De que manera motivaba al equipo, sus enseñanzas, su manejo del vestuario, la cábala previa a los partidos y las costumbres en las concentraciones. Como era el técnico que marcó un antes y un después en la vida de Racing.
Se cumplen 53 años de la primera hazaña en la vida del club. El 29 de agosto de 1967 ganó su única Copa Libertadores derrotando 2-1 a Nacional de Uruguay en el Estadio Nacional de Santiago de Chile.
Juan José Pizzuti fue el autor intelectual de ese conjunto, más conocido como “el Equipo de José”, que armó pieza por pieza, que fue cambiando sobre la marcha, y al que le dio un funcionamiento colectivo que marcó un antes y un después en la historia del conjunto de Avellaneda.
Pizutti, tras ese primer titulo internacional, se metió en el corazón del hincha racinguista. Su gente se lo demostraba cada vez que pisaba el césped del Juan Domingo Perón. “Tito”, como se lo conocía, fue el primero en la historia del fútbol argentino al que le dedicaron un cántico en las tribunas del estadio: “Y ya lo ve, y ya lo ve, es el equipo de José”, cantaban desde los cuatro costados con la voz desaforada, a punto de quebrarse por la pasión y la felicidad que tenían cada vez que visitaban el Cilindro.
Ese canto a la alegría, que se transformó con el tiempo en un himno tribunero, fue un clásico de todos los domingos que le dedicaban los racinguistas a Pizzuti y sus dirigidos, quienes escribieron las páginas más gloriosas de este club. “El fútbol de Racing es el verdadero fútbol. No entiendo a este juego practicado de otra manera”, sostuvo Pizzuti en su época de jugador.
Con el paso del tiempo sería consecuente con esa declaración al llevarlo a la práctica, y cambiar la historia para siempre desde su rol de entrenador. Ese equipo desplegó brillo por las canchas argentinas y marcó una época, que, hasta el día de hoy, es muy bien recordada.
Tres referentes del plantel y titulares en la mayoría de los encuentros reflejan porqué fue el mejor técnico que tuvieron. Y que tipo de enseñanzas de vida les dejó dentro y fuera del campo de juego. “Lo primero que nos inculcó fue la disciplina. Aseguró que iba a ser sumamente estricto en ese sentido. Teníamos un buen plantel, pero faltaba alguien que ponga mano dura. Y apareció el indicado. Rescato su gran personalidad. Era duro con todos por cómo decía las cosas, pero hablaba en buenos términos. Nadie se ofendía porque era su manera de ser”, recordó Juan Carlos Rulli, en dialogó con Página/12.
Por su parte, Humberto Maschio se refirió a lo segundo que implementó ya con el buzo de entrenador puesto: “Ser buenas personas. Como grupo éramos muy unidos. Siempre pregonó la amistad, el respeto, la unidad, actuar correctamente y ser familieros. Fue un fenómeno”, destacó el volante que vino desde Italia por pedido especialmente de él.
Las enseñanzas de vida que dejó tienen que ver con lo que aprendió durante su infancia. Fue hijo de ferroviarios. Se quedó huérfano de muy chico. Por esta desgracia, crió sólo a sus tres hermanas hasta que se casaron. La peleó de joven para mantenerlas unidas y que no les falte nada. Ya de grande, utilizó esa experiencia para inculcarle a cada integrante del plantel lo importante que es la familia.
“Antes de cada entrenamiento nos hablaba de fútbol y de la vida. Te aconsejaba cómo cuidar el dinero. Te decía: 'Cómprale una casa a tu mamá, una a tu señora y una para vos. No la malgastes. Cuiden el dinero que esto no dura mucho'. Se preocupaba por los premios que cobraban luego de los partidos. Salimos campeones del mundo y ganábamos 50 mil pesos por encuentro. Se encargó de aumentar a 80 mil. Nos cuidaba bastante. Era un padre, además de ser el líder del grupo”, remarcó Maschio.
Por su parte, Rulli definió a Pizzuti como “una persona muy correcta, seria y educada. No era expresiva. Parca hasta que tomaba confianza. Trataba a todos por igual y de usted”. Y agregó: “Nos enseñó a cumplir un horario a rajatabla y mantener una línea de conducta. También implementó un almuerzo los jueves, tras los entrenamientos. Con la plata de las multas comprábamos los alimentos. El llegaba mucho más temprano que el resto para estar muy poco tiempo. No quería tener relación en esas circunstancias. Estaba, se reía, pero no intervenía. Aglutinaba gente de esa manera. Era muy motivador en ese sentido”.
