Hace un siglo que empezó a transmitir y nunca más se apagó. Eterna. Aquella primera transmisión, en la que los célebres “locos de la azotea” difundieron en directo Parsifal de Richard Wagner desde el Teatro Coliseo, resultó más una proeza tecnológica que un evento multitudinario. El concierto, que comenzó a las nueve de la noche y duró tres horas, sólo pudo ser disfrutado a distancia por un puñado de personas: los que tuvieron la dicha de estar alrededor de las no más de 50 radios a galena que había en Buenos Aires. De esa aventura para pocos a este medio que diariamente es escuchado por millones en Argentina se cumplen hoy 100 años. La radio, la entrañable y perseverante, la que acompaña y entretiene, la que se lleva a todos lados y se escucha de múltiples formas, el único medio que no despierta odios sino amores, desde hoy es centenaria.
Bien podría decirse que la radio es un invento que nació de una locura. La que encabezaron Enrique Susini, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica, quienes en la noche del 27 de agosto de 1920 no sólo se enfrentaron al frío que se hacía sentir en la terraza de Marcelo T. De Alvear desde la que tiraron algunos cables conectados a un transmisor de 5 vatios, sino también a la indiferencia general. La primera transmisión radiofónica abierta al público y con propósito de continuidad no causó expectativa alguna. Sin embargo, con el tiempo, ese invento pasaría a formar parte de la vida cotidiana de todos los argentinos. Cien años después, pese a las transformaciones tecnológicas de todo tipo y el surgimiento de múltiples medios para informarse y entretenerse, la radio no para. Habla, canta, informa, imagina, emociona, conmueve. Y todavía le queda mucho para decir.
Con el solo fin de celebrarla, de intentar darle una visibilidad que no siempre se le reconoce, de buscarle razones a una vigencia que arrasa con pronósticos agoreros, competencia digital, malas administraciones y presupuestos derruidos, Página/12 convocó a un imaginario programa de celebración a algunas de las figuras que hacen de la radio un medio adictivo para algunos, habitual para muchos y al que todos siempre vuelven. ¡Viva la radio!
Primer bloque: amor a la radio
El cartel se ilumina. “Aire”.
“La radio es el invento más grande del siglo XX”, afirma Héctor Larrea, sin dudarlo pero tampoco sin querer imponerlo, con esa sonrisa al final que refuerza sus dichos. Todos lo escuchan, habla el maestro. “Es la única expresión artística que le permite a la gente ser coautor de lo que escucha. En la cabeza de cada uno, en la conciencia, se va formando en imagen y en aditamentos lo que la radio sugiere en sonidos. Es muy lindo. La radio es el medio más directo, el más inmediato, el más franco, el más sincero, el más humilde. Hay una serie de cualidades que enriquecen la vida humana y que quienes la inventaron las han puesto todas en la radio. La radio es todo lo que sea comprensión humana”, analiza el conductor de El carromato de la farsa en Radio Nacional (lunes a viernes, a las 14).
La búsqueda sobre el misterio de la radio, de lo que la blinda de cualquier fecha de vencimiento, sigue su curso en la mesa imaginaria organizada por Página/12. Toma la palabra en el aniversario centenario, casi pidiendo permiso, otro que la conoce de memoria, Fernando Bravo. “La radio tiene un lugar relevante en la sociedad argentina. Es considerado un medio muy noble y muy veraz. Obviamente, la radio es un medio de comunicación cada vez más fortalecido, con una magia muy particular y con un encanto en su ADN muy singular. Los oyentes heredan la costumbre radial que viene de herencia de familia. Cada uno de nosotros ha crecido desde la infancia escuchando radio y así será para las próximas generaciones”, reflexiona el locutor y conductor de Bravo.Continental (lunes a viernes a las 13 por Continental), con su calidez habitual.
