La imagen de las mujeres en los medios volvió a ser tapa esta semana. Esta vez fue la revista Gente la que publicó una foto de la actriz Cecilia Roth tan distorsionada que era imposible reconocerla en esa joven blanquísima que miraba a la cámara sin expresión. Digo esta vez un poco por cansancio. Y porque esta revista, que hace semanas respondía al escándalo protagonizado por la revista Caras sobre el talle plus size de la hija de Máxima Zorreguieta con un artículo donde se hablaba del daño que hacían los medios imponiendo estéticas de belleza imposibles, ahora se despacha con esta tapa. Parece todavía inadmisible para los medios salir de ese sinfín de maneras más o menos sutiles de cosificación lisa y llana. O cómo llamar si no a ese corte, pegue, aclare y borre permanente sobre los cuerpos femeninos.
“¿No será mucho? ¿No se les habrá ido la mano con el Photoshop? La que aparece en la tapa de la revista es Cecilia Roth, actriz de 65 años. ¿Cuesta reconocerla? Su imagen parece un dibujo, una foto de juventud con exceso de luz, cualquier cosa menos Cecilia Roth hoy. ¿Por qué aparece con una apariencia infinitamente más joven que la suya? ¿Qué nos dicen los medios y las celebridades, cuando se niegan a mostrar a las mujeres como son?”. Las palabras son del proyecto “Mujeres que no fueron tapa” --que desde 2015 impulsa Lala Pasquinelli-- y pronto circularon por las redes sociales acompañadas de la imagen de la revista junto a otra de Cecilia Roth actual, bastante parecida a la que vemos por estos días en la película Crímenes de familia. “¿Qué quiere decir que a una actriz madura le borren la cara y le pongan en su lugar la de una actriz joven? ¿No es eso acaso violencia? Hacia ella, y hacia todas nosotras que tenemos el derecho de que se nos muestren representaciones diversas y reales de las personas”, seguía el texto, que terminaba preguntándose por la opinión de la actriz.
Cecilia Roth no aceptó mansamente y publicó en Instagram una selfie: "Así soy, así estoy hoy, 19 de agosto del 2020. En casa, en pijama, con mi gato... Quien quiera oír, que oiga”; "Yo quiero ser como soy a la edad que tengo y con el tiempo que he vivido. Lamentablemente las retocaron mucho”. Otra pregunta podría ser cuánto es mucho. Nos acostumbraron a los retoques de Susana Giménez, a su piel tan lisa como irreal o a que su cuerpo no tuviera ombligo. Hace unos años Nancy Dupláa hizo un chiste sobre las piernas que le habían retocado en una portada de Caras. Agradeció a Manu Ginobilli por donárselas. Los medios hegemónicos borran arrugas, acné y cabellos alborotados; achican caderas y estilizan piernas, afinan cuerpos enteros, pero ojo, agregan tetas porque así lo dice el canon de la belleza femenina que nos hace bailar hace tiempo.
Como ahora, de vez en cuando, acá y allá, las actrices se rebelan. En 2003, Kate Winslet denunció una portada de la revista GQ: "Puedo asegurarte que han reducido un tercio de mis piernas”. Hace unos años la actriz Kristin Scott Thomas dijo: “No los voy a aburrir con estas historias de mujeres mayores que no consiguen trabajos en películas, pero es verdad. Es desastroso. Nunca va a cambiar. Hasta que la esperanza de vida promedio no sea de 150 años o algo así, no creo que las mujeres de 50 sean consideradas. Creo que es así, lo siento”. El imposible siempre como horizonte. Es noticia decir “11 actrices de más de 50 que siguen haciendo grandes papeles”. ¿Es que después de los 40/50 nos convertimos en calabaza? O peor, ¿en la bruja fea y malvada de los cuentos infantiles?
Leo un artículo encabezado así: “Por todo el mundo es sabido que las actrices envejecen mal y que por más cirugía estética que se hagan y más botox que se pongan en la cara su destino es abandonar la gran pantalla después de los 40”. Está escrito por una mujer, lo cual no sorprende, pero sí suma un tono más de violencia a semejante declaración. Eso es lo que hacen los medios. El cine está lleno de hombres de largos cincuenta, sesenta o setenta que hacen ver seductores saliendo con chicas de 18. ¿Qué pasa que las mujeres después de los cuarenta somos objeto de tanto escarnio público? En El segundo sexo Simone de Beavoir analizaba lo que provocaba en las mujeres envejecer. Las mujeres hemos sido educadas para seres bellos para otro; y cuando el paso del tiempo empieza a hacerse visible en ese cuerpo que se convirtió casi en la única herramienta y fin de la vida, ¿cuál es el sentido que nos queda para la mirada social? Esa idea, que puede parecer anacrónica para los desprevenidos, es el río subterráneo sobre el que se cimentan hechos como los que analizamos aquí.