Fuera del ámbito de trabajo, Pizzuti, Maschio y Rulli tuvieron una muy buena relación. Eran muy amigos. Se juntaban a comer, compartían vacaciones en familia y momentos de ocio. Al respecto, los dos últimos coincidieron en su forma de ser como líder de grupo: “En el vestuario no nos tuteábamos. Quería que todos sean iguales. No era distante, pero se hacía respetar a su manera. En la cancha medía a todos con la misma vara. Si nos tenía que meter una multa, lo hacía. Si nos tenía que sacar por bajo rendimiento, lo llevaba a cabo”.
En tanto, por su fuerte personalidad y manera de comportarse, Pizzuti le transmitió el respeto en primer lugar a sus jugadores, y en segundo, les marcó condiciones a aquellos que transgredían las normas. No le gustaba las llegadas tardes a los entrenamientos, que digan malas palabras, los malos comportamientos, y que lleguen fuera del horario establecido a las concentraciones. Toda acción no permitida era castigada con multas que alcanzaban los cinco mil pesos, lo que equivaldría al cinco % de los sueldos de los futbolistas.
Por iniciativa de José, la plata acumulada tenía un fin solidario. Iba para las escuelas aledañas, a los hospitales, y también la utilizaban para regalarles juguetes a los niños de los colegios de Avellaneda. “Fue muy exigente con las multas y no dejaba pasar ninguna. Te castigaba hasta por tirar migas en el piso. Nos enseñó a respetar al prójimo. Y a valorar lo que teníamos. Me acuerdo de que lo multó a Roberto Perfumo por llegar tarde a la concentración el mismo día que se casó. Llegó después de la una de la mañana, que era el horario límite. Era bravo”, ratificó Maschio.
En el contexto futbolístico, Pizzuti remarcaba en las charlas técnicas que no importaba el rival, que había que enfocarse en el equipo. Tenía en claro lo que podía dar y como quería jugar con el sistema elegido 4-3-3. “Tenía una gran visión de juego. Buscaba atacar constantemente. Siempre hablaba de nosotros. Y hacía la arenga: 'Salgan a ganar, a atacar. No miren hacia atrás, siempre al frente, piensen en el arco de enfrente'. El fue un técnico netamente ofensivo, más allá de si estábamos ganando o perdiendo. Recuerdo que una sola vez se refirió al competidor. Fue cuando viajó a Escocia a ver al Celtic para la final de la Intercontinental. Trajo un papelito para cada uno, con las indicaciones. Y durante la charla técnica dijo: 'Ustedes ya saben lo que tienen que hacer'. Y no agregó más nada. Era un genio que tenía las cosas muy claras“, recordó Maschio.
El final de la historia ante el conjunto escocés es conocida. Racing se consagró campeón del Mundo en Montevideo ganándole 1-0 con el tanto Juan Carlos Cárdenas. Justamente, “El Chango” recuerda cuando su entrenador decía: “El jugador pasa y quedan las personas. Tenemos gloria, pero debemos ser mejores personas. Tener esas dos actitudes no era fácil. Y eso lo aprendimos de él".
En otro orden, José nunca quedaba conforme con la actuación del equipo. Previo a la primera práctica de la semana, hacía un balance en grupo de lo que dejó el partido, y aprovechaba para motivarlos de cara al próximo. “Después de ganar no decía nada. El martes cuando daba la charla arrancaba con: 'Se jugó bien, pero nos falta. Todavía hay cosas que corregir'. Nunca estaba conforme. Era una estrategia para seguir mejorando y que no nos relajemos. Nos motivaba de esa manera. Era muy inteligente”, destacó el tío de Gerónimo Rulli, arquero del Montpellier de Francia.
Más allá de lo estricto en algunas cosas, el entrenador era permisivo en otras. Entre ellas, aceptaba una cábala “extraña” que le dio buenos resultados, durante la racha de 39 partidos del “Equipo de José” sin conocer la derrota. Antes de salir a jugar, cantaban la Marcha de Boca en todas las canchas por idea de Norberto “el Toro” Raffo. Mientras se cambiaban, ponían el disco entero y entonaban canciones de otro club: “Nos querían matar en el vestuario. Un día fuimos a la Bombonera y el presidente de Boca, Alberto J. Armando, nos escuchó en el vestuario visitante. Vino y nos pidió encarecidamente que no la cantáramos. Cerró fuerte la puerta muy enojado, se fue y subimos el volumen”, recordó, risueñamente, Maschio.
