Como alguna vez escribiera Carlos Marx, un fantasma recorre Europa... Sólo que esta vez se trata de una ideología diametralmente opuesta a la que propugnaba el “filósofo de Tréveris”. 

La extrema derecha, que había ganado terreno con la profunda crisis económica de 2008, tomado impulso al calor de los movimientos de indignados y del descontento antisistema, y alcanzado la cima de su popularidad con la crisis de los refugiados y los ataques terroristas de París y Bruselas, parecía haber recibido nuevos bríos con los triunfos de Donald Trump y del Brexit.

Si bien la reciente derrota de Geert Wilders y su Partido de la Libertad en Holanda llevó cierto alivio a los líderes de los tradicionales partidos conservadores y socialdemócratas por igual, la realidad indica que los partidos nacionalistas de extrema derecha han dejado ya de ser una minoría radical y que están a las puertas del poder en no pocos países del viejo continente.

El presidente francés François Hollande se entusiasmó con lo que calificó como “una clara victoria contra el extremismo” y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, la interpretó como “un voto por Europa”.

De todos modos, la mayoría de los analistas coinciden en señalar que pese al fracaso en las legislativas holandesas, el auge del nacionalismo en Europa no se detiene y la extrema derecha se extiende por toda la Unión Europea, probablemente con la única excepción de la península ibérica. 

Si bien no puede hablarse de un movimiento uniforme, ya que se trata de formaciones políticas con importantes matices y gradientes de radicalidad según el país, se caracterizan genéricamente por una determinada combinación entre nacionalismo, euroescepticismo, proteccionismo económico, populismo y xenofobia (principalmente en la forma de “islamofobia”).

Se trata de formaciones ideológicas de eminente carácter excluyente, en tanto la propia identidad se configura y se reafirma en oposición a un enemigo que hay que expulsar del sistema. En este marco, la inestabilidad y la confrontación son las fuentes de las que se alimentan estas expresiones políticas.

Pero lo cierto es que, aún en la derrota, las propuestas de estos partidos ya se han colado en la agenda política, e incluso son en algunos casos forzosamente abordados por los propios partidos tradicionales en un intento desesperado por no perder votantes.

Por ejemplo, en la política de seguridad de Francia tras los atentados del 13 de noviembre de 2015 pueden reconocerse fácilmente algunos de los pilares del discurso del Frente Nacional. Asimismo, el gobierno de coalición austríaco (socialdemócratas y democristianos), presionado por el crecimiento del FPÖ, dio marcha atrás con su política “de puertas abiertas” y endureció su normativa migratoria, en línea con de los países de la ruta de los Balcanes.

Tras la contienda holandesa, a casi un mes de las elecciones generales, toda la atención se muda a Francia, donde Marine Le Pen y el Frente Nacional aparecen como los favoritos. Y el caso Le Pen puede convertirse sin dudas en un modelo para otras formaciones. Con una estrategia que combina altas dosis de pragmatismo con clásicas apelaciones nacionalistas, la hija del fundador del Frente Nacional, ha aggiornado su discurso en la búsqueda de votantes ajenos al núcleo histórico de la derecha francesa.

La pregunta ya no es si Le Pen puede ganar las elecciones –algo bastante improbable en un potencial ballottage–, sino si el Frente Nacional puede finalmente convertirse en un factor real de poder en una de las democracias más tradicionales del mundo

Benedict Anderson, en el ya clásico “Comunidades Imaginadas”, demostraba cómo el nacionalismo había sustituido a la religión como una herramienta para dar respuesta a las preocupaciones del individuo y proveer seguridad y sentido de pertenencia.

El nacionalismo –aún en sus actuales versiones extremas– opera en el universo de las emociones antes que en el de la razón: no necesita validar sus afirmaciones a través del test de lo posible o lo real. Por ello la identidad que se genera es no sólo más fuerte, sino también acrítica e incondicional.

En una Europa donde la mayoría de los partidos tradicionales se olvidaron de “enamorar” a los votantes, y sólo se limitan a invocar a la razón frente al avance de éste “fantasma”, el nacionalismo seguirá al acecho.

* Sociólogo. Autor del libro Gustar, ganar y gobernar. Cómo triunfar en el arte de convencer .