Donald Trump sostiene que la audiencia televisiva de la NBA bajó porque se convirtió en una organización política. Si fuera cierto lo que dice, debería ganar las elecciones del 3 noviembre. La gente le creería al presidente de Estados Unidos y no a los basquetbolistas que lo repudian. Pero parece que es todo lo contrario. Su reelección corre serio peligro. El magnate olvidó que a los jugadores les interesa más derrotar al racismo que la presunta caída del rating. Como a muchos otros deportistas que se plantaron ante el candidato republicano, cada vez más aislado en su egocentrismo y al que dan como perdedor todas las encuestas.
“No sé porque protestan”, se quejó como si los asesinatos y brutales ataques en serie de la policía a afroamericanos no fueran un problema de Estado. Al magnate no le gusta que le recuerden lo que tiene que hacer. Su problema es que se lo están diciendo atletas reconocidos, exitosos, que son respetados por millones de potenciales votantes. Eligió como enemigos a los NBA LeBron James, Kawhi Leonard y Stephen Curry en distintos momentos, a Colin Kaepernick del fútbol americano (la NFL) lo llamó “hijo de puta” hace tres años, a la capitana del seleccionado femenino de fútbol, Megan Rapinoe, le provoca un visceral rechazo. Aunque faltan poco más de dos meses para los comicios, es posible que Trump haya cometido un error decisivo. No el peor de todos, como los millones de infectados y miles de muertos que carga su gobierno por el mal manejo de la pandemia, pero si uno que podría influir en la votación. Los deportistas suelen ser seducidos por la política para captarlos como candidatos o voces que penetren en el electorado. El presidente hizo lo contrario.
Kareem Abdul-Jabbar recordó la última semana en una columna de The Guardian que las dos ligas principales de básquetbol, la NBA y la femenina WNBA, tuvieron una actitud “valiente” al suspender sus partidos por el racismo “tomando en cuenta los cientos de millones de dólares involucrados y todos los gastos y esfuerzos que tomó crear sus burbujas deportivas”. El ex jugador de los Milwaukee Bucks y Los Angeles Lakers se mostró orgulloso de que su ex equipo se negara a presentarse en el partido contra Orlando Magic en los playoffs luego del ataque policial por la espalda a Jacob Blake en Kenosha, estado de Wisconsin. También dijo que no lo sorprendió la medida porque el 81,1 por ciento de los NBA y el 88 por ciento de las basquetbolistas de la WNBA son negros y negras cuyas “familias y amigos no viven en una burbuja protectora”.
A la decisión de no jugar los partidos, Trump respondió con la chicana sobre la audiencia televisiva del mejor basquet del mundo: “Creo que la gente está cansada de la NBA porque se ha convertido en una organización parapolítica, y no creo que eso sea bueno ni para el deporte ni para el país”. Su vicepresidente Mike Pence ya había transitado por un camino chauvinista semejante en octubre del año pasado. Cuando la NBA defendió sus intereses comerciales en China –donde tiene una gran popularidad–, el vice dijo que “al ponerse del lado del Partido Comunista y silenciar la libertad de expresión, la NBA está actuando como una subsidiaria que es propiedad total del régimen autoritario”.
Los dueños de las franquicias y los basquetbolistas acordaron firmar un documento el viernes pasado que casi no tiene precedentes para una federación o asociación deportiva en el mundo. Un ejemplo más de cómo la política y el deporte se relacionan para vivir en armonía o tensión permanente. En el texto suscriben que van a “establecer de inmediato una coalición de justicia social, con representantes de jugadores, entrenadores y gobernadores que se centrará en una amplia gama de temas, incluido el aumento del acceso a la votación, la promoción del compromiso cívico y abogando por una significativa reforma policial y de la justicia penal”.
El documento informa que donde cada equipo tenga o administre un estadio, lo pondrá a disposición de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre “a fin de permitir una opción segura de votación en persona para las comunidades vulnerables al Covid”. Pero el punto más audaz del comunicado de la NBA es el tercero. La organización sostiene que “trabajará con los jugadores y nuestros socios de la televisión para crear y emitir anuncios publicitarios en cada juego de Playoffs dedicados a promover una mayor participación cívica en las elecciones nacionales y locales, y para crear conciencia sobre el acceso y las oportunidades de los votantes”. Por último, se anuncia la creación de una Fundación NBA para ayudar económicamente a la comunidad afrocamericana.
La movida del básquetbol que incluyó la suspensión de la quinta jornada de los playoffs, fue acompañada por las jugadoras de la WNBA que se sumaron el jueves pasado al paro. Las Grandes Ligas del béisbol cancelaron varios partidos. La Liga de hockey sobre hielo de EE.UU (NHL) también adhirió con una inactividad de dos días para los playoffs que se están jugando en las ciudades canadienses de Edmonton y Toronto. Tampoco se disputó una jornada del torneo de tenis de Cincinnati que este año cambió de sede a Nueva York. En la liga de fútbol americano (NFL) al menos nueve de los 32 equipos cancelaron sus entrenamientos a dos semanas del comienzo de la temporada. La Major League Soccer (MLS), en la que solo el 26 por ciento de los jugadores son negros, postergó cinco partidos. Las medidas adoptadas por los principales deportes profesionales del país demuestran el rechazo al racismo, la violencia policial contra la comunidad negra y el discurso de mano dura de Trump contra los miles de personas que se movilizan por todo el país.
Al presidente solo lo apoyan en la comunidad deportiva algunos magnates como él que pueden incidir en las elecciones más por el dinero que aportan, que por los votos que estarían en condiciones de acercarle. Uno de ellos es Ed Glazer, uno de los seis hijos de Malcom Glazer, el empresario fallecido que adquirió el Manchester United en 2005. Dijo sobre el movimiento Black Lives Matter que es “un símbolo de odio”. Una declaración que retrata con nitidez su pensamiento. Avram, Joel, Kevin, Bryan y Darcie son sus demás hermanos. La familia tiene también la franquicia del equipo de fútbol americano Tampa Bay Buccaneers y le aportó dinero a Trump en la campaña electoral que lo llevó a la Casa Blanca en 2017. Otro de los que respalda al presidente es Dana White, el CEO de la Ultimate Fighting Championship (UFC) que organiza las peleas sangrientas adentro de una jaula transmitidas por la conservadora cadena Fox. La preferida del magnate que ataca una y otra vez a la comunidad deportiva como si fuera Joe Biden, su rival demócrata en las elecciones.