Por su parte, Pizzuti mantuvo una costumbre que con los años fueron adquiriendo otros técnicos, como Carlos Salvador Bilardo. Durante las concentraciones en los hoteles, pedía que dejen puestas las llaves del lado de afuera para que pudiera ingresar a las habitaciones a observar si estaban los futbolistas. Además, antes de dormir, dentro de un horario permitido, les solicitaba que lean, jueguen a las cartas y no miren la televisión. También los dejaba salir siempre y cuando regresen antes del horario pactado.
No obstante, Juan José se había destacado en sus tiempos de jugador como un hombre que disfrutaba salir de noche. Escuchaba Tango y asistía a “Caño 14” para juntarse con sus amigos tangueros: Aníbal Troilo y Roberto Goyeneche, entre otros. Como entrenador, disfrutaba de tomar whisky todos los días y mantuvo esa costumbre durante las concentraciones. “Mientras él bebía whisky, nosotros vermouth”, aseguró uno de sus ex futbolistas. “Le gustaba salir de copas (en la época de jugador), pero después se curó. Se acostaba a las seis de la mañana, pero tenía la virtud de ser el primero en llegar al entrenamiento. Nunca se borraba. Era muy profesional”, aclaró otro.
En otro orden, en la época más gloriosa del “Equipo de José”, el plantel no concentraba (únicamente lo hacía para los partidos de Copa Libertadores). Entonces, los futbolistas dormían en sus casas. A raíz de esto, el técnico impuso un nuevo régimen: mandaba a un empleado del club a visitarlos (elegía tres por día), para chequear que estuvieran en sus hogares. Podía llegar a cualquier hora (el horario máximo era las 12 del mediodía) y debían firmar el cuaderno de presentismo. "A mi casa vino una sola vez y justo había ido a cenar con mi señora a lo de mis suegros. Cuando volví, me estaba esperando el tipo. Por suerte, llegué antes de la medianoche y zafé de la multa”, contó a carcajadas Rulli.
Como técnico Pizzuti fue único. Era un distinto. Dejó enseñanzas que sus colegas fueron llevando a cabo, pero que, con el correr de los años, se perdieron y hoy ya no se observan. Donde se encuentra la cancha auxiliar, detrás del Cilindro, existía un muro con números que José mandó a pintar. Resulta que después de los entrenamientos, llevaba a varios jugadores a mejorar sus defectos físicos. “A Raffo, por ejemplo, lo hacía practicar con la pierna zurda, la menos hábil. A mí me llevaba a entrenar con la derecha. A Roberto Perfumo le perfeccionó el cabezazo. Le tiraba la pelota al perfil derecho e izquierdo. Fue un técnico completo que se preocupaba mucho para que sigamos mejorando”, espetó Maschio.
El primer encuentro oficial como DT en “La Academia” fue el 19 de septiembre de 1965 con victoria 3-1 ante River. Su trabajo se hizo notar rápido porque pasó del último lugar a finalizar quinto en la tabla de posiciones. Trabajó sobre la moral de sus futbolistas e incorporó al preparador físico, Rufino Ojeda, para mejorar el rendimiento.
Mas allá de trabajar en lo anímico, revolucionó el equipo. Hizo cambios y modificó piezas para su mejor funcionamiento. "Tito fue fantástico, con una gran visión del juego. Al 'Mariscal' Perfumo lo puso de dos (jugaba de volante central), al 'Coco' Basile de seis (se destacaba en el mediocampo), y al 'Panadero' (Rubén) Díaz lo pasó de la zaga al lateral izquierdo. A mí me ubicó de centro delantero para que me mueva por todo el frente de ataque. Cambió a todos los chicos menos a Agustín Cejas, que era el arquero ja”, contó, risueño, Cárdenas.
El “Equipo de José” se cocinó a fuego lento durante un tiempo antes de que ganara absolutamente todo. Cuando ya estaba aceitado, traspasó las fronteras en 1967. Primero festejó en el continente americano ganando la Copa Libertadores, un día como hoy hace 53 años, y luego tocó el cielo con las manos consagrándose campeón del Mundo.
Con mucha congoja, Rulli se despide con una frase rutilante: “Le decíamos 'El Maestro' por todo lo que nos enseñó”. Un fiel reflejo de lo que sienten aquellos que lo conocieron. Sus enseñanzas quedaran para siempre en el fútbol argentino.