selva, para ver que lo que dice no es verdad”.
La premier alemana Angela Merkel no ha sido invitada a nada. Pero no habrá sido esa la razón de haber anunciado que su gobierno “difícilmente” irá adherir al tratado comercial entre la Unión Europea y el Mercosur, a raíz de la situación vivida en la Amazonia.
Antes de Alemania, otros países europeos como Francia, Bélgica, Austria, Holanda e Irlanda habían manifestado resistencia en firmar el acuerdo por la misma razón.
Además de la salud pública y el medio-ambiente, también la educación es blanco de los ataques destructores de Bolsonaro. Ahora se supo que en la propuesta de presupuesto para 2021, que será enviada al Congreso para análisis y votación, están previstos profundos cortes en la parcela destinada a Educación. Lo que será quitado ya tiene nuevo destino: el ministerio de Defensa. Las universidades públicas advirtieron que no lograrán sobrevivir.
El tema dependerá del Congreso, pero Bolsonaro ya logró comprar – literalmente – una buena cantidad de diputados. Primero, para impedir que se le abra un juicio (hay 53 pedidos formalizados y oficializados durmiendo en el cajón del presidente de la Cámara). Y a remolque, para lo que sea.
Pese a todo eso (y mucho más) los sondeos de opinión pública indican que la popularidad del candidato a genocida aumentó, mientras que su rechazo bajó. Y, peor: eso se registró entre las parcelas más pobres del país más desigual de América, tradicional electorado de Lula da Silva.
A primera vista, el motor de esa inversión sería el “auxilio de emergencia” determinado no por el gobierno, sino por el Congreso. Fueron cinco cuotas de unos 120 dólares mensuales por familia (la propuesta original enviada por Bolsonaro era de 37 dólares, elevada por los diputados).
Habrá otras tres, pero de menos. Y no hay recursos para más.
¿Qué pasará cuando la ayuda transformada en tesoro se acabe?