Desde hace poco más de una década, Stephen King transita menos su calle principal, la del terror, y se adentra con frecuencia en los caminos laterales del policial negro. En 2014, con Mr Mercedes, inició su trilogía policial más ambiciosa. Sin ningún elemento sobrenatural y con gran respeto por el género (estaba dedicada a James M. Cain), Mr Mercedes presentaba a Bill Hodges, un ex policía algo depresivo y fundamentalmente decente, buena persona, enfrentado a un psicópata hitchcockiano llamado Brady Harstfield. Pero el enfrentamiento, más allá de la trama, quedaba representado en la escalofriante primer escena del libro. Un grupo de desocupados, un gran grupo porque es 2009 y la recesión está en su momento más dañino, hace cola frente al Centro Cívico de una ciudad no especificada del Medioeste. Es madrugada, están envueltos en la bruma que viene del lago. Hay una mujer soltera con su bebé. Están desesperados. De pronto, de entre la niebla, surge un Mercedes Benz fabuloso, un tiburón, un símbolo del privilegio y el poder despiadado del dinero. El coche atropella a los que buscan trabajo, los pisotea, mata a ocho, deja muchos heridos. El asesino escapa y Hodges queda obsesionado con encontrarlo.
Mr Mercedes era una novela sobre el resentimiento –Brady no es un rico, es un clase media baja precarizado que tiene varios trabajos para mantenerse–. Hodges tiene como compañeros a un joven afroamericano que estudiará en Harvard y una mujer de 40 años con problemas mentales. Un viejo, un negro, una enferma psiquiátrica: el trío que encarna tres minorías castigadas que Mr Mercedes odia.
La segunda parte de la trilogía, Quien pierde paga (Finders Keepers, de 2015) vuelve a una de las víctimas de ese ataque: a Tom Saubers, con las piernas destrozadas y en caída libre económica y personal. Pero Quien pierde paga es una novela más sutil que Mr Mercedes: King regresa a uno de sus tópicos favoritos, el de los escritores y la literatura. Jack Torrance de El resplandor es un escritor bloqueado; Paul Sheldon, el hombre secuestrado y torturado por Annie Wilkes en Misery es un autor de best-sellers; también es escritor el cazador de vampiros de Salem’s Lot, el esposo muerto de la reciente La historia de Lisey y el viudo de Un saco de huesos.
En Quien pierde paga, el escritor en cuestión es asesinado en las primeras páginas. Se trata del ficticio John Rothstein, un genio recluido que vive en una granja y en 1978 recibe la visita de su fan número uno, Morris Bellamy, un delincuente juvenil destrozado psicológicamente por desamor familiar y violaciones: si sobrevivió fue gracias a las novelas de Rothstein y a su identificación obsesiva con Jimmy Gold. Rothstein, que tiene ya 80 años y hace 20 que no publica es una mezcla de Salinger, Roth y Updike, la trinidad de escritores blancos americanos. Como Salinger, “escribió aquel libro sobre un chico que se hartó de sus padres y se fugó a Nueva York”. Pero se llama Rothsein y, como Roth, tiene un alter ego: aquí el ficticio Jimmy Gold. Que también podría ser el Conejo de John Updike –y de ahí el John–: las novelas de Rothstein se llaman El corredor, El corredor entra en combate y El corredor afloja la marcha (que es como decir Corre, Conejo). No se sabe tanto de Jimmy Gold, apenas que es un joven rebelde que fue a la Segunda Guerra y quedó marcado; sí se sabe que, en la tercera novela, Jimmy se casa, se muda a los suburbios y empieza a trabajar en publicidad (¿Rothstein también es Cheever?). Como Chapman, el asesino de Lennon, Morris Bellamy no puede soportar que Jimmy Gold se haya “vendido”. Antes de dispararle a Rothstein y robar sus manuscritos y su dinero, le dice: “Usted creó uno de los personajes más importantes de la literatura estadounidense y luego se cagó en él. Un hombre capaz de eso no merece vivir”. Morris escapa con los Moleskine, donde hay, entre otros textos, dos novelas más de Jimmy Gold. Pero no alcanza a leerlas. Esa noche, paranoico, entierra los cuadernos y el dinero -el crimen sale a la luz muy pronto– y se va a un bar. Borracho, viola a una chica. Le caen treinta años. Tres décadas sin poder hacer lo que más quiere en la vida: leer los inéditos de Rothstein. Saber qué hizo con Jimmy Gold.
En 2009 –la novela da saltos temporales en su primera parte–, con su familia corroída por el trauma del ataque al Centro Cívico y la penuria financiera, un chico llamado Pete Saubers se va a la orilla de un pequeño río cerca de su casa para huir de las peleas de sus padres y encuentra, como un tesoro, el baúl donde treinta años antes Morris Bellamy ocultó los inéditos. Al chico los cuadernos no le importan, pero sí le importa el dinero. Y así, durante años, les manda por correo a sus padres, en forma anónima, 500 dólares por mes. Con el tiempo, Pete se interesará por los cuadernos, leerá los otros libros de El corredor y se convertirá en un lector ávido, un adolescente que quiere estudiar literatura en Brown, un fanático de Rothstein que sí sabe lo que pasó con Jimmy Gold. Cuando se termina el dinero, Pete quiere sacarle el jugo a los inéditos, vender alguno para pagar el colegio de su hermana, su universidad. Y entonces todo se oscurece porque Morris salió en libertad condicional y quiere meterle mano a los inéditos: no dejará que se los robe un chico. Empieza la persecución y entra en el relato el detective Hodges.
Esta entrada, necesaria para una trama que se complica, es quizá lo más flojo de una novela sobre el poder del mundo imaginario y la literatura, que cita a muchos favoritos de King –DH Lawrence, Irving Shaw, Wilfred Owen, Vonnegut, Flannery O’Connor– y que revisita el fanatismo de Misery pero en diálogo con los grandes escritores del siglo XX. Hodges apenas aparece: Quien pierde paga es un duelo entre dos lectores por el legado de un escritor muerto y una novela sobre las consecuencias del crimen aberrante de los desocupados: sobre el pasado y el presente de Estados Unidos.
Resulta impresionante que, en su libro N° 55, Stephen King todavía sea capaz de entretener hasta que resulta imposible soltar Quien pierde paga y al mismo tiempo reflexionar sobre el canon, citar Germinal de Zola, entender cómo hacer uso de internet y la telefonía celular en una trama policial y pensar sobre el paisaje social de la América profunda. Después de cerrar esta novela tan inteligente y tan sencilla, es lícito preguntarse si no era King el Premio Nobel “controvertido”: si no debería haber ido a las manos del más sofisticado de los escritores populares.
Quien pierde paga
Stephen King
Plaza Janés
443 páginas