Entre las penumbras del encuentro radiofónico, acercándose a ese micrófono que los atrae a todos, se aparece la figura de Alejandro Dolina, figura medular del éter. “La radio es el refugio de la palabra, es el lenguaje de la inteligencia”, dispara en modo reflexivo, antes de hacer una de sus tan expresivas pausas. “La radio construye una forma de comunicación más directa que la de la televisión. Con más directa quiero decir más sanguínea, más presente. En la televisión uno no está tan seguro de la presencia de quién lo interpela. En cambio, en la radio esa presencia se siente y la relación temporal se hace más potente, más fuerte”, analiza el conductor del clásico La venganza será terrible (lunes a viernes a la medianoche, por la AM750).
Sin dejar de observar a semejantes compañeros, analizando cada cosa dicha, Víctor Hugo Morales se incorpora en su asiento, se acerca al micrófono y sin titubear toma una clara posición: “La radio ha tenido la sabiduría -acaso inconsciente; no creo que haya respondido a un plan sino que la contingencia la fue llevando- de reconvertirse. El mundo del entretenimiento (desde los radioteatros, hasta los ciclos en vivo humorísticos como La revista dislocada, o el Glostora Tango Club) fue perdiendo lugar para que la radio pasara a ser severamente periodística en estos años. Cuando digo estos, no podría definir cuántos, podrían ser veinte. Desde que la TV tomó la batuta del espectáculo, la diversión y el entretenimiento, la radio fue progresivamente entrando a definirse como una comunicación periodística. No existe radio que no tenga un ciclo periodístico, sobre todo en la mañana. Uno no se imagina una emisora que no tenga al menos algo de información. Eso le permitió a la radio mantener una estabilidad muy importante de audiencia. Todavía, aunque parezca mentira, millones de personas escuchan la radio todos los días. La repercusión que aún hoy tiene la radio sigue siendo un motivo de asombro para mí. He percibido que, muchas veces, la radio tiene mayor incidencia que la propia televisión”.
Desde uno de los costados del estudio, María O'Donnell mata su ansiedad pensando a la radio en perspectiva sociocultural. “La radio es un elemento constitutivo de nuestra cultura”, subraya la periodista. “Despertarse o acostarse con la radio es algo muy nuestro. Yo viví unos años en Estados Unidos y la gente se despierta con la TV, no con la radio. Hay algo del hábito que perdura naturalmente. La radio es la mas vieja de todos los medios y la primera en verse amenazada por la llegada de otros medios. Sin embargo, con la portabilidad y la posibilidad de escucharse on demand, sorpresivamente fue uno de los medios que mejor se adaptó a estos nuevos tiempos. Se las ingenió mucho mejor que otros. Y su tipo de conexión que construye, que es en un tipo de conexión mas directa, también la ayudó, porque la cultura actual busca algo más personalizado e íntimo que la radio tiene de por sí”, puntualiza la conductora de De acá en más (lunes a viernes a las 6, por Radio Metro) y de Tarde para nada (sábados a las 10 por Radio con Vos).
En bermudas y remera, Matías Martin se acomoda en la silla, se coloca los auriculares dejando voluntariamente un oído al descubierto y todos entienden que ese gesto físico es la antesala del habla. “Lo maravilloso de la radio es que no solo es importante lo qué decís, sino el cómo: tus inflexiones, tus silencios, tu respiración... El que escucha habitualmente, al margen de si está manejando un flete, atendiendo un maxikiosko u operando a corazón abierto, todos esos casos que me escriben y me cuentan que lo hacen, sienten todo lo que pasa. Se siente cuando el conductor está de buen ánimo y cuándo no. Obviamente el oficio disimula mucho, pero hay algo del sentir que tiene la radio que la vuelve primera persona y eso la vuelve única”, afirma el animador de Basta de todo (lunes a viernes a las 13, por Radio Metro).
La tertulia se detiene. La mano del productor agitándose sobre la otra es inconfundible: tanda.
Segundo bloque: vidas de radio
El “Aire” se enciende y ellos se iluminan. El aniversario radiofónico no les es ajeno. Al fin y al cabo, ellos construyeron una relación diaria y permanente con ese medio del que viven pero que representa mucho más un trabajo.
