La cara de Cecilia Roth en la tapa de la revista Gente de la edición de la semana pasada estaba tan planchada que costaba reconocerla. La duda no era exagerada. ¿Dolores Fonzi? ¿Nicole Neuman? ¿O la estadounidense Scarlett Johansson? La foto aparecía, además, saturada de luz y de Photoshop, ese programa milagroso que permite modificar imágenes y fotografías digitalizadas. Ciertas publicaciones lo usan para manipular fotos de rostros y cuerpos humanos, sobre todo de humanas: para borrarles arrugas, para afinarles la cintura, hasta han quitado ombligos con tal de aplanar una panza que en la realidad verdadera tiene algunos rollos de grasa en el abdomen. Hay casos emblemáticos de abuso de Photoshop de cariz absolutamente racista, como cuando a Yalitza Aparicio, la actriz protagonista de Roma, la multipremiada película de Alfonso Cuarón, en febrero de 2019, la revista ¡Hola! llegó al extremo de aclararle el color de piel para que encajara en su canon de belleza.

Más allá de si las fotos de Roth que publicó Gente son las que estaban en la carpeta de prensa que distribuyó Netflix para promocionar la película Crímenes de Familia --en la que ella es protagonista y se acaba de estrenar--, lo cierto es que sea quien fuera quien tomó la decisión de difundir “esas” fotos de la actriz, queda claro que ni envejecer tranquilas podemos.

¿Nos acostumbramos a esa manipulación?

Que se manipulen las fotos pero que no se note (tanto). Ese es el mensaje subterráneo que corre. No nos engañemos: quién no pidió alguna vez cuando le sacaron una foto para publicar en redes sociales que le aplicaran algún filtro, le hicieran un “retoquecito” para corregir las ojeras o esas líneas de expresión que a veces solo una percibe como manchas venenosas.

La gerontofobia, que se esparce desde hace años en la sociedad argentina, impone estándares de una belleza retocada que agobia y recae con más presión --y amenaza--sobre las mujeres. Claro que son “preocupaciones” de sectores acomodados. En la mayoría de la población, sobre todo aquella que vive con el estómago apretado porque no llega a fin de mes, o se quedó sin trabajo en la pandemia, o no come bien hace años, la vida se ve desde otra perspectiva y no hay filtros ni retoques que puedan ocultarla.

Pero hay un mercado cada vez más amplio de la cosmética y la medicina estética, con procedimientos menos invasivos que las cirugías plásticas, a partir de rellenos para labios que se afinaron o para arrugas endiabladamente marcadas (o apenas perceptibles, también), y un abanico de aparatos que brindan tratamientos para ayudar a regenerar el colágeno de la piel, para que se mantenga tersa, aniñada, entre otras alternativas. Los consultorios estallan por la demanda.

Jugamos una carrera imposible contra el proceso natural de envejecimiento y la empezamos a cada vez más temprano. No se trata solo de coquetería. Hay una exigencia en ciertos ámbitos laborales y sociales de no parecer vieja. La propia Cecilia Roth tiene la cara “retocada”. Se le nota en ciertos gestos rígidos, en los labios inflados. Lo viejo no garpa, lo viejo se descarta. Varones también empezaron a sentir esa amenaza. El mercado de la estética y la cosmética los busca cada vez más para ampliar clientela y aumentar ventas. Que cada cual se haga en la cara y el cuerpo lo que quiera. Pero preguntémonos: ¿es genuino ese deseo o responde a imposiciones externas como los modelos de belleza hegemónica que trasmiten los medios y las redes sociales, un mercado de trabajo que jubila cada vez más pronto y el marketing del negocio de la belleza que está al acecho?

Las pantallas de televisión son el botón de muestra: no hay casi mujeres con rostros envejecidos “naturalmente”. No sucede lo mismo con conductores o periodistas varones. Aunque también los hay tuneados. La juventud es exigencia y más para las mujeres que transitan la escena pública. Nos hemos habituado tanto a ver rostros retocados --a veces, además, por filtros de las cámaras-- que ya no sabemos adivinar la edad de personas envejecidas “al natural”. ¿Nos parecen más viejas de lo que son? Caímos en la trampa y es muy difícil salir. Hemos alimentado esta cultura de la imagen mentirosa y no nos animamos a romper con el círculo perverso que nos impone mostrar una juventud eterna, para seguir perteneciendo. ¿Quién se anima a tirar la primera piedra?