El despido destemplado de sus amigos Luis Suárez y Arturo Vidal, ejecutado con una simple llamada telefónica por el nuevo entrenador Ronald Koeman, terminó de romper el último delgado hilo que unía a Lionel Messi con el Barcelona. Si hay algo de lo que son celosos los grandes divos del fútbol como él es de su círculo más cercano. Tocarles su nucleo de amistades, limitarles los privilegios o ponerlos en pie de igualdad con el resto de sus compañeros equivale a una declaración personal de guerra. Y así asumió el supercrack rosarino la salida del delantero uruguayo y del mediocampista chileno. Fue el último mensaje que necesitaba para convencerse de que su futuro está lejos del club en el que se hizo hombre, jugador y leyenda.
En lo que va de 2020, el vínculo entre Messi y Barcelona, personalizado en su presidente Josep Bartomeu, sólo había ido empeorando. Y la tremenda goleada sufrida ante el Bayern Munich en los cuartos de final de la Champions pareció ratificar los puntos de vista que Lionel había expuesto en sus escasas pero bien calculadas declaraciones a la prensa, sin que la dirigencia del club hiciera su acuse de recibo. En los últimos días, el deterioro se aceleró. Todo lo que fue encadenándose (la llegada de Koeman, las bajas de Suárez y Vidal, la convicción de que Barcelona saldrá al mercado con una billetera mucho menos cargada que en otras temporadas y en desventaja respecto de otros equipos europeos) aceleró una decisión que por si sola, por lo que Messi representa como crack y como marca, ha explotado como una bomba en el centro del fútbol mundial.
A Messi le quedan no más de dos o tres años en el alto nivel. A partir de los 35 o 36 años, seguramente luego del Mundial de Qatar 2022, tal vez empezará a recorrer una suave pendiente rumbo a su inevitable ocaso deportivo. Por eso, si su relación con Barcelona no da un vuelco inesperado y se sanan las heridas provocadas, debería aprovechar este tiempo escaso en darse su banquete final de gloria. Ganar la última Champions de su vida y una Copa del Mundo son sus retos. Para lo primero busca desde hoy un nuevo club. Con nuevos compañeros y un aire mucho más puro que el que estaba respirando. La Selección Argentina será su vehículo para lograr ese Mundial que siempre le fue esquivo. Las presiones siempre lo acompañarán. Pero no quiere asumirlas él solo. Sintió que eso era lo que le esperaba en el Barcelona. Por eso, mandó el burofax diciendo que se va, que hasta aquí llegó.