“La radio tiene un significado muy especial”, abre el bloque Bravo. “Ha sidomi herramienta de profesión y de crecimiento personal de toda mi vida. Soy oyente de chiquito de radio; mucho más que televidente de TV. Crecí con la fantasía de ser locutor. Afortunadamente pude concretar mi sueño y acá estoy, después 53 años todavía trabajando y con muchas ganas”. Casi sin dejarlo terminar, Larrea se suma al confesionario. “Es inexplicable lo que significa la radio para mí. Cuando empecé a los 13 años con la propaladora del pueblo, no analizaba nada: solo disfrutaba hacerlo. Me cambió la vida para siempre. Lo único que había pedido en ese entonces, además de ser el locutor comercial, era que me dejaran armar la programación. Y por unos pesitos más me dejaron hacerlo. Y ya no hubo marcha atrás. Es lo mismo que hago ahora en los programas y haré siempre”, dice.
Para algunos, el descubrimiento de la radio no solo marcó un antes y un después en sus vidas, sino que también tuvo un efecto “salvador”. Impensado, claro. Dolina toma la palabra. “La radio tiene en mi vida un significado y una influencia que pocas cosas, incluso personas, poseen. La radio vino a componer las cosas. En mi juventud, yo era un estudiante fracasado de abogacía, alguien que tenía vocación por la narrativa, vocación por la música, que andaba ahí sin un destino claro, ya había abandonado los estudios, había sido un mal redactor publicitario... No tenía cómo encaminar lo que podríamos llamar mi vocación. Y la radio apareció y fue hospitalaria, con mi modestísimas destrezas, y me dejó que hiciera finalmente lo que me gustaba. La radio me abrió la puerta de la narrativa. Una narrativa oral, pero también de la música, un canturreo casual al principio pero más complejo después. Y me obligó a estudiar cada día para poder dar un mejor producto a los oyentes o a mí mismo, para amueblar algunos vacíos del programa y, por qué no, de mi propia existencia. Con el paso de los años, la radio me vino a convertir en un tipo mejor de lo que pude haber sido. O sea: calculen lo que hubiera podido haber sido... peor de lo que soy ahora (risas). La radio, además, me salvó la vida con mis horarios. No sabía qué hacer por las noches y la radio me dio la oportunidad de ponerme a trabajar, me solucionó el asunto”, admite Dolina, con una sonrisa cómplice.
En el estudio se respira un aire que combina el respeto mutuo y la tranquilidad que sólo ostentan quienes se reconocen en los otros. El estudio radiofónico es el ámbito en el que ellos ven las cosas desde otras dimensiones, el centro desde el que construyen imágenes que tienen mucho de realidad pero también de ficción. Es su lugar en el mundo.
“La radio es el medio que me permitió trabajar en primera persona”, asume Martin. “Siempre hice programas en primera persona. Basta de todo me retrata muchísimo. Acaso sea el programa que haya hecho que más se parezca a mí. Porque la radio es el único medio que paga para ser vos mismo. Armás un personaje, pero ese personaje tiene todas características tuyas: exacerbadas, aumentadas o corridas, pero todo surge de una primera persona real, que me parece que es el fuerte de la radio. La autenticidad, el vínculo directo, la estrechez en esa tan mentada compañía. La compañía de la radio no es sólo porque alguien te está hablando, sino porque vos sentís que lo conocés. En mi caso, la tele me hizo conocido y la radio permitió que la gente sepa quién soy. Yo era 'el rubio de la tele que...' (ponganle el prejuicio que quieran, negativo, positivo o rencoroso), y en la radio uno se expresa con sus gustos, con sus calentaras, con sus amores. En la radio te conocen”, diferencia.
