Hablamos de Messi como si fuera un desarraigado. Como si no concibiéramos su vida sin Barcelona. Como si no hubiera existencia posible en otra ciudad y/o equipo para el jugador mejor pago del mundo. En este 2020 pandémico su billetera quedó muy lejos de ser contagiada por el covid-19: cobra 8,3 millones de euros al mes o 722 millones de pesos mensuales. Es un punto de partida para saber de qué hablamos cuando hablamos de Messi. Un futbolista excepcional que genera y cobra ganancias excepcionales.
No vamos a ocuparnos de su ruptura matrimonial con el Barça después de 16 años, con despedida lacrimógena incluida. Aunque en este caso pareciera que se separaron dos continentes. Por eso vende. Incluso en este año maléfico se asemeja bastante a una profecía futbolera de Nostradamus.
El hastío suele llegar en cualquier momento, aún en las parejas armónicas y no siempre está el dinero en el centro. Pero las cifras obscenas que paga la principal industria del entretenimiento hacen que esta historia funcione muy bien para una revista de celebrities. En esa aristocracia de clubes, pases y jugadores millonarios hecha a medida de una posmodernidad que sublima el individualismo, Messi es revalorizado en Argentina donde ganó muy poco para su estatura de gran futbolista. Apenas un Mundial Sub-20 en 2005 y la medalla de oro olímpica en Beijing 2008.
El hincha promedio le transmitió afecto en las redes sociales con su proverbial ingenio. Fotomontajes, memes y bromas transformadas en noticias hicieron que Messi se vistiera en un solo día con decenas de camisetas, desde Newell’s – equipo del cual es hincha – a Sacachispas. En este club, vanguardia del humorismo, lanzaron que ya habían iniciado “tratativas con (el presidente de Barcelona) Bartomeu para que nos reduzca la cláusula de rescisión de Lio y también con el Ministro (de Economía) Martín Guzmán para que nos facilite un crédito blando para poder pagarla”.
Un mimo al corazón de Messi, que por un día no fue observado como una mercancía desde esta tierra que lo vio nacer.