Descansa en la calle, muy cerca del pueblo. Por el logo rojo en el chasis, es de fines de los sesenta. Se trata de una reliquia, una pieza fundamental para profundizar en la compleja trama social, económica y territorial cacheña. Para quienes no viven allí, es un espacio relatado por turistas, paisajistas y analistas de un campesinado que lentamente se globaliza. Con ellas los campesinos pobres se convirtieron en los “ambulantes” que terminaron quebrando el monopolio de la proveeduría en manos de unas pocas fincas.
A esta historia la inaugura el peronismo cuando expropia la ex-Hacienda Cachi en 1949. Son las hectáreas productivas con agua disponible que se extienden desde el pueblo hacia el Oeste, por la larga y angosta franja moldeada por los ríos Trancas y Las Arcas. La ley 1157 fue el instrumento legal que no sólo permitió ampliar el radio urbano del pueblo y parcelar en chacras las terrazas de cultivo. El acto de expropiación fue un momento fundante, un pase de manos a un conjunto de nuevos propietarios que pertenecían a la clase política en la capital salteña. Mayoritariamente, eran hijos de la Reforma Universitaria de 1918: médicos, abogados e ingenieros. Radicales o peronistas, compartían posiciones como Partido Conservador Popular. Eran miembros de la sociedad salteña capitalina que convivían en la pequeña vecindad de las manzanas más próximas a la plaza central.
La ley se apoyó en otra de 1948 (958) que creó un Consejo de Colonización en la Provincia. Fue clave en el proceso. Este instrumento jurídico facilitó el acceso a la tierra expropiada a través del Banco de la Provincia. Los créditos eran para todos los propietarios veinteñales. Pero el proceso no benefició a los campesinos más pobres porque el papel moneda no existía en sus bolsillos. Por eso, fue sólo cuestión de tiempo esperar a que se dieran por vencidos al no poder juntar el dinero para cumplir con las cuotas. El proceso de expropiación colocó nuevos patrones en la nueva escena.
Las parcelas de Cachi se hacían cada vez más próximas por las rutas y puentes que se construían desde 1928. Las camionetas y los camiones livianos comunicaban Salta con Cachi de manera regular. La clave pasa por imaginar el tiempo que pasó hasta que algunas familias pobres pudieran ahorrar lo necesario para comprar una camioneta liviana con capacidad de carga y ampliar la oferta ambulante.
Es probable que al núcleo se sumaran actividades o trabajos donde obtener papel moneda. Después de la expropiación, el trabajo con el pimentón o la alfalfa o las temporadas en la zafra azucarera combinaron vales de comida y unos pocos billetes en su paga. Años después de la expropiación, los primeros ambulantes vallistos comerciaban mercaderías: desde ropa, alpargatas y medicamentos, hasta productos alimenticios. Así quebraron poco a poco el monopolio de la proveeduría que los ataba irremediablemente a los vales del patrón, dueño de las fincas más importantes.
Compitieron con sus F100 en el mercado de proveeduría que incluía todo aquello que en los Valles Calchaquíes no se producía. La ruta comercial entre el Alto Valle Calchaquí y el Valle de Lerma se llenó de “vallistos”. Hacia finales de la década del setenta, con el papel moneda circulando y los caminos mejorados (ruta provincial 33 y Cuesta del Obispo), fue notoria la nueva clase comerciante que conquistaba posiciones en la pirámide económica y social de Cachi. Y toda esa transformación ocurrió por las camionetas livianas de carga como las F-100.
El proceso, invisible en todas las investigaciones, jamás se detuvo. Ni siquiera en las décadas del setenta u ochenta. Al contrario, por la cantidad de camionetas, camiones y autos que conservan los pobladores en las austeras casas de Cachi, aquellos fueron tiempos prósperos. Por las chacras de la ex Hacienda, por Cachi Adentro, por La Aguada, El Algarrobal, Trancas, Finca San Miguel, Finca Chica, Las Pailas, o por los barrios que crecen desde el 2004, es posible hallarlos, inconfundibles. Estacionados bajo la sombra de un molle, sobre las veredas de tierra, o al resguardo del sol y el viento en tinglados o pequeños galpones especialmente construidos, representan algo más que un vehículo de cuatro ruedas impulsados por un motor. Además, su presencia es una fuerte impronta en la arquitectura vallista, como en otras urbes son las casas chorizo.
En los noventa incorporan vehículos para taxi y utilitarios. Los primeros sirven hasta hoy para viajes entre localidades y pueblos vecinos (Peugeot 504, Renault 19, Fiat Uno, Chevrolet Corsa), mientras las “combis” permiten jugar en la oferta turística y los viajes de compras al Valle de Lerma.
Mobility es el nombre de un paradigma que cobra fuerza hacia finales de los noventa, desarrollado por sociólogos algloparlantes como Jhon Urry y Mimi Sheller (ingleses), Cris Rojek (australiano) e incluso antropólogos como James Clifford (norteamericano). Son contemporáneos a "Doing cultural studies: the story of sony walkman”, del jamaiquino Stuart Hall. No es usual en el NOA proponer interpretaciones situadas que se interesen por lo campesino desde sus medios de transporte.
Son lecturas que abren otras perspectivas a quienes desean abandonar los paradigmas interpretativos coloniales en contextos sociales y culturales como Cachi. Sin duda, los últimos ya no alcanzan para procesos sociales complejos que van más allá de los modelos de arriendo o aparcería. Los paradigmas coloniales construyen representaciones que asumen un habitante local dominado. Por lo tanto, si una familia cacheña es dueña de un utilitario, un camión nuevo Mercedez Benz con caja grande y una Toyota Hilux, no forma parte del imaginario clásico. La impronta colonial aún genera aquello de “si usa celular, no es indio”.
*Periodista. Magister en gestión y desarrollo de destinos turísticos, en UVQ