Anbessa 7 puntos
Etiopía/Italia/EE.UU., 2019.
Dirección, guion y fotogafía: Mo Scarpelli.
Música: Erik Skodvin.
Con Asalif Tewold, Alem Sebisibe Ayitenfsu, Abinet.
Duración: 85 minutos.
Estreno: en la plataforma Mubi.
“Parecen casas para pulgas”, dice Asalif –Abi para los amigos--, un chico de unos diez años, que mira desde una colina cercana los “condominios” como llaman a esos tremendos monoblocks que se multiplican en el horizonte como barracas de un campo de concentración, en las afueras de Adís Abeba, la capital de Etiopía. En su primer largometraje en solitario, la realizadora ítalo-estadounidense Mo Scarpelli (ver entrevista aparte) toma una decisión tan drástica como inteligente: su cámara no se apartará nunca ni de Abi ni de ese hábitat que le ha tocado en suerte o en desgracia. Todo lo que en su film Anbessa (“león” en amárico, el idioma oficial de Etiopía) se pueda inferir de las tensiones y conflictos entre tradición y progreso, entre cultura y modernidad, entre la política e intereses inmobiliarios se expresará sólo a partir del protagonista y su entorno.
Abi ni siquiera tiene el privilegio de vivir en esos condominios. Su casa es una choza cercana, con techo de chapa y paredes de barro, en las afueras de las afueras, una cada vez más borrosa frontera entre la creciente periferia urbana y la zona rural. De allí, del “campo”, provienen Abi y su madre, que tanto en la vigilia como en los sueños recuerdan los eucaliptos, las papayas, una cascada, un bosque. ¿Habrán experimentado realmente ese pasado idílico o será un sueño dentro de otro sueño? El documental de Scarpelli se ajusta a la realidad, pero también se permite en algunos momentos insinuar apenas, con delicadeza, una instancia onírica.
La madre de Abi, además de habilidad para la cestería, que parece el modestísimo modus vivendi de la familia, tiene talento para el relato oral (toda una tradición de la cultura africana en general) y mucha de la imaginación de Abi, que es prolífica, seguramente proviene de allí. Pero a diferencia de su madre, Abi está escolarizado y se crió en contacto con una modernidad periférica, lo que le permite estar inventando permanentemente juguetes –un helicóptero, por ejemplo-- con los desechos industriales que recoge por ahí. Sueña con hacer alguna vez una nave espacial, pero cuando se interna en el monte cercano le teme atávicamente a la hiena y se envalentona con el coraje del león, el animal nacional de Etiopía, que figura incluso en sus monedas.
A falta de hienas de carne y hueso, a las que se alude pero nunca se ve, lo que se desprende de Anbessa es que las hienas modernas a las que el pueblo etíope debería temer son los desarrolladores inmobiliarios, a quienes tampoco nunca se alcanza a ver, pero que determinan la forma de vida de esa comunidad. Sus mensajes llegan a la televisión desde las antenas parabólicas que tachonan cada uno de los mínimos balconcitos de los condominios y que inexorablemente atentan contra la tradición del relato oral. En lo de Abi, en cambio, ni siquiera hay electricidad, con lo cual todavía le queda lugar para la imaginación, aunque sufra la falta de agua corriente.
Si hay algo que Anbessa –estrenada en la Berlinale 2019 en el marco de la sección Generation, dedicada a films de temática infantil y juvenil— evita celosamente es cualquier atisbo de miserabilismo. Tanto Abi como su madre están retratados en toda su dignidad. Les faltan muchas cosas, pero nunca orgullo. A esa pintura se suman algunas pinceladas en un barcito de la barriada, donde a pesar de que la dueña es una mujer sólo a los hombres les está permitido el ingreso, para unas dilatadas tertulias. Y a las que de a poco Abi se va sumando, como una forma de iniciación en la vida adulta.
Es curioso: en tanto cine, no tiene absolutamente nada que ver, pero ese bar destartalado, esos monoblocks y esas calles de tierra donde al lado del cemento todavía pastorea una vaca recuerdan de pronto la periferia romana que se veía en los films iniciales de Pier Paolo Pasolini hace casi 60 años. ¿Podrá Abi, acaso, escapar al destino de convertirse en un ragazzo di vita etíope? El film de Mo Scarpelli es optimista: sin enunciarlo en voz alta, sugiere que en tanto Abi se mantenga fiel a sus raíces, podrá encontrar un camino digno en la vida.