No fueron las fotografías ardientes creadas por el joven chino Ren Hang las que terminaron con su vida, su vida fugaz de 29 años. Fue una depresión crónica que lo llevó al suicidio el 24 de febrero en Berlín, en donde se encontraba trabajando y a pocos días de cumplir los 30. Una ventana y el abismo terminaron con su vida. Una muerte anunciada ya que Ren hablaba abiertamente de su depresión y cada año deseaba que fuese el último.
Se inició en la fotografía mientras estudiaba en la Universidad en Pekín y empezó a tomar fotos de sus amigos por simple aburrimiento.
Con el tiempo adquirió fama por sus imágenes de jóvenes modelos chinos en poses inusuales y esculturales. Modelos desnudos. En sus fotografías de los inicios hasta en sus últimos registros para una casa de moda de Pekín, los cuerpos sin ropas fueron presentados por él como un destilado pensamiento visual. Una toma de posición, puede pensarse, no tan sutilmente política aunque él enfáticamente refutase que su arte fuese político. ¿Pero qué arte no lo es? “La política de mis imágenes no tiene nada que ver con China -explicaba-. Es la política china la que quiere intervenir con mi arte”, le comentó a la revista Dazed en 2015.
Se podría pensar su obra como una afrenta a la constipada moralidad sexual del gobierno chino, como un alerta que desliza su lucha por la creatividad y la libertad sexual en una sociedad estrictamente controlada donde la rutina de la disciplina la moldea hasta convertirla en conservadora.
La publicación especializada British Journal of Photography de Inglaterra lo citó una vez diciendo: “No quiero que otros tengan la impresión de que los chinos son robots... O que tienen genitales pero los guardan como tesoros secretos”.
Y despejar esa confusión fue su desafío. El desafío de su arte. Convencía a sus amigos y conocidos para que posaran en muchas de estas fotografías. Incluso hizo participar a su madre en una serie.
Fue un verdadero hijo de la generación de las redes sociales, compartiendo gratis su obra en su web personal y en sus cuentas de Facebook, Instagram y Flickr. De este modo ganó miles de fans, algunos de los cuales llegaron a modelar para él.
2017 se presentaba como un año consagratorio para este joven fotógrafo apadrinado por el prestigioso Ai Weiwei, quien lo consideró uno de los artistas emergentes más prometedores de su país y lo incluyó en la exposición colectiva Fuck Off 2, celebrada en 2013 en el Groninger Museum de Holanda.
Las fotografías de Ren Haig no podían verse en China. Allí su última muestra fue clausurada y hasta un espectador escupió sobre una obra. Su trabajo en su país estaba catalogado como pornográfico. Sin embargo, sus obras sólo recogen la coherencia de una ideología de la imagen que toma con naturalidad la desnudez y el erotismo. Su lado lúdico y también amoroso. Los cuerpos retratados en sus fotografías sudan sentimientos, no son objetos manipulados para producir orgasmos, aunque este pueda ser un fin no buscado. Sus fotografías realistas muestran los cuerpos a punto de gozar o de amar, cuerpos que se reconocen mientras se recorren por su propia acción o por una acción colectiva.
Entre sus desnudos frescos, casi naif, se destacan los cuerpos masculinos, donde el pene es el foco de la toma, siempre penes grandes, sus preferidos según confesó a la revista Vice de México. El homoerotismo era una característica de su arte.
Así queda demostrado en el libro monográfico dedicado a su obra y publicado este año por Taschen, un volumen que recoge prácticamente todo su trabajo, breve pero fecundo.
“Suelo retratar a mis amigos porque los desconocidos me ponen nervioso”, solía afirmar. Lo interesante es que, ante su objetivo, los modelos asumían poses extravagantes sin atisbo de pudor. “Mis amigos confían en mí”, afirmaba.
Sin embargo, ni ellos ni su obra alcanzaron para calmar su pena infinita: el malestar de vivir.