Desde Washington D.C. Pasa cada cuatro años en Estados Unidos. El candidato o la candidata a la presidencia asegura que el electorado se enfrenta a las elecciones más importantes de su vida. Lo hizo Hillary Clinton en el último ciclo electoral, Mitt Romney en el anterior y Barack Obama en 2008. Este año, Joe Biden y Donald Trump no son la excepción. Detrás de esa caracterización, todos los aspirantes a la Casa Blanca esconden el mismo objetivo: motivar a la gente a ir a votar. Pero aunque la estrategia sea familiar, el contexto no lo es. De cara a noviembre, demócratas y republicanos entraron oficialmente en la campaña más divisiva que muchos recuerden.
“Esta es la elección más importante de la historia de los Estados Unidos”, dijo Trump mientras cerraba la Convención Nacional Republicana la semana pasada. Biden, al aceptar su nominación, dijo que estos son los comicios que pueden tener las “mayores consecuencias” para el país. Los dos candidatos, tan distintos en sus políticas e ideales, coincidieron en su caracterización de los comicios del 3 de noviembre próximo.
“Siempre creemos que es verdad porque nuestros candidatos y líderes políticos nos dicen que es verdad cada cuatro años”, explicó este sábado el analista Larry Sabato, director del Centro Político de la Universidad de Virginia, a la cadena CNN. “¿Por qué lo hacen? Porque tratan de aumentar la emoción de la gente e incrementar el entusiasmo y la participación”, agregó.
No es un objetivo menor en 2020. Los estadounidenses van a elegir presidente el 3 de noviembre a pesar del riesgo que implicará acercarse a los centros de votación en plena pandemia de coronavirus. Durante cuatro días, cada partido pidió a sus simpatizantes registrarse y buscar toda la información necesaria para votar. Pero además se encargó de dar todas las razones por las que cada uno cree que debe ser elegido, porque en un país en el que el voto no es obligatorio, hay que tener muchas ganas de acercarse a las urnas en ese contexto.
Los demócratas llenaron dos horas durante cuatro noches con una convención virtual. Video tras video, enumeraron las cualidades que, consideran, necesita tener el próximo presidente: una persona que fomente la unidad, que crea en la ciencia, que se preocupe por el cambio climático, que mantenga al país seguro. Hablaron de justicia racial, de la crisis causada por la pandemia de COVID-19 en el sistema de salud y en los pequeños comercios, de los inmigrantes, de las víctimas de la violencia policial. Hablaron en español.
Todos los temas nombrados en la convención demócrata también estuvieron presentes en la republicana, pero vistos desde el extremo opuesto. A los reclamos por la violencia policial y el racismo, el Partido Republicano respondió con la imagen de los integrantes de las fuerzas de seguridad como héroes. A los discursos de inmigrantes indocumentados, les presentó una ceremonia de naturalización de personas que “llegaron legalmente al país”, en palabras de Trump. A las propuestas de control de armas las enfrentó con oradores orgullosos de la Segunda Enmienda. La estrategia de la campaña demócrata de mostrar republicanos pidiendo el voto por Biden encontró su contraparte en la presencia de legisladores “azules” expresando su apoyo a Trump en la última semana.
Es un poco una obviedad dentro de un sistema fuertemente bipartidista, pero en Estados Unidos el que no es republicano, es demócrata. Es una cosa o la otra. Y en 2020 no parece haber espacio para tibios. Los analistas la comparan con las elecciones de 1968, en la que resultó ganador Richard Nixon. Hay varias similitudes. En aquel momento, Estados Unidos también venía de un período de protestas sociales y reclamos de justicia racial. “Ley y orden”, el lema en el que insiste Trump desde las protestas generadas por el asesinato de George Floyd, también fue el de Nixon.
Pero el trumpismo no solo planteó la elección en clave republicanos contra demócratas. También delineó una campaña tajante: Trump o el socialismo, del cual Biden sería un “caballo de Troya”, según el presidente estadounidense. Hubo menciones frecuentes a una supuesta “extrema izquierda”, caracterizaciones de los manifestantes como saqueadores y violentos, denuncias de fraude electoral. Con ese repertorio, el Partido Republicano dedicó la última semana a construir su mensaje alarmante: si Trump no continúa en la Casa Blanca, el país caerá en el caos. Para el Partido Demócrata, el desastre ya existe y se puede ver en los más de 180.000 muertos por coronavirus en el país.
A pesar de las miradas opuestas, las dos convenciones dejaron en claro cuáles son los temas en disputa en el país. Por un lado, la pandemia. Los demócratas criticaron el manejo de la crisis que hizo Trump, a quien culpan por la cantidad de casos y de víctimas. Él, en cambio, pareció dar la pandemia por superada: los invitados a escuchar su discurso del jueves en la Casa Blanca no fueron obligados a usar barbijo ni a mantener dos metros de distancia entre ellos.
También el voto de la comunidad negra fue el gran protagonista de los dos eventos. Si la convención demócrata buscó atraerlo con la promesa de justicia racial, la republicana insistió en que ya existe igualdad de oportunidades en el país y hasta caracterizó a Trump como "el presidente que más hizo por los afroestadounidenses”.
Con sus propuestas radicalmente opuestas, las dos convenciones se enfocaron en el futuro. “El 3 de noviembre, ustedes tienen que preguntarse en quién confían para reconstruir esta economía”, lo describió el vicepresidente Mike Pence en su discurso de la semana pasada. Porque gane quien gane, el próximo presidente tendrá que pensar cómo será Estados Unidos después de la pandemia. Para ninguno de los dos será una tarea fácil.