“Mente detrás de la idílica vida del Círculo Bloomsbury en Charleston, la reputación de Vanessa Bell como artista se ha visto ensombrecida por su vida familiar y por sus enredos románticos”, anota la presentación de Vanessa Bell (1879-1961), muestra que -hasta comienzos de junio en la Dulwich Picture Gallery, en Londres- busca reivindicar el peso específico de la pintora modernista, hermana de Virginia Woolf, que devino pieza fundamental en el arte británico del siglo XX. Siendo además una atípica muchacha que, en palabras de la curadora Sarah Milroy, “arremetió contra la moral y los prejuicios sociales de la clase alta en la que nació, mofándose de los ‘ricos respetables’ y de sus ideas sobre lo que conformaba un hogar ‘convencional’”. “No nos interesa enviar a la gente al interior de la misma madriguera de siempre: Vanessa como musa, Vanessa como belleza, Vanessa como diosa doméstica. Aquí todo gira en torno a su juicio, su inteligencia, su ingenio, su conocimiento de la historia del arte”, advierten desde la galería, que ha puesto contundente foco en “su innovador y radical uso de la abstracción, el color y la forma”, amén de conformar lo que llaman “su primera retrospectiva de importancia”. 

Lo han hecho a través de más de 100 pinturas, papeles decorativos, cerámicas, textiles -creados en el taller Omega-, fotografías y portadas de libros de Woolf, “que revelarán la obra pionera de Bell en géneros como el retrato, la naturaleza muerta y el paisaje, explorarán su fluido movimiento entre las artes finas y aplicadas, centrándose en su período más distintivo de experimentación, la década del ‘10”. Sin dejar de hacer hondo repaso por su larga trayectoria: desde las piezas iniciáticas siendo estudiante de la Royal Academy a comienzos de siglo XX hasta sus autorretratos finales, previos a su muerte en 1961. Además, claro, de los distintos óleos donde capturó a su hermana escritora; y los otros tantos donde hizo lo propio con sus varios y controvertidos amantes… 

Para las iniciadas, bien vale un petit resumen del sonado culebrón estelarizado por la mentada artista, concisamente narrado por Jennifer Schaffer-Goddard, del sitio Vice, que dice: “Sacudiéndose los principios de castidad y fidelidad, Vanessa y el crítico de arte Clive Bell abrazaron un matrimonio abierto y cada uno de ellos tuvo amantes a lo largo de su prolongada vida en común (aunque dejaron de vivir juntos alrededor del inicio de la Primera Guerra Mundial, siguieron siendo amigos íntimos y nunca se divorciaron). Lo hicieron tanto en su espíritu como en sus principios: un retrato de una de las amantes de Clive, Mary Hutchinson, una mujer casada famosa por su belleza, cuelga en la exposición. Y en otra sala cuelga un cabecero que la misma Vanessa diseñó para ella”. Y continúa la periodista: “En 1918, Bell se mudó a Charleston, en Sussex, con sus dos hijos, con el apuesto joven de Bloomsbury Duncan Grant y con el amante bisexual de este, David Garnett. A pesar de la habitual preferencia de Grant por los hombres, él y Vanessa se hicieron amantes además de amigos, creando una especie de triángulo amoroso familiar”. De hecho, tuvieron una niña, que creció creyendo ser hija de Clive. Quien, dicho sea de paso, se mudó con su esposa y con Duncan tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, formando (otro) inhabitual ménage à trois que no hacía sino confirmar las ocurrentes y geométricas palabras de Dorothy Parker: “The lived in squares, painted in circles, and loved in triangles”. 

Más allá de los romances, está la obra. Que, vale mencionar, ya había sido expuesta en muestras como “The Art of Bloomsbury”, del Tate Museum, en 1999; aunque lejos de concentrarse en el valioso trabajo de la mentada dama, hizo hincapié en su relación con sus pares masculinos… Lo cual, a decir de la autora e historiadora Virginia Nicholson, nieta de Vanessa, “es indignante”, y evidente prueba de que “las mujeres continúan siendo tratadas en forma desigual en un mundo del arte que sigue privilegiando a los varones”. Con todo, Ian Dejardin, co-curador de la flamante retrospectiva, aclara: “No la estamos ‘rescatando’ de los Bloomsburies, eso sería absurdo, fueron una parte vital de su vida. Solo dejamos que sea vista en su propia luz, como la pintora distintiva, relevante que ha sido”. 

En conversación con el diario The Telegraph, de UK, brinda además personal postura respeto a las razones que -incluso a la fecha- motivan obsesiva detracción contra Bell y su círculo de amigos: “Creo que muchos aún los ven como esta elite de izquierda que bebía champagne en su torre de marfil; y puede que no estén completamente equivocados. Pero el odio que tantos sienten contra Bloomsbury está, a mi humilde entender, vinculado a algo mucho más grande: ¿Qué espera la gente del arte? ¿Enojo y protesta? ¿O deleite humanístico por las virtudes cotidianas y los placeres de la sensualidad? Había, sí, una sensación arcadia en Charleston, pero se trataba de autoexpresión y liberación: ser libre de ser una misma, de amar a quien quisieras”. Lo anotó la propia Bell, que devino más y más recluida hacia el final de sus días, en cierta ocasión: “Aquí había un camino posible; una liberación repentina y un aliento por sentir por uno mismo”.