A veces resulta un lío precisar con exactitud el origen de algo importante, sea del orden que fuere. El de “Canción con todos” es un caso musical. Uno entre tantos. Hay consenso, sí, sobre el año en que se compuso: 1969. También sobre la primera vez que se cantó en vivo, ese mismo año, en Chile, ante las narices del entonces presidente Eduardo Frei. Pero las controversias aparecen a la hora de determinar cuándo se grabó por primera vez. El historiador y poeta Carlos Molinero, por caso, asegura en su libro Militancia de la canción que esto también ocurrió en 1969 (el 27 de noviembre) y estuvo a cargo del Quinteto Vocal Tiempo, con César Isella -compositor de la música del tema- como invitado y Mercedes Sosa presente en el estudio. El sitio oficial del grupo, en cambio, afirma que esto ocurrió en 1970, mientras la quinteto giraba por el país con el espectáculo “América Joven”, con Isella y Armando Tejada Gómez -autor de la letra- en la troupe. Tal vez sea mejor entonces hacer a un lado el detalle y centrarse en un rastro más certero.
Asegura el periodista Juan Carlos Fiorillo en sus Efemérides folklóricas argentinas -y nadie niega- que la canción fue registrada el 28 de agosto de 1970. Quien la grabó fue Mercedes Sosa y esa tremenda voz fue la que hizo recorrer el mensaje de “Canción con todos” por el mundo. La que la transformó en un himno de pertenencia y liberación, hace cincuenta años. ¿O acaso cuántos cumpleaños se festej(b)an no el día en que el festejado nació, sobre todo cuando no se sabe bien la fecha sino el que lo anotaron en el registro civil? Solo hay que adaptar tal lógica a la cuestión y tema zanjado.
El porqué de festejarla surge no solo ahora sino siempre. “Canción con todos” habla en esencia de esa América latina unida, viejo anhelo de grandes próceres como San Martín, Artigas, Rosas o Bolívar que, a diferencia de Rivadavia, Sarmiento o Santander, creyeron y lucharon por una Patria Grande como antídoto para frenar intereses imperiales. Urge hoy y siempre porque la rapiña sobre el estaño de Bolivia, el café de Colombia o el cobre de Chile se mantiene intacta. Entonces, la canción mantiene en el imaginario americano ese bellísimo “salgo a caminar / por la cintura cósmica del sur” que eternizó Mercedes con aquella “o” arrastrada e inolvidable.
La versión de la Negra es una de las doce que puebla El grito de la tierra, séptimo disco de un trayecto que había comenzado en 1962 con La voz de la zafra. Junto a la anónima "Duerme negrito" y "La pomeña" del tándem Leguizamón-Castilla, el clásico de Isella-Tejada conforma la tríada esencial de aquel trabajo, en que también brillan “Canción del centauro”, del mismo Tejada más René Cosentino, y “Que se vengan los chicos”, de Eugenio Inchausti. Todo fue muy rápido, entonces. Vertiginoso. Hacía siete años que el Manifiesto del Nuevo Cancionero, expresión estético-ideológica del movimiento epónimo, había sentado las bases de una música con basamento social y político, y uno de los primeros en adherir fue precisamente Isella. Es más, se sostiene que su ida de Los Fronterizos en 1966 tuvo que ver con tal situación, aunque también gravitó un viaje revelador que el cantautor salteño realizó en 1967 por el continente y que terminó por inyectarle toda la piel de América en su piel.
Un “veneno”, claro, que ya tenía Tejada Gómez, su compañero creativo. Y que se potenciaría a caballo de un contexto signado por la resistencia a la dictadura de Onganía, el Cordobazo y el secuestro de Aramburu, cuestiones que ejercían una influencia fuerte en el ideario de aquella generación, marcada también por la larga proscripción del peronismo. “Cantar opinando” era el lema del momento. Y representaba algo así como una resignificación “elaborada” de aquellos cielitos o aquellas décimas del siglo XIX que ensalzaban las figuras de Manuel Dorrego, Juan Manuel de Rosas, Estanislao López o los caudillos del Partido Federal contra los profetas del odio de entonces. Porque el Movimiento del Nuevo Cancionero, pese a ciertas visiones panegíricas, no inventó nada al impregnar de una ideología a las músicas de raíz.
