La primera ilustración es una persona con un vestido, cabeza chiquita, nada de sonrisas falsas ni rubor, y el despliegue en triángulo de una falda enorme, ¿una panza?, un planeta-mantel donde cabe un cuerpo, o miles, como manda esa fantasía que acosa a los niñxs a eso de los tres años, la edad donde la fascinación por la madre es tan intensa como su repulsa. Mi cuerpo es mío parecen decir cuando se niegan a los besos y abrazos, y tanta razón tienen en apropiarse por primera vez (y lo deseable es que sea para siempre) de sus planicies, huecos y humedades. Su cuerpo es suyo y el de la madre alberga misterios. ¿Si salimos de esas panzas, sigue habiendo bebes ahí adentro? ¿Hay miles de bebes o unx es el único? ¿Qué hay adentro de mamá si yo ya ni estoy allí?, preguntan muchxs.
Mi pequeño, un libro que entra en la categoría de literatura infantil porque sus creadores se dedican a ella pero que es para todos y todas, de cualquier edad, es una joya de 80 páginas, un paseo por la vida entera en pocos minutos, una flecha que se dispara al futuro con la velocidad en que los ojos se llenan de lágrimas al leerlo. La medida de ese tiempo es extraña, tanto como sentir que en una pagina pasan diez años, y diez y diez, y la vida se acaba y esa persona, esa madre, ese gigante que no es especialmente femenino porque puede ser cualquiera, porque representa mas que nada la función materna y no la mujer adornada con los predicados que tanto gusta a nuestra cultura heteronormativa: madre dulce adorada y con las tetas paradas, esa persona habilita el crecimiento, con esa avidez por contarlo todo que tenemos quienes tenemos hijxs, o maternamos.
Ganador del Bologna Ragazzi Award, se podría pensar que Mi pequeño es tan bueno, efectivo y redondo porque la dupla que lo trajo al mundo es una pareja: Germano Zullo y Albertine. El escribe y ella dibuja y él también escribe y juntxs tienen libros paridos en Suiza que son leídos en todos lados, porque sus temas siempre son universales. “Los pequeños detalles no están hechos para ser advertidos. Están hechos para ser descubiertos” dicen en Los pájaros y anticipan algo de la intensa gracia desplegada en Mi pequeño. No sólo por esa silueta de madre que se desmarca de los estereotipos sino por esa ansiedad de la crianza, esa ilusión por trazar el mapa más amable y sincero en la cabeza de los hijxs, desde que son tan chiquitos que difícilmente sobrevivirían sin nuestros cuidados hasta que crecen, se vuelven fuertes y empiezan a saber por ellxs mismxs, aun necesitando brazos fuertes de donde agarrase cuando la tormenta acecha. Todo es simple en Mi pequeño. Las frases, pequeños haiku que se potencian a mil con las ilustraciones: “De hecho, no sé muy bien por dónde empezar” o “Nuestra historia” dicen mientras la dupla mamá-hijo retoza, gira y se mira a los ojos. El se vuelve grande y ella chiquita, hasta que se esfuma, tan liviana como él al comienzo, dando cuenta también de la finitud, la muerte y el pase de posta a las generaciones que nos siguen como trámites hermosos pero también violentos como chispazos. Algo de que la historia no tiene un principio, como dirá la madre en algún momento, porque es cíclica y se repite y vuelve a empezar, aún cuando nosotrxs ya no estemos.
Acertada decisión de la editorial independiente Limonero, creada por Lulu Kirschenbaum y Manuel Rud, quienes trajeron este título de la Feria del libro infantil de Bolonia, lo hicieron traducir por Delfina Cabrera y lo siguen distribuyendo con tenacidad en librerías de todo el país. Libro-objeto, casi un manual de crianza con la perspectiva puesta en superar todos esos escollos que parecen enormes y en realidad no son más que pequeños detalles de grandes historias, sobre esos amores tan fuertes que delinean nuestros destinos.