En su libro Política de las apariencias, Susana Saulquin, experta en sociología del vestir, recuerda que, entre los siglos XIV y XIX, las leyes suntuarias regulaban la apariencia bajo un eje estricto de matriz heterosexual, que diferenciaba lo que debían vestir hombres y mujeres, y de acuerdo a su clase social. Después de la Segunda Guerra Mundial “el control social sobre las vestimentas fue complementándose con una mayor presión sobre los cuerpos”. Allí se instala el eje joven/viejo. “Sin embargo y a diferencia de otros tiempos --continúa Saulquin-- el control sobre los cuerpos era interno”. En la década del sesenta, con la flaquísima y joven modelo estadounidense Twiggy como emblema, el “corsé interior” expandió fronteras. “La necesidad de conseguir cuerpos y caras que denotaran juventud y belleza se fue enfatizando especialmente en Latinoamérica, con cada vez más fuerte presión hacia las mujeres en general”, dice. Desde entonces explotaron los mecanismos para garantizar ser juvenil y seductora: cirugías, cremas, dietas. Y cuando eso no alcanzaba, estaba el dios Photoshop para crear esa belleza tan perfecta que comprime corazones de quienes --todas-- no pueden acceder a ella: como Sísifo vivirán su vida cargando con un peso que nunca podrán quitarse.
Las publicidades de cremas antiarrugas son exclusivamente para mujeres. No hay crema que le gane a la pátina del Photoshop, la mejor crema “anti-edad”. Dicho de otra forma, no hay posibilidad de ganar a esa “batalla” contra el paso del tiempo. Pero los medios nos quieren hacer creer que ¡sí podemos! Porque ellas pueden, son jóvenes, bellas y exitosas, aunque hayan pasado la “vergonzante” barrera de los cincuenta (y aunque la imagen sea una mentira).
Hace unos meses repusieron en televisión La muerte le sienta bien, la película de los noventa que satirizó la búsqueda de la juventud eterna en los rostros de Meryl Streep y Goldie Hawn. En la imagen de venta del film Streep lleva un vestido rojo que muestra su espalda. Vemos también su cara espantada, girada de manera irreal hacia atrás, como una zombi. Beber la pócima de la juventud trae daños colaterales, por supuesto. Mientras creemos ir ganando las batallas que se nos presentan, estamos en una escalada insaciable hacia la descomposición.
Un monitoreo de avisos publicitarios gráficos de revistas para adolescentes (Para teens, Soy luna) y de información general (revistas dominicales de Clarín y La Nación) publicado en 2018 por el área de Género de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, encontró que en las publicidades predominaban los personajes femeninos que cumplían con ciertos requisitos: pertenecer a la clase media y alta; ser joven; tener cabello rubio o castaño, piel blanca, y ser delgada o muy delgada.
“Nos hallamos, como expresan algunas autoras, ante ‘modos de violencia que no son directamente visibles, aunque tienen consecuencias muy visibles en los cuerpos de las mujeres’. Si bien se detectan una serie de actitudes que parecieran “romper” con los estereotipos de género, el perfil general de los personajes de las revistas y las actitudes y roles que protagonizan son mayoritariamente estereotipadas”, concluye el informe.
De todo esto se habla al plantear la necesidad de eliminar el sexismo y la discriminación de género en los contenidos de los medios y la comunicación digital. La Plataforma de Acción de Beijing (1995) sigue siendo la hoja de ruta para el impulso de la igualdad de género en y a través de los medios en el mundo. “La evidencia demuestra sin embargo que estas recomendaciones han sido ampliamente ignoradas por los gobiernos y las compañías de medios, telecomunicaciones y TIC”, dice Aimee Vega Montiel, presidenta de la Alianza Global de Medios y Género (Gamag) en un informe de balance a veinticinco años de ese documento.
En el libro ya citado, Saulquin dice que con la aceptación de la diversidad y de una relación ética con los recursos naturales, en este siglo se está devaluando ese ideal de perfección en favor de “quienes denoten fuerza, personalidad y carácter”: “Lo realmente actual es el alejamiento de la visión de la perfección estética heredada de los griegos y perseguida con rigor durante siglos”. Es algo incipiente aún, es un presente-futuro deseable. Dice también que “toda exageración en los comportamientos está anunciando la desaparición, como así toda forma que evoluciona hacia el exceso tiende a revertirse”. Visto así, episodios como la tapa de Gente serían los coletazos de un mundo que se resiste a desaparecer. ¿Cuánto tiempo llevará? Imposible predecirlo, pero esta sí es una jugada (mejor no hablar de guerras) que merece nuestra dedicación y esfuerzo.