La palabra Feud (léase: “fiud”) proviene de una palabra germánica (fihu, fêhu). Significa, por un lado, feudo (es decir: dominio o posesión). Por el otro, como siempre que hay bienes escasos involucrados: hostilidad, enemistad, venganza.
La serie Feud, que debemos al siempre atento ojo maricón de Ryan Murphy (Nip/ Tuck, Glee, American Horror Story, Scream Queens) pudo verse hace algunos días cuando la cadena Fox liberó gratuitamente sus canales premium. Es muy probable que se estrene en los canales de cable corrientes pero, de todos modos, sus primeras deliciosas entregas están disponibles en Internet.
Feud centraliza su atención en un reino, Hollywood, y dos dominios y dos rencores irreparables, los de Bette Davis (interpretada por Susan Sarandon) y los de Joan Crawford (interpretada por Jessica Lange). El motivo: la filmación de Qué pasó con Baby Jane, la extraordinaria película que ambas protagonizaron cuando sus carreras comenzaban un lento pero inexorable declive. Como es fama, diez días después de haber terminado el rodaje, Bette Davis publicó su célebre aviso en los diarios: “Madre de tres hijos -10, 11 y 15-, divorciada. Americana. 30 años de experiencia como actriz de cine. Aún con movilidad y más afable de lo que dicen los rumores. Desea empleo estable en Hollywood (o Broadway)”.
Los temas explícitos de la serie son: el sistema de estrellas del cine clásico, la manipulación de las actrices mujeres por parte de los aparatos de producción (predominantemente héteropatriarcales) para mejorar el rendimiento económico de las películas, la irremediable decadencia del cuerpo y la volatilidad de los favores de las audiencias.
Afortunadamente, Feud es mucho más que eso porque constituye un complejo sistema de cajas chinas que van y vienen en el tiempo y permiten interrogar la potencia de los nombres, en particular el de la “loca mala”, un personaje ya casi en extinción (ahogado por las musculocas de gimnasio y los gay geeks que ejercen sus dominios feudales en el reino de la imaginación homosexual de estos tiempos).
Qué pasó con Baby Jane (1960), como se sabe, fue una novela escrita por Henry Farrell y adaptada al cine en 1962 por Robert Aldrich para Warner Brothers. Un año después de su estreno, la película había recaudado casi diez veces más que el millón de dólares que costó. Su secreto: haber aprovechado el gótico truculento y un poco queer que Psicosis había impuesto en las pantallas en 1960 y una trama desquiciada llevada adelante por dos actrices que hicieron del odio que se tenían la combustión perfecta para públicos necesitados de una química emocional y física que en el mundo real ya no podían encontrar.
La película Qué pasó con Baby Jane es, en sí misma, un sistema de mundillos incluidos porque sus dos personajes fueron estrellas (en diferentes momentos de sus vidas) del alucinado mundo del espectáculo (Jane en el vodevil, Blanche en el cine). Feud agrega un círculo de distancia crítica y coloca en ese espacio lo queer de Hollywood, siempre un poco misterioso.
En la serie, Dominic Burgess interpreta a Víctor Buono, el actor que interpreta a Edwin Flagg (en Baby Jane), que interpreta el piano. En una escena particularmente reveladora le pide a Susan Sarandon, que interpreta a Bette Davis, que interpreta a Baby Jane, que interpreta la canción terrible “Le escribí una carta a papá”, que diga “la frase” que a las locas malas de todas las épocas hizo estremecer de felicidad.
Susan-Bette consiente y dice: “What a dump!” (“qué pocilga”), línea famosa de la película Más allá del bosque (King Vidor, 1941), que comenzaba con la advertencia “Esta es la historia del Mal. El mal es testarudo y pomposo. Por el bien de nuestra alma, es saludable para nosotros verlo en toda su fea desnudez de vez en cuando”. La responsable de exponerlo era Bette Davis, en el papel de Rosa Moline.
Es como uno de esos parlamentos de Esperando la carroza que se independizan de la trama y sobreviven por sí solos, porque son el encuentro de una combinación precisa de palabras y un tono que la agudeza de la loca mala siempre reconocerá como propio.
Tan famosa fue esa frase que Edward Albee (dramaturgo abiertamente gay) la incorporó en su extraordinaria pieza Quién le teme a Virginia Woolf (1962). En 1966, la obra fue llevada al cine con Elizabeth Taylor en el papel de Martha, que pronuncia la frase al comienzo mismo del primer acto y luego trata de recordar su origen.
En estos juegos de lenguaje adheridos a los cuerpos y la cultura homosexual de todos los tiempos (al menos, de los tiempos posteriores al cine) se juega la suerte de una identidad que no es más que un juego de máscaras y una danza espectral. Si la loca siempre fue un poco idólatra de las estrellas de la pantalla (Mae West, Bette Davis, Lady Gaga o Moria Casan) lo fue porque encontraba en esas imágenes fantasmáticas una forma de decirse a sí misma.
En Feud, Bette Davis acude a rescatar a Víctor Buono de la comisaría, a donde ha sido llevado directamente del petódromo donde lo han apresado. Cuando el policía que la atiende le pregunta si puede probar la inverosímil excusa que ella lanza como descargo, ella le contesta, sencillamente, “¿Qué te parece?”, sacándose los lentes y revoleando sus ojos gigantes.
Feud canta el canto del cisne de la loca mala. Invierte, en algún sentido, la perspectiva clásica. En Baby Jane, la “maldad” de Bette Davis y su potencia actoral es mucho más evidente que la de Joan Crawford (esa “mosquita muerta”). Por eso Hollywood la nominó al Oscar una vez más. Pero en Feud es probable que quien se lleve los premios sea Jessica Lange (que hace una Crawford profundamente atormentada).
Más allá o más acá de las performances, lo que Feud nos regala es un fragmento de la historia de la conciencia homosexual de sí.