Las lágrimas humanas deberían ser contadas una a una para saber cuales pertenecen al miedo y cuales al hambre. El miedo y el hambre dibujan viajes invisibles, y a veces hay que morirse para que te presten atención. Que diría hoy el pequeño Aylan de la sofisticada gesta de su equipo: no lo sabemos. El niño kurdo falleció con tres años en una playa turca, huyendo de una guerra con dolores de parto de libertad. Su cuerpo se posó boca abajo en la arena templada de la playa, mirando las entrañas de la tierra buscando un espacio donde refugiarse. 

En la liturgia de su sueño épico estaba jugar en el Bayern Múnich; pero brotó una grieta, una grieta inmensa: un mar azul intenso como tumba sin nombre a cielo abierto. Entre los despojos del naufragio se rescató su pelota menuda, sin aire, llena de recuerdos, de abrazos, de besos, de deserciones y de victorias. El balón continúa rebotando en el cerebro de Occidente: pica y pica neurótico por tanta vergüenza acumulada, por tanta desolación sin atender. La familia de Aylan Kurdi se dirigía a Baviera, sin saber que en Baviera no los querían.

Hay algo de naufragio en esta locura colectiva y legítima de la obtención de la Champions por parte del Bayern Múnich. Hablamos de fútbol, del fútbol del equipo bávaro: la cabeza levantada, el balón contra el suelo, y el tiempo suficiente para emocionar. Es la exquisitez de un fútbol sostenido en el arte de la seducción, de lo sublime, de la belleza eterna, simple, concreta. El respeto por el balón, por una humilde y sencilla interpretación del fútbol ofensivo, sin veladuras de fantasías, sin complejos; lejos, muy lejos, de los supremacistas del fútbol austero, de los iconoclasitas de la razón. Es fútbol, pero también vida; y en la vida la lógica bávara es un laberinto de paradojas existenciales que se edifican sobre el cinismo de la doble moral. 

En un “land” donde se construye, día a día, esa demente fantasía de una sociedad sin extranjeros, se mastican los prejuicios y se mira para otro lado con los emigrantes “premium” del Bayern Múnich. La población bávara rechaza en un 63% la asistencia por necesidades humanitarias a refugiados de conflictos bélicos, de hambre, o de identidad; a un 67% a extranjeros del resto del mundo -excluyendo países desarrollados-; y un 69% a ciudadanos europeos de los países ex comunistas, según datos de la Agencia para los Refugiados de la ONU. La adoración colectiva de un goleador con sangre polaca como Lewandowski, solo se puede asumir desde la insultante dicotomía de una sociedad mezquina: la inmigración con dinero no es inmigración, y sin dinero es aporofobia. 

La hermosa Baviera explotó de éxito y se fue a soñar excitada con el castigo sacramental de contar con un Bayern campeón, de tintes oscuros, con 14 extranjeros -entre “tostados”, “sudacas”, y conversos-; y con la febril pesadilla de sentir el acoso de la inmigración no deseada en los costurones de sus fronteras. El irracionalismo de los bárbaros es tan peligroso como el de los civilizados.

El pasado todo lo tritura. Aylan Kurdi salió a tomar un baño de realidad bajo la liturgia del Bayern, y no volvió; como no volvieron los 55.246 emigrantes sin tumba conocida en el “camposanto” abierto más infame y gigantesco de la humanidad: el Mediterráneo. Sus restos deambulan como peces de colores entre los yates de recreo y los cruceros, y a veces el mar escupe a la arena blanca un fémur o una vértebra con aroma a alga y salitre, a los pies de las toallas y las sombrillas.

El Bayern se proclamó campeón con justicia. Eliminó primero a un Barcelona transfigurado en un patógeno sin caras ni ojos, y sin mala intención; y luego a un París Saint Germain que se fugó, como se fugan los poderosos, a escondidas, con impunidad, creyéndose intocable, jugando el juego del éxito, o de la apariencia del éxito.

Inundados por la idea de que la muerte es un mero cambio de domicilio, alguien golpeó a las puertas del paraíso: abrió el Trinche Carlovich, con Aylan en los brazos, emigrantes del balón sin tierra, sin éxito, sin dinero, sin nada. Extranjero es una palabra hermosa si nadie te obliga a serlo.

* Ex jugador de Vélez y Campeón Mundial Tokio 1979.