Los inversores globales reciben informes con datos alarmantes: el 40 por ciento de la deuda externa de los países emergentes enfrenta riesgo de incumplimiento el próximo año. Las advertencias no recaen únicamente sobre las economías no desarrolladas.
El establishment financiero mundial empieza a mirar con desconfianza el sobreendeudamiento de Estados Unidos. La deuda de ese país representaba el 35 por ciento del Producto en 2007. La cifra se elevó a 70 por ciento en 2013 y este año superará el 100 por ciento.
El presupuesto del Tesoro estadounidense tiene el desequilibrio más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Cubrirlo requiere acumular nuevas deudas.
El año pasado el déficit fiscal de Estados Unidos fue del 5 por ciento del PIB. Este año se ubicará en el 18 por ciento y el año que viene en torno del 11 por ciento. Las cifras fueron estimadas por la Oficina de Presupuesto del Congreso norteamericano.
Estos datos no pasan desapercibidos entre los analistas.
Insostenible
Son cada vez más los economistas que aseguran que Estados Unidos se enfrenta a una bomba de deuda. La comparación que hacen es con los primeros años de la posguerra.
En la década del '40 el nivel de endeudamiento del Tesoro había alcanzado el 120 por ciento del Producto. Pero en la década del '60 la cifra ya era menor al 40 por ciento.
En esos años la economía estadounidense se benefició de un período dorado de producción interna. Las fábricas inglesas, alemanas y japonesas habían quedado destruidas. Los países de Asia no eran un foco manufacturero. Era otro mundo.
El planteo que hacen ahora los economistas críticos del sobreendeudamiento de Estados Unidos es que no existen las mismas condiciones para absorber los pasivos.
Puesto en otras palabras: los niveles de endeudamiento actuales no son sostenibles porque la capacidad para crecer de la economía es muy distinta.
Estados Unidos creció a ritmos de casi 4 por ciento por año durante la década del '50. Se trata de un ratio casi imposible de lograr en los próximos años.
Tres desequilibrios
El mundo pospandemia es impredecible. Pero una de las pocas afirmaciones robustas que puede hacerse es que la economía global deberá enfrentarse a tres desequilibrios importantes.
El primero es el estancamiento de los mercados internos, tanto en las economías desarrolladas como en los países emergentes.
Resulta extraño encontrar un economista que considere que no cambiarán los patrones de consumo de la población en favor de una mayor propensión al ahorro (por la incertidumbre o el efecto de las nuevas costumbres). El resultado sería una reducción del consumo e impacto sobre la demanda agregada de las economías.
El segundo desequilibrio se encuentra en el mercado laboral. Parece improbable que la crisis del coronavirus no acelere cambios en los esquemas productivos y el reemplazo del trabajo humano a favor de la automatización y la robotización.
La falta de crecimiento y la dificultad para sostener el empleo son dos problemas concentrados en la economía real.
El tercer desequilibrio, en cambio, se concentra en la financiera: la bomba de deuda de las potencias maduras y del mundo en desarrollo.