Ciertos sectores de la sociedad argentina consideran la historia como un tejido de conjeturas y conspiraciones, una trama de ocultas redes insondables, como si fuese el simétrico reflejo de especulaciones y cartografías logísticas y no de un acontecer movido por la dialéctica social. Esta concepción conspirativa y elitista de la historia puede leerse en el texto “Los conjurados” en el libro del mismo título de 1985, donde se muestra cómo las sociedades secretas rigen el mundo. Borges sueña en ese texto con un mundo sin fronteras (ideal universalista que coincide con la globalización), pero donde no se aclara cómo se gobernaría ese mundo, si sería igualitario o capitalista, por ejemplo, o si sería un lugar utópico, pacífico y edénico. Las conjuras y traiciones, unidas a la venganza pueden rastrease en toda la obra del escritor argentino. Recordemos algunos cuentos de Ficciones como “Tema del traidor y del héroe”, “La forma de la espada”, “Tres versiones de Judas”, o de “El Aleph” como “El muerto”, “Emma Zunz”, “Los dos reyes y los dos laberintos”.
La traición es el pecado más atroz para Dante Alighieri quien la representa en el vértice último del noveno círculo infernal, precisamente en la boca de Lucifer. Borges, gran lector de La Divina Comedia, lo sabe y sabe también que la traición implica una traición a uno mismo, un movimiento especular y mortífero que no conoce la pacificación de la Ley simbólica que modera las relaciones imaginarias. Ante la intemperie de la Ley simbólica, la Argentina del siglo XIX y principios del XX, quiso ordenarse de acuerdo con el ideario liberal y moderno propiciado por Sarmiento y la llamada generación del 80, pero lo reprimido retorna y el acuerdo social cede lugar a las pulsiones del amor y el odio donde también se inscribe esa pasión argentina: la amistad. Esta realidad puede verse en la película, casi un grotesco a la manera de Discépolo, No habrá más pena ni olvido (1983) de Héctor Olivera y basada en una novela de Osvaldo Soriano. Los impulsos surgen enmascarados de fraternidad. Los duelos entre pares, entre cuchilleros con nombres idénticos, como aquellos Juan Muraña, Juan Almanza y Juan Almada, los inmigrantes vistos con desdén y desconfianza, son los “otros” repudiados del platónico universo borgeano.
El “otro” es el “otro” del amor y el odio y se refleja en una visión perturbadora (Cfr. Miller, J. A., Recorrido de Lacan, Buenos Aires, Manantial, 1986:20). Tal vez por esto, en la Argentina, se coloca a Perón como opuesto a Borges, pero las dos imágenes representan complejas relaciones especulares, quizá desprotegidas imágenes que soportan sus recíprocas miradas. El manifiesto repudio de Borges hacia el peronismo puede explicarse por el rechazo a la “barbarie” y sus sesgos populares que había sostenido la ideología sarmientina, pero su rechazo hacia Perón se encamina por lo imaginario de amores y rivalidades. La pugna entre Caín y Abel se repite infinitamente en los espejos fratricidas y borgeanos. La década de 1940, en la cual Borges urdió su magistral universo de ficciones fue la década marcada por la figura hegemónica de Perón. ¿Qué relación existe entre estos dos genuinos argentinos, pertenecientes a viejas familias criollas entrecruzadas con inmigrantes italianos, ingleses, portugueses y escoceses, depositarios de la misma tradición, amantes de la llanura, de los valores del coraje encarnados en el gaucho Fierro y lectores de Carlyle? ¿Qué diferencias los separan para que caminen sus diversos destinos y se encuentren como sombras en la memoria de los argentinos, uno, descansando en el norte “civilizado”, en su tumba de Ginebra, el otro, en Sudamérica, en aquella Buenos Aires soñada para la paz definitiva? ¿Qué extraño mandato los llevó a ambos a atravesar el Ecuador en el ocaso de sus vidas, uno hacia el sur inmarcesible que le evocaba tolderías mapuches y los guanacos, el otro, hacia el norte, que le evocaba los años de la infancia y la juventud y de la literatura anglosajona, trastocando de este modo las coordenadas previsibles?
Desde los textos literarios trataremos de reconstruir un retrato personal y social de Borges y su relación con el “otro”, con el otro femenino, con el otro de la inmigración, con el “otro” del duelo de cuchillos y espadas, con el “otro” del peronismo, con el “otro” presentificado en el rostro del mismo Perón.
El poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar señala en Calibán (1971) que, “patéticamente fiel a su clase”, Borges niega la actitud de compromiso manifestada en El tamaño de mi esperanza (1926), libro juvenil que quiso olvidar para elegir el camino del colonialismo. También dice Fernández Retamar:
A diferencia de otros importantes escritores latinoamericanos, Borges no pretende ser un hombre de izquierda. Por el contrario: su posición en este orden lo lleva a firmar a favor de los invasores de Girón, a pedir la pena de muerte para Debray o a dedicar un libro a Nixon (Fernández Retamar, R., Calibán, Buenos Aires, La Pléyade, 1973: 103).
El haber leído Las mil y una noches y el Quijote en inglés antes que en castellano o arribar a La Divina Comedia a través de una traducción bilingüe italiana- inglesa, muestra en Borges el típico colonialismo cultural rioplatense y que se repetirá en otros escritores y en especial en el grupo de la Revista Sur de Victoria Ocampo.
Durante la década de los 70, el escritor hace declaraciones verdaderamente escandalosas por su impronta reaccionaria: justifica la guerra, defiende a los ricos y a los militares golpistas, alaba a Pinochet, ataca a los negros, desacredita a Federico García Lorca, Pablo Neruda, Antonio Machado, Rubén Darío, a la literatura argentina y española. Sin embargo, casi a mediados de la década de los 80, confiesa su esperanza en la democracia, declara su desacuerdo con las guerras y propone una distribución justa de la riqueza.
En esa época (1985), recibe a Roberto Fernández Retamar, presidente de la Casa de las Américas de Cuba, en su departamento de la calle Maipú en Buenos Aires para conversar, acompañados por María Kodama. En Fervor de la Argentina (1993), el escritor cubano recuerda ese encuentro y escribe:
Había prodigado declaraciones inconcebibles, y hecho nacer en todos nosotros una dolorosa, triste cólera. Pero las declaraciones se fueron mitigando, y nos pareció que las otras, indefendibles, habían tenido algo majadero: que nos había tomado un poco el pelo a todos, hasta a él mismo, medio maligno, medio pueril (…) Fue contradictorio como Unamuno y pudo admirar a la vez a Shaw y a Chesterton, a Almafuerte y a Kafka, a Schopenahuer y a Whitman, quizás hubiera preferido ser un compadrito. Pero fue Borges e hizo variar de rumbo más de una literatura. Se le perdonarán los errores. Se le recordará mientras exista la lengua castellana y el asombro de vivir. (Fernández Retamar, R., Fervor de la Argentina, Buenos Aires, Colihue, 1993:257).
En Los conjurados de 1985, su último libro, retorna a alguna de las preocupaciones por lo argentino y latinoamericano, y escribe textos como “Los conjurados” y “Juan López y John Ward” que intentan un mensaje esperanzado, como lo señalara la propia María Kodama.
*Escritora. Premio Casa de las Américas de Cuba, Novela, 1993. Recientemente obtuvo el Premio “Novelas Ejemplares” de Universidad Castilla La Mancha, Editorial Verbum, Madrid, España, 2020.