En el joven Heidegger, implicado en el problema filosófico de la Vida, toma especialmente relevancia la ruptura temporal que emerge en la denominada "existencia cristiana". Nadie se puede dar a sí mismo una existencia cristiana. Llega como una interrupción brusca, como una ruptura absoluta con el pasado, una ruptura que sólo otorga la gracia de Dios. Es lo que Heidegger extrae de las dos famosas cartas de Pablo: la existencia cristiana es la conversión integral que nos redime del pasado. Esa ruptura no está en el futuro cronológico, aunque está siempre por advenir; ni en el pasado representable, aunque de algún modo es un retorno. 

De entrada hay dos autores implicados en estos caminos del joven Heidegger. Badiou, que lo omite para sin embargo encontrar en Pablo la confirmación de la teoría del Acontecimiento, y Benjamin, que con sus reflexiones sobre la "interrupción mesiánica de la historia" muestra hasta qué punto Heidegger no quiso saber nada y reprimió la condición radicalmente judía del Cristo. Esta ruptura sin finalidad establecida, esta interrupción donde se reúnen fugazmente retorno y futuro, este modo de volverse radicamente singular en una tarea que se vuelca en lo común remite a la cuestión laica de la Emancipación. Sin embargo no vivimos en la época histórica de las rupturas.

El neoliberalismo las ha bloqueado y los grandes acontecimientos de la historia -las irrupciones igualitarias, las revoluciones, los acontecimientos fundacionales, los grandes hombres y las grandes mujeres del acontecer político- no encuentran ya un lugar ni una fuerza histórica donde irrumpir como sujetos de un Acontecimiento. Se les puede reclamar mucho a los liderazgos, a ellos y a ellas, pero son las sociedades las que están capturadas en los dispositivos neoliberales que empujan hacia lo que Lacan vaticinó como propio del mundo capitalista en su mundialización contemporánea: al quedar disueltos los puntos de anclaje simbólicos que organizaban los vínculos sociales todo marcha hacia el delirio.

La Pandemia ha potenciado especialmente esta pendiente de tal forma que se vuelve a poner de relieve en el escenario mundial la famosa "interrupción mesiánica de la historia" de la que hablaba Walter Benjamin.

Esta interrupción mesiánica, de carácter salvífico, sólo la puede protagonizar un Pueblo y no una Sociedad. Las sociedades se van derechizando progresivamente y las corporaciones aliadas al mundo financiero han cristalizado en las sociedades una increencia radical frente a cualquier proyecto transformador. Increencia que se reparte entre el cinismo o el delirio.

El Pueblo es otra cosa que la Sociedad. Es siempre lo que falta y lo que está por venir y especialmente en medio de la conjunción entre Pandemia y Neoliberalismo es la única revelación. La única separación posible que puede interrumpir la deriva derechista de las sociedades. El acontecimiento que pueda resonar en cada uno como un llamado a una existencia distinta a la que el neoliberalismo impone con su construcción del "homo económicos" es el camino que lleva al Pueblo a interrumpir el rumbo que la Sociedad reproduce como agenda neoliberal.

Es evidente que entiendo aquí, sólo por esta vez, en medio de un posible derrumbe civilizatorio, al Pueblo en el límite de una religión laica. Están estas consideraciones muy alejadas de los problemas propios del gobernar. Solo se trata de un anhelo, el de un pueblo que se atreva a experimentar el acontecimiento inconmensurable del amor, la justicia y la igualdad.