Es una obviedad que 2020 será recordado como el año de la pandemia y sus efectos, pero también una certeza. Con suerte, será el año en que atravesamos la crisis sanitaria y humanitaria más aguda que recordemos; con mala suerte, el principio de un período algo más extendido. A la larga, puede ser en dos años, como dice la Organización Mundial de la Salud, o algo más, la pandemia habrá quedado atrás y será momento de recoger el resultado en nosotres, en el cuerpo y la psiquis de los que habitamos por aquí. Y allí entrará la medición de los daños, ya no solo en muertes y enfermos, sino en cómo habremos quedado a partir de esta experiencia.
La búsqueda exploratoria del pasado para hallar las explicaciones del presente no es nueva, ni exclusiva de un área particular del arte o la ciencia, pero en estos días trajo dos libros nuevos con mucho para decir: Transradio, de Maru Leonhard, y La lógica del daño, de Luz Vítolo, dos expresiones sobre cómo lo que vivimos tiene efectos –buenos, malos, efectos al fin– sobre lo que somos.
Y aunque el primero es una novela y el segundo un libro de cuentos, coinciden en dos elementos: son las primeras publicaciones de ambas autoras y se hunden en las heridas de los protagonistas para contar historias.
La experiencia de Transradio (publicado por Cía. Naviera Ilimitada) es una especie de ensoñación: uno se mete a leer y siente que va teniendo momentos de vigilia y momentos de estar soñando, y tratando de entender esos flashbacks que Isabel, la protagonista de esta historia, va replicando.
La premisa inicial es bastante común por estos tiempos, en los que hay titulares por todos lados que hablan de una huida de las grandes ciudades. Pero el lugar elegido es bastante especial: una pareja, que acaba de tener una experiencia traumática, decide irse a vivir a un pueblo con poquísimos habitantes, bastante cerca de la Capital y en el que la protagonista vivió siendo muy pequeña. En la casa que fue de sus padres, empieza a recordar o percibir pedazos de su pasado repleto de dolor.
Pero no todo es tristeza y oscuridad. Isabel va tratando de encontrar calma y va a buscarla a ese sitio de la infancia. "Creo que en mayor o menor medida todos somos un personaje dañado buscando algo de luz. A Isabel le pasaron cosas tremendas en la infancia, que la marcaron para siempre. Y eso, sumado al hermetismo y al silencio alrededor del que creció, termina operando para que su infancia no esté del todo procesada. Por eso, incluso, en algunos momentos pareciera que se comporta como una nena", le dice Leonhard al NO.
La novela le demandó varios años, en los que pulió el trabajo en espacios de intercambio con autores como Natalia Moret, Julián López y Selva Almada. La estocada final, y ese surgimiento del pasado tan presente, llegaron después, de la mano de los editores.
¿Por qué la búsqueda en el pasado, como si se buscara un daño original?
--No todos tenemos marcas tan fuertes como Isabel (muerte, adicción, depresión) que vengan de nuestra infancia, pero sí tenemos algo que nos marcó para siempre. La otra vez alguien me dijo que cuando escribimos estamos revisitando una y otra vez alguna escena fundacional de nuestra existencia. Somos nuestra historia personal. En el caso de Transradio hay algo ahí que quedó trunco de trabajo en la protagonista, y por eso vuelve todo el tiempo a eso y lo hace no sólo físicamente sino también con su fantasía, con sus sueños mezclados con realidad.
¿Cómo opera el recuerdo en esa dinámica?
--Creo que todxs vamos formando, editando y deformando nuestros recuerdos, pero en general tenemos referencias que van confirmando o completando lo que pasó. Como que vamos cerrando capitulitos de nuestra vida y así, si todo sale más o menos bien, podemos llegar no tan dañados a la adultez, como es el caso de Isabel. Ahora que regresa a esa escena fundacional, ella se encuentra con que no todo es como lo recuerda.
En La lógica del daño (editado por Odelia), la aparición de la herida ya está en el nombre, pero no se trata solo de un personaje dañado: son varios cuentos en los que la experiencia del dolor es abarcada desde distintas perspectivas. Desde el que daña sin querer, casi sin notarlo, al que lo hace a sabiendas, pasado por quien ha sido dañado. Hay daños menores, hay daños desgarradores, pero ¿quién puede medir el dolor ajeno?
Lo que no aparece –bienvenido sea– es el ejercicio forzado de introducir la resiliencia, esa palabrita tan de moda, para obligar a cada lastimado a sacar enseñanzas de su dolor. Sin spoiler, pero con cuidado, vale decir: son cuentos que provocan emociones que se viven en el propio cuerpo. Cualquier parecido con la realidad no será mera coincidencia.
"Empecé por una exploración general sobre los efectos de la violencia en el cuerpo. Me interesaba el dolor como inseparable de la existencia. Terminé pensando el daño como una fuerza que circula, pero que también se ejerce, de manera deliberada o no. Y que, por supuesto, se padece. Su cualidad ineludible", le explica Vítolo al NO.
Para la autora, también docente en el taller literario de Juan Sklar (El Cuaderno Azul) y colaboradora habitual en Revista Orsai, se trata una "prueba de resistencia", además del efecto que provoque en les lectores. Y deja la pregunta que ella misma se ha hecho: "¿Cuánto tiempo se puede habitar estos lugares?"
La respuesta va a quedar para cada une cuando lea. Un consejo: ir despacio, digerir cada cuento y no tratar de sortear la incomodidad leyendo otro de un trago. Hay historias de abuso de menores, hay historias de desengaños amorosos, hay historias de pérdidas. Hay voces que seguirán habitando la cabeza, aunque se las intente silenciar con otra cosa.