Complementando esa idea, el que toma la posta es Víctor Hugo. “La radio es mi medio para expresarme -dice-. Al relato lo definía de la misma manera. La radio es mi manera de manifestarme artísticamente. Todos tenemos un artista por dentro en la actividad que amamos. La radio es como seguir pintando o seguir escribiendo música. El paso del tiempo, además, no cambió en nada mi entusiasmo de cuando empecé en mi Uruguay natal. Es más: diría que las mejores cuatro horas del día para mí son las que estoy al aire de la radio. En la radio la paso increíblemente bien. Me frustro a veces porque el discurso se me cae en una cierta modestia, uno no siempre está bien, depende de si uno durmió mejor o peor, si tenés un ataque al hígado o no, pero el día que estoy a pleno haciendo radio me siento maravillosamente alegre y satisfecho. Eso no me pasa con la tele. La televisión es un laburo. La radio, y más ahora en pandemia que trabajo desde casa, me da la posibilidad de no afeitarme, de hacer el programa en alpargatas, con cualquier vestimenta... En cambio, llega la hora de la televisión y me tengo que convertir en un señor vestido de traje. Ir a la televisión no es tan divertido como ir a la radio”.
El silencio se apodera del aire, y la radio se abre hacia el afuera. Desde algún lugar de la Argentina, Marcela Ojeda cuenta, relata, transmite, dice. “‘Los brazos extendidos y los ojos de la radio’, solía decir Juan Alberto Badía cuando presentaba a alguno de sus cronistas de exteriores y, hoy años después, debo reconocer que aquel prólogo me daba un tanto de pudor. '¡Pero qué exagerado!', pensaba. Ser cronista de calle y, de alguna forma, parte de este centenario de la radio es un privilegio y desafío diario: estamos realizando coberturas excepcionales en medio de una pandemia, redoblando cuidados propios y colectivos, aprendiendo, incluso, otras formas de comunicar. Badía tenía razón, ¡claro que sí!”, refuerza la cronista de exteriores de Continental y coconductora de Mujeres…de acá!, junto a Valeria Sampedro (domingos a las 10 por Radio Nacional).
De vuelta al estudio, O’Donnell suma una idea. “La radio es un lugar ideal para hacer periodismo, tenés menos intermediación y cada día es como editar tu propio diario al aire. Qué temas abordás, a quién llamás, cómo encarás cada nota. La gráfica, si tenés las condiciones para hacerla de calidad, te da la posibilidad de profundizar. En la tele es muy difícil, es otra cosa. La radio te permite, en tiempos de polarización, hacer periodismo por afuera del mundo polarizado. Mucho más en las FM que en las AM, está menos metida en la confrontación chillona”, señala. Martin completa el concepto: “Los otros medios son más fácilmente pervertibles. El commodity que tiene la tele es el miedo. Todo el tiempo te tiene atrapada con el urgente, no sabés lo que acaba de pasar, no te muevas de ahí que ya viene algo espectacular, ahora vas a ver imágenes impactantes... La radio te va a contar todo lo que pasa, así escuchés un programa de fútbol, folklore o musical. Si pasa algo de lo que vos tenés que enterar, la radio te lo va a contar, pero mientras tanto no te tiene atrapado, muerto de miedo. Los medios se van retroalimentando y todos tienen estos recursos de llamar la atención, que la radio no los tiene tan exacerbados”. El productor hace señas de que hay que ir redondeando. “A la radio -entiende Martin, asintiendo con la cabeza- tenés que elegirla, ir a buscarla. Internet, en cambio, es una máquina de estímulos, de tratar de venderte algo y contagiarte el algoritmo para que después que vos veas eso veas otra cosa... La radio no tiene eso. Y eso genera más fidelidad y más calma para relacionarte con un medio”.
Tercer bloque: el futuro del éter
En el último tramo del programa imaginario por el centenario no se habla del pasado sino del futuro. ¿Qué será de la radio entre tanta oferta tecnológica, en medio de una revolución digital que transforma el consumo audiovisual sin destino cierto? ¿Acaso el medio más arraigado que todos al hábito y a la costumbre pierda atractivo entre tanta parafernalia tecnológica que invade la vida cotidiana?
“La radio ha mostrado una capacidad de subsistencia notable, que me hace pensar que va a tener vigencia por muchos tiempo todavía. Enfrentó a la TV, a las redes sociales y a todas las posibilidades que permiten la tecnología, y la radio siempre es una compañía necesaria. Creo que, además, en lo periodístico la radio genera más credibilidades que otros medios. Cuando uno lee un diario, lo primero que aparece es el medio. En cambio, en la radio es el que está hablando el que le pone la firma a sus palabras. Por eso la radio tiene una mayor credibilidad”, argumenta Morales.
