Las diferencias no son de fondo sino de formas. De un lado, apuntan a los “tibios”; del otro, se desmarcan de los “tirapiedras”. Si bien la primera hipótesis podría ser que la interna del PRO no es más que una versión trillada del “policía bueno, policía malo”, lo cierto es que en el día a día los choques, roces, chicanas y broncas acumuladas existen, son cada vez menos latentes y están al pie del cañón. La verdadera disputa: ¿Cuál es la estrategia más adecuada para recomponer el lazo electoral con los votantes de cara a las elecciones del año que viene y qué rol van a ocupar sus máximos referentes?
A menos de un año de las PASO, mientras Mauricio Macri disfruta de las comodidades suizas en el paraíso fiscal más grande del mundo, su liderazgo político está en debate. María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta no solo trabajan juntos en el nuevo diseño del espacio, sino que afirman “ser lo mismo”. La ex gobernadora bonaerense amaga con volver a sus orígenes, la Ciudad de Buenos Aires, a pesar de que sus más cercanos lo ponen en duda. El jefe de gobierno, por su parte, tiene la mira puesta en el sillón de Rivadavia, aunque con un armado que, explican, viene “lento” producto de la gestión de la pandemia. Sin embargo, el principal obstáculo de ambos se llama Patricia Bullrich. “No pasa un día sin que nos genere un quilombo”, asegura un vidalista.
“La gente va a dejar en el camino a los tibios”, auguró la ex ministra de Seguridad, en referencia a la postura moderada de Rodríguez Larreta y Vidal. ”No soy ninguna blanda. Luché contra el Pata Medina”, pareció responderle la ex gobernadora. Bullrich fue elegida por Macri para presidir el PRO, es su representante más fiel y hacia dentro no esconde sus aspiraciones presidenciales, incluso les da forma a diario en el grupo de WhatsApp “Proyecto 2023”. De ahí, que los dos grandes candidatos a suceder al ex mandatario no sólo tengan que esquivar las balas de la titular del partido sino que sufran no tener a disposición una estructura sobre la cual apoyarse. “Patricia usa el partido para ella y no consulta”, se quejan.
A grandes rasgos, el esquema interno se divide en dos facciones. Por un lado, “los radicalizados”, cuyas figuras más visibles son Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Fernando Iglesias y Hernán Lombardi. Por el otro, “los moderados”, con Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Rogelio Frigerio y Emilio Monzó. Sin embargo, la grieta no es ideológica. Ninguno duda en rechazar la reforma judicial, la estatización de Vicentin, el impuesto a las grandes fortunas o la administración nacional de la cuarentena. Las diferencias son de intensidad. Desde el sector moderado explican que en el delicado contexto social y político actual “no se pueden tirar piedras”. Entienden que es necesario colaborar porque lo que vuela puede ser un boomerang. “El ‘que se vayan todos’, no es que se vaya Alberto, es que nos vayamos todos. Tenemos que cuidar el sistema”, dicen.
Mauricio. Quienes conocen a fondo el escenario de PRO no dudan en afirmar que el ex presidente no tiene intenciones de poner el cuerpo para disputar el poder, tampoco de correrse de la pelea. En las elecciones legislativas del año próximo, opciones no le sobran: la primera, observar el partido desde afuera e intentar mover las fichas hasta donde pueda; la segunda, salir a la cancha y jugar como candidato a diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires. “¿Tiene sentido que un ex presidente sea diputado?”, se pregunta un histórico dirigente del PRO, y advierte sobre los límites de una posible candidatura: “Macri tiene una cantidad de votos importantes, pero también mucho rechazo. Solamente crece en la medida en que al gobierno le vaya mal”.
Un dato no menor es que el ex mandatario no ha demostrado interés y esfuerzo en la tarea legislativa cuando le tocó ser diputado. Más bien todo lo contrario: se destacó por ostentar un récord de ausencias. En el año 2006, de 321 votaciones faltó a 277. “Si no te aburre una sesión del Congreso sos un anormal”, se justificó en aquel momento. “Conociéndolo, se va a desdibujar totalmente en la Cámara. Una cosa es ser senadora como Cristina, que tiene otro estatus, y otra ser diputado. No lo veo, salvo que sea por los fueros”, asegura un integrante de la alianza que supo pasar horas en el despacho presidencial. Cabe aclarar que el año que viene en la Ciudad de Buenos Aires no se eligen senadores.
A la ex gobernadora no le creen el amague. Vidal reapareció la semana pasada y abrió la puerta a competir en el distrito porteño y no en la Provincia. Confirmó que hace meses que está viviendo en la Ciudad y esquivó una definición al respecto: “Es como elegir entre la familia de origen y la que uno forma cuando se casa. Es una elección muy difícil”.
Desde su entorno afirman que es complicado que vuelva a sus orígenes, aunque no lo descartan. Plantean que es imprescindible para un proyecto nacional disputar el suelo bonaerense y que hoy la única que garantiza la unidad y un verdadero volumen de votos es ella. El problema principal radica en que nada le asegura un triunfo. Por eso también están los que sostienen que la ruta más sencilla sería competir por la Ciudad, donde sería una figura indiscutida, y dejar el barro del conurbano a dirigentes como Emilio Monzó o Diego Santilli.
Más allá de eso, la opción de “competir sin candidatura” como lo hizo en 2017 es una carta a tener en cuenta. Si bien ahora no tiene los resortes de la Gobernación, es la protegida del poder mediático y el cuadro opositor que mejor se mueve en ese terreno.
Que el jefe de gobierno porteño buscará ser candidato a presidente en 2023 no es ninguna novedad, incluso él mismo lo confirmó en una videoconferencia con dirigentes bonaerenses. De ahí que insista en la importancia de pelear el año que viene el distrito con mayor caudal electoral del país. “Tenemos que ganar en La Matanza, no alcanza con hacer una buena elección”, expresó. El proyecto presidencial al que aspira requiere una candidatura competitiva, atributo que ningún intendente PRO le puede asegurar a Juntos por el Cambio.
En caso de que el Proyecto Vidal a la Ciudad no avance, el bastión histórico tendrá dos alternativas: concretar la alianza con Martín Lousteau y cederle por primera vez desde 2007 la jefatura de gobierno a un dirigente externo al PRO, o generar algún candidato que pueda sucederlo y sea de la confianza de Rodríguez Larreta. La primera es la que provoca mayor resistencia: “sería como entregarle la llave de la casa, una locura”, sostienen.
En todo lo especulado, hay dos imprevistos imposibles de estimar: cómo va a afectar el desarrollo de la pandemia a la vida política nacional y cuál será el destino siempre desconcertante de Elisa Carrió. ¿Se habrá realmente retirado de los cargos públicos o volverá al ruedo para pelear la provincia de Buenos Aires?