Algunos lo apodaron "Cañoncito" por su baja estatura, pero sobre todo por esa pegada prodigiosa con la que sacudió redes. Para la mayoría fue simplemente "Pancho". Debutó en Primera en la década del '20 jugando para Gimnasia La Plata, su "primer amor". Pero se hizo muy famoso la década siguiente, cuando fichó para Boca. En el club de la Ribera ganó tres campeonatos y mantuvo el record de mayor artillero xeneize (194 goles) hasta 2008, cuando Martín Palermo superó esa marca. Se codeaba con Carlos Gardel, y con la Selección Argentina obtuvo dos torneos Sudamericanos. Pero lo cierto fue que el hombre que alcanzó edad centenaria, se llevó a la tumba una espina clavada en el corazón: la final perdida 4-2 ante Uruguay en el primer Mundial que organizó el vecino país en 1930. A diez años de su muerte, el recuerdo vivo de Francisco Varallo, una verdadera leyenda deportiva.
Varallo nació en la localidad de Los Hornos el 5 de febrero de 1910 y en sus años mozos militó en un club de barrio llamado 12 de Octubre, que pertenecía a la Liga Platense. A los 18 años fue probado en Gimnasia La Plata en un partido donde el Tripero vapuleó 8-1 a Nuevo Mundo y el Cañoncito convirtió la friolera de 7 tantos. A los pocos días debutó oficialmente ante Tiro Federal de Rosario, pero Gimnasia perdió 4-1. Corría el año 1928 y el joven Varallo soñaba con que su nombre quedara inscripto en la historia grande del fútbol. Algo que no demoraría demasiado en concretar.
Porque en el '29 el Lobo hizo un campañón en un fútbol aún amateur y salió campeón. "Fue una cosa de locos. Nos llevaron en andas de la estación de trenes hasta el estadio, después de ganarle 2-1 a Boca en la cancha de River. La verdad que yo en el fútbol tuve suerte, ya que si bien tuve una trayectoria corta, porque me lastimé la rodilla, siempre gané campeonatos", se ufanaba Varallo.
El paso siguiente fue Boca, donde dijo que arribó contra su voluntad. "Me ofrecieron 5 mil pesos y 800 pesos de sueldo por mes. Yo ganaba 10 pesos por domingo en Gimnasia, así y todo les dije a mi padre y a mis tíos que no me iba ir", señaló hace años al periódico Hoy, para añadir: "Pero mi familia insistió tanto que al final firmé para Boca. Por suerte salió todo bien".
Con la casaca azul y oro debutó contra Chacarita, aunque el primero de sus 194 goles en Boca lo anotó recién en el tercer partido, ante Ferro. Poco después, y pese a su mentado corazón tripero, no le temblaron las piernas y le metió cuatro pepas a su querido Gimnasia. En Boca cultivó amistad con Roberto Cherro, con quien compartió la noche en la Buenos Aires de los primeros colectivos. Varallo, Cherro y el paraguayo Delfín "Machetero" Benítez Cáceres llegarían a conformar un temible tridente de ataque que sumó nada menos que 499 goles. "Entrabas a la cancha de Boca y el pasto se movía. Para mí, como la hinchada de Boca no hay", decía Pancho sin vueltas.
Una vez le preguntaron cómo había sido el primer Superclásico del profesionalismo. "Ganaba River 1-0 en la cancha de Boca. Me hicieron un penal, lo pateé, me lo atajaron, el árbitro lo hizo repetir, le pegué de vuelta y después de varios rebotes metí el gol. Los de River se fueron de la cancha en señal de protesta", contó sin pelos en lengua. Más de una vez, los hinchas de un lado y del otro llegaron a obsequiarle chanchos y gallinas, algo propio del folklore del clásico más importante de la Argentina.
