“Hoy elijo ser ama de casa”, titula la revista Gente, en su edición del 28 de marzo del 2017, sobre la foto de la modelo y conductora Paula Chaves, como si la historia pudiera retroceder un siglo en un diseño retro de moda y modales. Tiene una hija de tres años y desde que nació trabajaba todos los días sin feriados, licencia para ir a un acto del jardín o llevar al pediatra. Pasó su segundo embarazo sin reposo. Volvió a las cámaras antes de los dos meses a pesar de que la licencia por maternidad en la Argentina es de noventa días y que tiene que dar la teta exclusiva (porque quiere) pero también porque la recomendación del Ministerio de Salud aconseja pecho a demanda hasta los seis meses. No pudo reducir su jornada laboral. Ni tampoco hacer parte del trabajo desde su casa. El padre (Pedro Alfonso, ganador del Bailando) no se podría haber quedado con el bebé porque su licencia es de solo dos días. Ella tampoco pudo extender su licencia a seis meses o un año sin goce de sueldo pero sin perder su empleo. En un día de furia y llanto dejó el trabajo cuando las manos ya no pudieron atajar pañales y responsabilidades. Sin embargo, se hace apología de su retiro laboral como una vuelta al trono de la palabra ama de casa, aunque se trate de una historia (con más glamour y caché) parecida al de tantas madres precarizadas en un país en el que faltan políticas de cuidado para que se pueda cuidar sin sufrir un colapso de tironeos entre pasiones, amores, deseos y necesidades.
–Creí que ya no quedaba registro de antifeminismo en tu generación –diagnostica la revista sobre su decisión de optar por trabajo doméstico (no remunerado) y cuidar a sus dos hijos de tres años y seis meses.
–¡Somos muchas! Todas las mujeres de mi grupo de crianza de WhatsApp piensan así –dice Paula que, lejos de un ama de casa pasiva, pelea contra cesáreas innecesarias, el colecho (por el que Tinelli la bombardeaba en cámara) y quiere ser doula. No se puede ser antifeminista y pelear por las mismas banderas que el feminismo (pero en la batidora mediática todo queda mezclado). Los derechos del parto respetado también los peleó el feminismo que logró la ley del parto humanizado (en el 2004) y su regulación (once años después de una ardua pelea) durante el 2015.
El problema no es la elección de Paula, ni su deseo, sino el arrinconamiento por falta de derechos a tener que dejar un ingreso económico o el placer de hacer lo que les gusta (y, en el caso de muchas, a trabajar a destajo en contra de su deseo) en un país donde la desprotección va in crescendo, ya que se derogó la jubilación para amas de casa y ni Paula, ni las que elijan su mismo camino tienen (desde septiembre del año pasado) futuro asegurado.
No es su elección el problema, sino un modelo económico donde la grieta entre familia y trabajo se ensancha y las piernas de las mujeres se ven arrinconadas a elegir y a perder, siempre, algo. Y el problema sí es que la tapa de Gente la muestra como una modelo de los años cincuenta con una aspiradora larga y ancha (más fálica que el Obelisco), más acartonada que una horneadora de galletas serial y norteamericana, más rubia que antes, con 25 kilos menos (como trofeo de puérpera pero flaca) y con recetas para la cocina y para mantener la pasión en la pareja porque se puede ser madre… pero no des-producida (porque ahí los medios le dirían despechada si llora porque el ex se va con otra o interesada si una vez que perdió fama, posibilidades, contratos y ahorros busca una cuota alimentaria).
El problema no es ser ama de casa, sino que los medios batan palmas para que las mujeres vuelvan adentro de sus casas y de los empujones sociales construyan el falso discurso de la elección por deseo sumiso.