La coincidencia en este punto es unánime. La radio tiene mucho para dar aún. La defensa no obedece (solo) a una cuestión afectiva, sino a argumentos que todos se apresuran a brindar. El micrófono, expectante, parece brillar más que nunca. “La radio -señala O’Donnell- tiene esa cosa del vivo que es irreemplazable. Los programas periodísticos te muestran la costura del oficio, ver qué está pasando, cómo se hace el periodismo, lo impredecible de la nota, esa intimidad y tensión del vivo es difícil de remplazar. En España, por ejemplo, se impone el formato más de tertulia, en muchos países hay muchos informes grabados, acá hay algo cultural del vivo que perdura. El valor de la palabra y del ahora la vuelven única”.
El móvil llama de nuevo. “Muchas veces con algunos compañeros ‘de cordón y vereda’ nos preguntamos '¿los movileros de radio sobreviviremos a este cambio de paradigma en las formas de comunicar(nos)?'-plantea Ojeda-. Tengo respuestas más pesimistas, reconozco, pero ¿el periodismo ciudadano y vecinal puede suplirnos? ¿Alguna foto que frenéticamente llega a las redacciones es toda la historia qué van contar? ¿O necesitan de nosotros para acercarnos lo más posible a la película completa? No sé. Se sabe que lo rápido, urgente, barato o gratis nos deja en desventaja pero estamos resistiendo que, hoy, no es poco”.
Son los últimos minutos del ciclo homenaje y todos quieren dar su parecer. ¿Será muy diferente la radio de acá a treinta, cuarenta o cincuenta años? “Con toda la revolución tecnológica que hubo, ¿es muy distinta la radio actual a la que hacíamos veinte años atrás?”, se pregunta Martin, mirando a los ojos a todos. No es una mirada cualquiera, sino de esas que buscan la aprobación de sus pares. “La veo muy parecida a sí misma. Van a variar, cambiar y multiplicarse las formas de escucharla, pero la esencia de la radio me parece que no se va a modificar: una persona hablando y una persona escuchando. El espíritu de servicio por naturaleza que tiene la radio va a estar siempre”.
Sin pronosticar, pero seguro de su vigencia, Dolina levanta el dedo y analiza el mañana buscando las palabras justas. “No sé cómo será la radio del futuro. De todas maneras, no importa de qué manera los contenidos radiales sobrevivan. No importa si tenemos un aparato a válvulas o la escuchamos por el celular: lo que vamos a escuchar es el mensaje de siempre con otros profesionales y recursos. En la medida en que no muera esa interacción entre el comunicador y el público, que haya contenidos en el aire, la radio seguirá vigente. Ahora, si vamos a seguir escuchando la radio en una frecuencia, o si la vamos a escuchar en una licuadora, bueno... eso es otro cantar”, admite.
El tiempo “vuela” y el programa está a punto de culminar. El cierre, tan natural como merecido, recae en Larrea. Su voz no solo enamora sino también tranquiliza. “La base fundamental de la radio es eterna. Cambiará el soporte pero no la radio, que es un medio noble, sencillo, humilde y democrático”, enumera, relojeando a los participantes entre los fierros de un micrófono que también parece escucharlo atentamente. “No hay ninguna posibilidad de que desaparezca la radio. Ojo: podemos desaparecer todos con una pandemia como esta. Pero aún si así fuera, estoy seguro de que en ese mundo una radio le va a preguntar a otra: 'Che, ¿tenés un humano para mí?'”, bromea "Hetitor". O no. Todos ríen.
El cartel de “Aire” se apaga, pero la radio sigue transmitiendo. Como lo hace desde hace 100 años. No es un final. Apenas es el comienzo de otro siglo. Hay muchos más “locos” que antes para seguir dándole vida a tan hermosa aventura.