En la casa de Evaristo Martínez, “en la ruca del peñi Evaristo”, como dicen en su comunidad, sacan cuentas y anotan: “40 corderos acá en el cerro y en el campo, 100 ovejas”. Cuentan las pérdidas. “Nos trató mal la nieve, teníamos 300 ovejas y no sé si nos queda la mitad”, dice Evaristo al agente de Parques Nacionales que le acercó forraje para los animales y alimento a la familia. “Entramos paleando caminos”, le cuentan a Evaristo. Junto al agente está el “lonco” de la comunidad, el representante, y el “werken”, el mensajero. El agente es “peñi” también, es hermano. Hablan de seguir, de no aflojar. “Y si… esto elegimos, no vamos aflojar”, dice Evaristo.
La escena describe la situación que atraviesan la Línea Sur, en la provincia de Río Negro. Y expone otra parte del conflicto desplegado en torno a la población mapuche, la que refiere a las condiciones de vida en la ruralidad. Aunque en algunos lugares hay gas, llegó la luz y hay mejores caminos, las organizaciones reclaman: “Hay abandono, podemos verlo” dicen. Y no por eso bajan los brazos, como Evaristo.
“Seguimos en emergencia y seguimos con la campaña de donaciones, llevamos leña y forraje a los parajes ¡Esto no para!”, dice Lorena Cañuqueo desde Bariloche, con entusiasmo, a pesar de que la escena que describe “es desesperante”. Habla de tantos otros que, como Evaristo, son pequeños productores ganaderos y lo perdieron casi todo con el temporal. Allí, donde la mayoría de las familias más empobrecidas, son mapuche y hoy contabilizan pérdidas, abstraídos de la batalla mediática que recrudeció estos días con epicentro en Villa Mascardi.
Para la historiadora Pilar Pérez, el escenario en Mascardi, “presentó un conflicto que absorbió la atención mediática, en detrimento de otro real problema que tiene la población mapuche en la Línea Sur, las condiciones de vida tan precarias”. El temporal y la pandemia lo visiblizaron. “No hay políticas para la ruralidad --reflexiona Cañuqueo, desde la Mesa de Emergencia Mapuche--, y sobre todo faltan políticas para las mujeres, los jóvenes o los niños en la ruralidad, es todo muy masculino en el campo”, señala.
Esa falta fue el motor para el armado de la Mesa, una organización formada para paliar el invierno, y donde participan representantes de organismos nacionales y provinciales vinculados a la problemática. Desde allí, se cuestionan las protestas mediáticas destinada a erosionar la política de dialogo con las comunidades iniciada desde el Ministerio de Seguridad que dirige Sabina Frederic. Y desde esa línea ministerial, ser mapuche ya no significa ser vándalo, terrorista o apátrida.
Vivir aislados
En los campos no hubo caminos por la nieve, ni abastecimiento para el invierno, ya que la cuarentena impidió salir desde marzo, cuando se hacen “las compras en los pueblos grandes, a mejor precio” cuentan. La gente quedó aislada y los animales bajo nieve. Así perdió la vida Nazario Cayu, en Laguna Blanca --cerca de Piedra del Águila--, cuando salió a juntar sus animales. Nazario era mapuche, tenía 76 años. Su cuerpo fue recuperado cuatro días después. No hubo respuesta inmediata. No se procuró mayor asistencia a los parajes. “Pero la falta de política también es una política” explicita Cañuqueo.
Con temperaturas que llegaron a 20 grados bajo cero, las situaciones de mayor apremio las salvó el Ejército, Gendarmería, Parques Nacionales, y los vecinos. “En Bariloche, los chetos de 4x4 que son solidarios y llevaban leña y forraje a los parajes” destaca Pérez. Andinistas con esquíes de travesía que llevaron fardos “a tiro”. “Tracción a sangre” comparte Cañuqueo. Su familia vive en Anecón Chico, el corazón de la precordillera. Allí los pobladores también llevaban leña a tiro, y pasto, asistidos en muchos casos por los referentes locales, los agentes sanitarios “los que están siempre”, les agradecen.
La ruralidad
En lugares como Ñorquinco las pérdidas de ganado llegaron al 70 por ciento según estimaciones provinciales. “Pero no hay programas para esta ruralidad, o no llegan a las organizaciones, o llegan tarde”, explica Cañuqueo. Su voz se escucha campo adentro, desde el programa Aukin Niyeu que conduce junto a Patricia Pichunleo en Radio Nacional Bariloche. Y llega por una singular red de radios VHF, incluso a lugares donde la conectividad no permite escuchar la tradicional radio AM.
Las comunicaciones son deficitarias o inexistentes. Los caminos quedan intransitables por la helada. Por la pandemia, suele no haber combustible para reaprovisionarse en los viajes. Salvo el clásico Servicio de Sociales de Radio Nacional, solo la Red VHF --con 132 equipos en los campos-- establece contacto en esa inmensidad.
“Los pobladores perdieron casi todo, pero la situación de abandono institucional no es nueva, porque todos los años nieva” apunta Pilar Pérez. “Esta nevada fue parangonable a la de 1984, con más de un metro en muchos lugares”, confirma Cañuqueo sobre el temporal que puso a un 20% de la provincia bajo nieve. Y sumado a la pandemia se hizo evidente el aislamiento en el ámbito rural: “Nos pedían ir al cajero mas cercano a confirmar una clave --para operar en línea--, pero ese cajero estaba a 40 kilómetros”, grafica Cañuqueo sobre la asistencia que la Mesa brindó a los pobladores para trámites en línea. “Colapsamos”, confiesa.
Pandemia y temporal
El inicio de la cuarentena coincidió con el momento de aprovisionarse. Con la circulación restringida por la pandemia no pudieron salir a comprar. Porque en diciembre liquidan la lana y en febrero se cobra. “Algunos a través de las cooperativas ganaderas, hacen pedidos de leña y forraje –detalla Cañuqueo-- que suele llegar en marzo. Otros van a comprar a Bariloche, Roca, Los Menucos o Maquinchao, por la diferencia de precios con los pueblos chicos”. Pero no llegaron a hacerlo. Estaban aislados.
El diagnóstico es previo a la pandemia: “Ya estaban mal. A la cuarentena sumale los años de macrismo --define Cañuqueo— y que en marzo estaban desbastecidos, no se pudo viajar por la pandemia y los comercios se hicieron la fiesta de precios: 50 kilos de harina pasó de valer 800 pesos a 1500. El aceite de litro, de 80 pesos pasó a 200". No se controla, y la plata no alcanza, describe.
Y esto ocurre cuando muchos se estaban recuperando de las pérdidas por las cenizas del volcán Puyeue en 2011. “Se estaban formando una majada medianamente útil, recién ahora, porque los ciclos del campo son largos –señala Pérez--. Por eso Nazario se la jugó y salió. Era eso, o ver su esfuerzo de los últimos diez años perdido bajo la nieve”, explica la investigadora, que integra junto a Lorena Cañuqueo y otras especialistas, el equipo liderado por la antropóloga Laura Kropff, dedicado a las problemáticas indígenas y de tierras desde la Universidad Nacional de Río Negro, con aval del Conicet.