Desde Barcelona
UNO Entre las pocas cosas divertidas que trajo la pandemia (tanto mejor que el eco-cervecero con danza moderna/pagana mediterránea, o el con aires tropicaloides "Ahora viene lo bueno" intentando convencer de que ya pasó todo pero sólo haciendo pensar que "lo bueno" por venir será de lo peor) está el spot televisivo de Just Eat. Allí, Just Eat --app de menús a domicilio-- pide/ruega a clientes que, por favor, se muestren mínimamente decentes al recibir a sus repartidores porque "Es que hemos visto cada cosa...".
Y no: lo que vieron los Just Eat no fueron naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión ni rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Y ninguno de esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia, sino que se multiplicarán sin pausa y con prisa y risa desesperada. Hora no de morir sino de repartir cada vez más a cada vez más teletrabajadores. Muchos de ellos suspirando y gruñendo que esto de esclavizarse en casa no es nuevo. Que hace tantos años que lo vienen haciendo sin leyes que los protejan (esas que el gobierno quiere "ordenar" para otoño, temiendo nueva reclusión total). Y que nadie se acuerda de ellos; como nadie recuerda --mientras todos se saben los de la Apolo 11-- los nombres de los astronautas que murieron en los ensayos de la misión Apolo 1.
DOS Algo le dice a Rodríguez que Philip K. Dick tenía bien presentes los nombres de los astronautas incinerados Grissom, White y Chaffee. Porque a Dick le iban muy bien aquellos a los que les iba muy mal. Porque en las ciencia-ficciones de Dick (que él entendía como lo de "un filósofo ficcionalista: no es arte sino verdad") todo el tiempo se rompen las máquinas y las previsiones ante epidemias no previenen. Así, Dick --"La mala ciencia-ficción predice, la buena ciencia-ficción parece que predice"-- como escritor ideal para tiempos poco ideales: Dick como evangelista de malas nuevas donde el Doomsday Clock no hace tick-tock sino TikTok.
Y Dick fue, también, un gran cronista de la clase trabajadora. En lo suyo no hay princesas de Marte, pero sí hay fontaneros en Marte. Y falsas guerras para que las masas continúen trabajando bajo tierra para los de arriba. Y jóvenes autistas oyendo el sonido del universo deshaciéndose (Rodríguez también, desde ese accidente en el metro). Y precogs. Y mandatarios que son literalmente títeres.
Y, claro, teletrabajadores.
Y días atrás --en tertulia de tv, luego de que al Barça le expirasen sus baterías y, parece, su Messi-- alguien propuso algo muy Dick. Que, estando otra vez en "crisis reputacional" (a la burbuja inmobiliaria/económica y a la pompa independentista, sumar ahora globo coronavírico en constante inflación con rey católico emérito/emiratí en Abu Dabi, "retiro" de la muy replicante portavoz del PP y hordas negacionistas azuzadas por conspiranoide Miguel Bosé mientras zumban los mosquitos del Nilo), España se "reinventase", hermética y envasada al vacío, como "paraíso para teletrabajadores de todo el mundo". Sí: la Marca España como colonia laboral donde marcar tarjeta sin entrar ni salir.
Y, claro, todo escritor es teletrabajador. Y, en 1974, Dick se aprestaba a publicar --luego de demoras y revisiones-- un clásico suyo: Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, terminada hace medio siglo y acaso su última aproximación pura al género. Y Dick pidió entrega a domicilio. Calmante para dolor de muelas. Y abrió la puerta. Y, seguro, Dick no lucía demasiado presentable. Y la joven y hermosa repartidora de drugstore lucía colgante dorado con forma de pez del que --aseguró Dick-- brotó un rayo rosado. Y Dick fue alcanzado y alcanzó "la comprensión total del universo convertida en información". Y Dick supo de Zebra/VALIS y ya no sería el mismo hasta su lápida en 1982 donde --desoyendo su expresa voluntad-- NO se lee: “Tomó drogas. Vio a Dios. ¡Gran cosa!”.
TRES Ahora, Dick es cosa cada vez más grande e influyente --imitado, plagiado, adaptado, canibalizado; Tenet, la nueva de Christopher Nolan, come y bebe de su estela crono-entrópica-- y así lo suyo fue lo más pronto reservado/vendido/agotado en la historia de la canonizadora Library of America.
Y de todos los sci-fi, Dick seguro es el que mayor cantidad de material no-ficcional ha generado. La razón es obvia: Dick tuvo vida --como reza ambigua maldición/bendición china-- decididamente interesante y fundida con su obra.
Así, Rodríguez leyó la biografía académica y rigurosa de Lawrence Sutin; la afrancesada y demasiado personal de Emmanuel Carrère; la psico/patológica de Kyle Arnold; la religiosa/espiritual de Gabriel McKee; la pseudocientífica de Anthony Peake. Y los casi monólogos con Paul Williams con Dick seguro de ser perseguido por la CIA/KGB por haber descubierto "algo" en sus ficciones (elucubración dickiana de Rodríguez: el que el virus haya pegado tanto en España es mal karma por tanta export/import de pestes viejomundistas al Nuevo Mundo en la conquista/colonización) y las charlas más reposadas cerca del final con Gwen Lee. Y también ese bio-cómic de Robert Crumb; y cartas y ensayos; y la crónica sobre la misteriosa desaparición de su cabeza autómata; y su colosal Exégesis.
Orbitándolo tienen gran interés los libros que le dedicaron un par de ex esposas a (basta con leer cualquiera de sus novelas) un misógino sui generis al que las mujeres llevaban del éxtasis al pánico. Los de la N. 5 Tessa B. Dick se consagran a los alucinados/alucinantes últimos diez años del escritor y rebosan de proclamas perturbadoras. Es más: por momentos se tiene la sospecha de que Tessa es un androide.
El de Anne R. Dick Rubenstein --esposa N. 3, recién traducido como En busca de Philip K. Dick-- se concentra en lo que va de 1954 a 1968. Período aún más o menos "normal" en el que Dick firmó hitos como Confesiones de un artista de mierda, Dr. Bloodmoney, Tiempo de Marte, Los tres estigmas de Palmer Eldritch y El hombre en el castillo. Anne --artesana de renombre, oficio que aparece una y otra vez en lo de Dick-- fue quien lo introdujo en Carl Jung y en el I Ching. También --según Dick-- quien quería asesinarlo y lo sometía a la para él imperdonable humillación de enviarlo a comprar Tampax. Alguien --recordando con más amor que ira o desconcierto-- que no volvió a casarse porque "Phil fue algo difícil de superar". Y sí: como el adjetivo interesante, el verbo superar puede entenderse de muchas maneras.
Y Rodríguez compró este libro on line durante la reclusión. Y se lo trajeron a casa. Y lo recibió lo mejor vestido que pudo mientras, en la tele, un "newsclown" insistía con que todo iba mejor dentro de lo pésimo. O viceversa, da igual.
Y --Rodríguez partido por rayo negro y por la incomprensión total del planeta convertida en desinformación, pero en el que se avisa de que el pasado 22 de agosto ya se consumieron todos los recursos naturales que puede generar este 2020-- resulta tan fácil sentirse personaje dickiano. Basta con vivir y sobrevivir en un mundo --de nuevo, marcha atrás y contra reloj-- donde se miente mucho y en el que poco y nada funciona.
Y en el que se ve cada cosa...
Just Dick.