La Radio es un medio eminentemente visual, advirtió Marshall McLuhan.
Y otro texto recuerda que eso es posible porque los humanos no tenemos dos ojos. Son tres, porque el oído le hace ver al ojo interior que llamamos imaginación.
Ese tercer ojo cumple cien años de formato radiofónico y ninguna revolución tecnológica modifica lo que reflexionó Orson Wells, cuando un amigo elogiaba las cualidades televisivas: “La pantalla de la radio es mucho más amplia”.
Nuestra amiga llega a su centenario aparentemente superada por otros dispositivos y formas de consumo.
Pero lo cierto es que el lenguaje de la radio los atraviesa a todos. En el celular, en la tablet, frente a la compu. Con webcam en el estudio o por Podcast. En vivo por el live de Faceboock o a través de la portátil que, según toda encuesta de consumos culturales y de lo que se registra en cualquier mesa de producción, mantiene una actualidad seguramente impensada.
Significa que la Radio tiene más vigencia que achaques.
Eso de la imaginación es todo un tema y ya son cien años.
El impacto de un texto bien leído.
La precisión en un título informativo.
El modo en que la conducción de un programa reparte juego con sus integrantes.
La ficción guionada como se debe.
El arte de un cronista en exteriores con capacidad de síntesis.
La manera de relatar partidos y goles.
El espectáculo de las voces que nos mueven toda la piel.
Sigue pasando eso desde aquella noche fundacional de 1920, en el Coliseo.
Susini, Guerrico, Romero Carranza y Mujica, los cuatro locos de la azotea, están en las grandes figuras y en el servicio al poblador.
Están en Niní y en las emisoras comunitarias.
Están en las narrativas transmedia y en Carrizo.
Están en Larrea y en cómo se opera técnicamente para colar sentidos sonoros en una transmisión en vivo.
Están en el podcasting y en Fernando Peña.
Están en la negra Vernaci, en los negros Merellano y Marthineitz, en las on line, en la Rock&Pop y la Belgrano del ’84, en Las Dos Carátulas, en la antena casera en el tanque de agua del edificio, en Badía, en la primera escuela de locutores del mundo, en Betty, en las radios escolares, en el gol de Maradona a los ingleses, en la app que recorre el globo terráqueo para que se vea cómo la Radio cruza todas las fronteras, en El Zorro.
Esa lista es escueta, pero asienta la advertencia de que este centenario no debe quedar atravesado solamente por la melancolía o el aroma a naftalina.
La Radio continúa siendo el medio tradicional más libre y democrático, porque no es un gran negocio ni mucho menos. De hecho, hoy es casi impensable que una emisora de buen alcance pueda subsistir en lo económico sin sumarse a un esquema de integración corporativo.
Pero sucede que el espectro radiofónico supera con creces la expectativa de vivir de él o de ganarse unos pesos allegándose publicidad, así fuere de canje, mediante un espacio alquilado.
La Radio es una aventura de seducción y no hubiera permanecido, ni lo seguiría siendo, si fuera por la plata.
Se conserva y continuará porque ese estremecimiento de sentir que se le habla a alguien al oído, al tercer ojo, y que el tal alguien lo perciba así, es único.
En otras palabras, que no importa si resuenan cursis, la Radio es romanticismo.
Y también permanece en el rango de factor de poder. Muchos perezosos que vuelven a darla por muerta, como en la década del ’60 cuando se masificó la televisión y porque los pibes no la escuchan como si el resto de la población no existiese, pierden de vista que sigue marcando agenda política y discursiva. Los impresionantes avances tecnológicos permiten ahora una práctica de escucha diferencial, a demanda, multiplicadora de las audiencias a despecho de cifras de rating y encendido que en general no dan cuenta de esos nuevos fenómenos.
Semejante cumpleaños debería servir, además, para tener presente que a la Radio no la hicieron, ni la hacen, ni la harán, sólo, quienes la protagonizan a micrófono.
Operadores, musicalizadores, guionistas, coordinadores, equipos de producción, técnicos, editores, programadores, merecen la consideración que suele alcanzar únicamente a los hablantes del aire.
Felicidades para la juventud de esta compinche que se mantiene hidalga.