Pacto de fuga 6 puntos
Chile, 2020.
Dirección: David Albala.
Guion: David Albala, Loreto Caro-Valdes y Susana Quiroz-Saavedra.
Duración: 138 minutos.
Intérpretes: Benjamín Vicuña, Roberto Farías, Eusebio Arenas, Amparo Noguera, Patricio Contreras.
Estreno mañana viernes en Amazon Prime Video.
Existen películas carcelarias de todo tipo, tono y tenor. Las hay de supervivencia, de introspección, de locura y, desde luego, de escape. A este último conjunto pertenece Pacto de fuga, cuya historia –más allá de estar basada en un caso real, de su ligazón con la dolorosa página de las dictaduras latinoamericanas– se impone como puesta en práctica de todos los resortes de ese subgénero, con sus bondades y clichés. La ópera prima del chileno David Albala no carece de ambiciones masivas y el estreno en el país transandino en enero de este año fue de dimensiones importantes y a través de una distribuidora como 20th Century-Fox. La presencia de nombres como Benjamín Vicuña, a cargo del papel protagónico, o Patricio Contreras, confirman esa cualidad de proyecto popular, pero es en su estructura narrativa donde más se evidencia el deseo de complacer a la audiencia con los viejos y probados placeres de la planificación, los escollos y la puesta en práctica de la fuga.
El guion, escrito a seis manos por el propio Albala y colaboradores, toma como origen el escape real ocurrido en enero de 1990 –en el ocaso del régimen de Pinochet– de cuarenta y nueve presos políticos de la Cárcel Pública de Santiago, varios de ellos miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez condenados a muerte por el atentado contra el dictador chileno. Vicuña es León Vargas, personaje de ficción con conocimiento de ingeniería y una de las cabezas del plan de fuga que incluye la construcción de un túnel de sesenta metros de largo (este último es un dato de la más estricta realidad). En pantalla, la historia sigue los pasos previsibles: la selección minuciosa de aquellos que participarán como boqueteros durante casi dos años, los inconvenientes a la hora de esconder los desechos de la excavación, los peligros diurnos y nocturnos ante la presencia de los guardiacárceles, las visitas de familiares y amigos, la posibilidad de conseguir ayuda desde el exterior.
Con dos horas y cuarto de metraje, Pacto de fuga sufre de algunos males de cierto cine mainstream contemporáneo, como el abuso de los diálogos expositivos para explicar el pasado de los personajes o un manejo del suspenso que le debe bastante a la estructura del cliffhanger televisivo. A su vez, el diseño de los carceleros y, en particular, del sádico jefe del presidio, abraza con fuerza la caricatura, la villanía cinematográfica (resulta conducente comparar ese detalle con la complejidad de la reciente La noche de 12 años, del uruguayo Álvaro Brechner, también basada en un caso de encierro político real). Algunas de las reseñas del film en su país de origen se ocuparon de señalar la simplificación de los personajes principales, militantes políticos de diversas facciones que, sin embargo, fueron dibujados como un ente homogéneo, ideal para el afiche.
El modelo de Pacto de fuga es el de Hollywood y el más cercano de los referentes no es otro que la célebre El gran escape, homenajeada literalmente cuando Vargas hace rebotar una pelota contra la pared. Hay clips musicales para empujar el relato hacia delante en el tiempo, mientras la cámara se aleja del cada vez más extenso túnel (se agradece el uso de un tema de Los Prisioneros), algo de cursilería cuando el éxito de la misión está asegurado y hasta un terremoto como enemigo inesperado e invisible de los esforzados excavadores. Si hay algo que funciona en Pacto de fuga es la secuencia climática: allí los recursos centenarios del montaje paralelo vuelven a hacer su magia, mientras el espectador se lleva las uñas a la boca, incluso conociendo de antemano el resultado. Si hay algo que Pacto de fuga no quiere ni puede ser es una película política.