Pero el hombre que llegó soplar 100 velitas se mordía el labio cada vez que le preguntaban por aquella Selección que participó en el primer Mundial de 1930: "Mi mayor tristeza fue cuando perdimos la final contra Uruguay en Montevideo. Al final del primer tiempo ganábamos 2-1 y teníamos entregados a los uruguayos. Sobre todo porque ellos eran viejos: la mayoría había salido campeón de los Juegos Olímpicos de Amsterdam del '28, y nosotros corríamos mucho más".
"Pero en el entretiempo pasaron cosas raras. Estábamos en el vestuario y escucho decir: 'Si ganamos, acá nos matan'. Hubo jugadores que se achicaron, ésa fue la verdad. En el complemento me lastimé la rodilla y los únicos que iban al frente eran Peucelle y Stábile. El Gallego Arico Suárez empezó a jugar fuerte, hasta que le dieron un trancazo y chau. Nos ganaron de guapos. La gente estaba indignadísima y los diarios locales inducían a no jugar más con los uruguayos. El tema se debatía hasta en los altos niveles políticos. Se armó una rosca grande", contó con detalle sobre aquella final de la que hace poco se cumplieron 90 años.
Más allá del trago amargo que supuso aquel subcampeonato, para Varallo, con apenas veinte años, haber sido partícipe de la primera Copa del Mundo fue una experiencia increíble. "Vivíamos en la Barra de Santa Lucía, a unas dos horas de Montevideo, y hasta Gardel se acercaba a jugar a la lotería con nosotros. Una vez le dije al Zorzal que me acompañara a la pieza de Evaristo y Orlandini, y ahí vio que dormían la siesta con la casaca argentina puesta", relató.
Pero Varallo tendría revancha en 1933 en un amistoso en Montevideo contra el dueño de casa, que aún ostentaba el título de campeón. Segun él, que lo convocaran de nuevo para la Selección fue la mayor alegría que tuvo en el fútbol. Pancho siempre fue así, tenía mucho amor propio. "En la cancha se ven los pingos", era su canto de guerra. En el partido de marras, a falta de diez para el final, hizo el gol del triunfo, con gambeta incluida a José Nasazzi (máximo referente charrúa), puntazo al ángulo y a cobrar. Dicen que gritó el gol de manera desaforada y tuvieron que sacarlo de la cancha con custodia.
Aún no había cumplido 30 años y colgó los botines. Y enseguida pasó a entrenar las divisiones inferiores de Boca. Entre 1957 y 1959 fue técnico de Gimnasia, pero él sentía que dirigir no era lo suyo. Bastante más tarde recibiría una plaqueta de reconocimiento de manos del brasileño Joao Havelange, otrora capitoste de la FIFA.
Los últimos años los pasó en La Plata junto a su compañera Clotilde, en la esquina de 60 y 25, donde regenteaba una agencia de lotería. El hombre que afirmó que en sus años de futbolista no se tuteaba con varios compañeros, fue un prodigio de longevidad. Murió el 30 de agosto de 2010. Y entonces abrazó la eternidad.
La gira con Vélez en 1930
Terminado el Mundial de Uruguay, Varallo formó parte como refuerzo de una gira de Vélez Sarsfield por América que abarcó Mendoza, Chile, Perú, Cuba, México y Estados Unidos. El equipo de Liniers partió el 30 de noviembre de 1930 y regresó el 27 de abril de 1931; disputó 27 partidos, de los cuales ganó 20, empató 5 y perdió 2. El goleador fue otro refuerzo: Bernabé Ferreyra, quien entonces militaba en Tigre y marcó 32 tantos, mientras que Varallo aportó 16. "En esa gira me acuerdo que tenía mal el pasaporte y me tuvieron preso en Cuba por tres días; hasta que no arreglaron los papeles en la Argentina, no me soltaron", recordaba Varallo, a quien ya con la delegación del Fortín en Chile le llegaban telegramas para que viajara a Francia, donde se presentaría Gimnasia. "Pero yo ya no quería viajar solo, me pegué un jabón bárbaro", admitía con gracia.