La derecha, desde mediados de la edad moderna, es gestora de una historia de violencias sin fin que la constituye en el marco del orden capitalista. Para esto no ha dejado de realizar la “civilización por la barbarie” o la barbarie de la civilización, la conquista violenta de tierras y hombres, la esclavitud y el colonialismo, la dominación y explotación de hombres y recursos naturales.
Ya desde el siglo XIX la derecha se apropió de palabras sagradas Libertad, Igualdad, Fraternidad y les dio el sentido de sus intereses de clase.
Se ha apropiado de la idea de Libertad porque tiene el poder de ejercerla libremente por encima de toda consideración a una ética o bien común en aras de un individualismo que no está limitado por ley alguna.
No soporta la idea de Igualdad porque teme que no respete distinciones, jerarquías; en suma, que la igualdad sea un argumento que desconozca el orden social; la idea de que la necesidad crea derechos la exaspera porque vive de las necesidades que crea en los otros para poder ejercer su dominación.
Tampoco soporta que todos los hombres sean iguales ante la ley y para eso utiliza parte del Poder judicial y el lawfare ayudado por la mayoría de los medios de prensa. La idea de que la necesidad crea derechos exaspera su orden, que considera como natural.
Que los derechos sean originados o producidos por la necesidad es en esencia la noción de Fraternidad en la tradición de la Revolución Francesa. Reconocer al otro es reconocer su necesidad y por lo tanto el deber moral de repararla, auxiliarla o compensarla.
A principios de la década de los 60, Simone de Beauvoir publicó “El pensamiento político de la derecha” e invocaba que Jules Romains escribió que “situarse a la derecha es temer por lo que existe” y agregaba de Beauvoir “cuando aún no compartía ese temor”.
La derecha incluye en sus huestes tanto a aquellos que pertenecen a la clase alta como a los que sienten o quieren ser como ellos. Se reconocen entre sí en sus lazos sociales conformados por relaciones de intereses, creencias, deseos, imaginaciones y hasta ilusiones; en no pocos casos son lazos delictivos cuando se trata de compartir negocios, en especial financieros.
La derecha en el ejercicio de su poder se propone la sumisión de los demás, no puede tolerar que las necesidades sean un derecho, aunque esa necesidad sea solo comer o vivir dignamente. La derecha sufre y no soporta el sufragio universal desde siempre; desde siempre es en nuestro país a partir de 1916 y que desde 1947 incluye el voto femenino, pero tiene momentos de respiro de esa “ponzoña” que corroe los valores, no los valores de todos, de sus valores. Inician una era convocada por Lugones en 1930 (“Es la hora de la espada”) para dar el golpe de Estado contra un gobierno elegido democráticamente; su hijo “inventó” la picana eléctrica para utilizarla contra opositores, imitando a los estados europeos más desarrollados que desde Edison lo practicaban en sus colonias.
No soporta que el voto ciudadano, que tantas vidas costó conseguir, otorgue derechos para que puedan también sentir ser ciudadanos sociales; esto es lo inadmisible para ella. Cuenta algún historiador que el terrateniente salteño Patrón Costa (qué nombre ese de Patrón, ¿no?) no podía tolerar que un trabajador, mirándolo a la cara, le pidiera aumento de sueldo. Era la época en que se tenían que sacar la gorra cuando pasaba el patrón y los campesinos, además, bajaban la cabez.
Otros, que los hay y hasta demasiados, quieren ser como la derecha y por eso se embanderan juntos hasta para apoyar a fraudulentos cuya patria son los paraísos fiscales. ¿Serán conscientes de ello? ¿O son simplemente la tilinguería, término acuñado por un lúcido analista de este sector social? Estos no quieren que se los compare con los que están más abajo, los que son solo pobres. Yo diría empobrecidos, que no es lo mismo, como que ricos tampoco es lo mismo que enriquecidos.
El orden de las distinciones es parte de la esencia de su Orden Cultural, así como las jerarquías y la desigualdad; un orden social no es lo mismo que “su orden”. Ahora bien, la derecha siempre logró su orden, impuesto, conquistado con “vencidos que agonizan en los pantanos” como dice Foucault.
Dueña de los derechos, enseña que la propiedad es sagrada. Pero no toda la propiedad es sagrada para ella: los ríos y las montañas, los lagos y mantos acuíferos, la fauna y los bosques, los glaciares, los humedales no son sagrados para la derecha: se apropia de todos ellos. Recuerdo con dolorosa nostalgia haber leído hace mucho tiempo la carta del Jefe Sioux dirigida al presidente de Estados Unidos Franklin Pierce que en 1854 ofrecía comprarle las tierras que habitaban, y su conmovedora respuesta: “El Gran Jefe de Washington envió palabra de que desea comprar nuestra tierra. El Gran Jefe nos envía también palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos mucho esta delicadeza porque sabemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco vendrá con sus armas de fuego y tomará nuestras tierras” y sigue: “no se puede vender la tierra porque es de los que la habitan y viven con ella, sería (dice), como vender el firmamento, el aire, las nubes, el sol, la propia vida”. La respuesta del presidente de los Estados Unidos, como sabemos, fue la conquista de esas tierras a sangre y fuego y el genocidio de sus habitantes; un proceso similar realizó la derecha en nuestras pampas.
La derecha cuando no es gobierno nunca duerme: conspira, avanza agazapada, encubierta en retóricas sobre la supuesta existencia de amenazas a la libertad, a la democracia, a la república, a la moral; históricamente se propone tratar de derrocar, hasta con sangre, amenaza ahora a un gobierno que quiere impulsar una política para transformar en derechos las necesidades sociales básicas.
No la dejemos.
Juan S. Pegoraro es profesor consulto (UBA).