Más bien, lo que el M.N.C hizo fue aggiornar el antiguo “cantar opinando”, que también se detecta en tangos de los '30 como “Acquaforte” o “Pan”, a los tiempos en que le tocó actuar. En su caso, profundizando en el sentido de una raíz común asociada a la unión americana -que los cielitos y décimas del XIX ya tenían- también presente en piezas de otros autores como “Canto al sueño americano”, de Eduardo Falú y Jaime Dávalos, o la Cantata Sudamericana, de Luna-Ramírez. Y, sobre todo, tiñendo de cierto universalismo el tinte regionalista que, excepto piezas como “El arriero”, traía la mayor parte de las canciones folklóricas de décadas anteriores.
Mercedes Sosa tenía 34 años cuando grabó “Canción con todos”. E Isella 31, cuando le puso música. Hacía tres años que, para muchos sorpresivamente, el salteño había abandonado a unos Fronterizos en plena ebullición, que venían de grabar La misa criolla, con Ariel Ramírez, y Color en folklore. Por esa época, también había debutado en cine con la película Bicho raro, de Carlos Rinaldi, mientras grababa un premonitorio disco debut solista llamado Estoy de vuelta, donde figuran “Milonga triste” y “Zamba para no morir”, más un segundo de nombre significativo: Solitario. Tejada Gómez, por su parte, tenía 40 años cuando concibió la letra. Venía de publicar Tonadas para usar y Los oficios de Pedro Changa (junto a Los Trovadores), poema cantado basado en el libro Los compadres del horizonte, donde se advierte una estética preocupada por lo conceptual, lo social y la unidad de los diferentes géneros musicales de raíz para desactivar “el regionalismo cerrado”.
Pese a que se conocían desde antes, Isella y Tejada Gómez fortalecieron la química durante las jornadas que compartían en Folklore 67, peña que el segundo regenteaba en Talcahuano al 300, y que también solían frecuentar Los Nocheros de Anta, Marián Farías Gómez, Dino Saluzzi, Rodolfo Mederos y Cuarteto Zupay, entre más. Parte de esa química quedó reflejada en la primera puesta de “América Joven”, en el Teatro El Círculo de Rosario (1968), y en una gira posterior con tal espectáculo, por buena parte del país. Allí apareció el vínculo con El Quinteto Vocal Tiempo, que entonces formaba con Alejandro Jáuregui, Eduardo Molina, Rodolfo Larumbe, Alfredo Sáenz y Mario Arreseygor, arreglador coral que había reemplazado a Guillermo Masi tras el pase de este a Opus 4. O sea, los cinco que entraron a grabar “Canción con todos” después de hacer lo propio con “Te recuerdo Amanda” y "La raíz de tu grito".
Así es que el clásico de Isella-Tejada y sus aires de galopa llegan hasta estos días sin apagar nunca su luz, pese a la censura que recayó sobre él y sus autores durante la dictadura cívico-militar. Tan grande fue su influencia en el imaginario americano que el expresidente de Ecuador Rafael Correa la propuso en 2014 como Himno de la Unasur. Tanto, que también fue grabada y versionada muchas veces, además del par inicial. Los Calchakis, por caso, la hicieron en París en 1974. Isella volvió a grabarla décadas después con los tremendos músicos del Buena Vista Social Club. También en 1993, a beneficio de la Unesco, junto a Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Tania Libertad, Osvaldo Pugliese, Inti Illimani, Astor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui y Lito Vitale, entre otros. Y hubo muchas tocadas inolvidables, como la que volvió a reunir al cantautor salteño con Tejada Gómez en el Teatro Alvear, en 1985, en un inolvidable concierto con Los Trovadores, Teresa Parodi, Los Carabajal y el “Cuchi” Leguizamón.