La industria japonesa de historieta es la más grande del mundo. Pero eso no significa que el manga, como se llama allí a las viñetas, no tenga su producción independiente, por fuera de los conglomerados editoriales. Lo que sucede es que rara vez esos trabajos llegan a la Argentina. En ese sentido, Ryuko, de Eldo Yoshimizu, es una bienvenida excepción. La editorial cordobesa Buen Gusto Ediciones lo lanzó el año pasado y ya publicó la primera parte de la historia en dos tomos. El tercer tomo (de un total de cuatro en la edición argentina) saldrá a la preventa en estos días. Una excusa ideal para intercambiar mensajes con el autor japonés y explorar su historia de yacuza y violencia.
El relato sigue los pasos de una chica al frente de la mafia nipona, que a su vez tiene lazos con el ejército y el gobierno. El centro del relato, sin embargo, se articula en torno a la relación de la protagonista con su padre y con su círculo más cercano. En el medio aparecen otros temas, como la lucha entre el bien y el mal, y alusiones a la guerra afgano-soviética, entre otros. En lo gráfico Yoshimizu se dedica con fervor a dibujar motos, arquitectura, estilizar las escenas de acción y cuidar con detalle la vestimenta de sus personajes, que hablan por sí mismos aún cuando estén simplemente parados en la viñeta.
Ryuko pertenece a lo que se conoce como “gegika”, un tipo de manga más adulto –no necesariamente erótico-, que puede ir de lo documental a lo la violencia más cruda, pero casi siempre con un ojo puesto en algún aspecto de lo social. Este tipo de historias es, de hecho, casi la única lectura de manga que tuvo Yoshimizu en sus primeros años, ya que confiesa que no es un ávido lector. “No consumí mangas de los 16 a los 45, así que no sé mucho de los títulos más populares”, reconoce. Sus referencias son Reiji Matsumoto, la etapa más adulta de Osamu Tezuka (el “dios del manga”, autor de Astroboy, pero también de Buda), Mikiya Mochizuki y Monkey Punch.
“La violencia es sólo un elemento de esta historia”, aclara el mangaka. “En realidad el tema de Ryuko lo concibo como ‘el bien y el mal son dos caras de la misma moneda’”, plantea. “Afganistán fue destruido por las superpotencias, tanto la Unión Soviética como Estados Unidos, odio esas invasiones y sus gobiernos títere”, critica. “Además es un país con un paisaje hermoso y una cultura que estaba en el medio de la Ruta de la Seda”, señala.
El caso de este autor es inusual si se lo compara con sus compatriotas. Yoshimizu se formó en bellas artes y trabajó (aún lo hace, por ejemplo el año pasado puso una instalación en un hospital francés) como escultor y artista visual durante más de 20 años, un rubro donde incluso tenía cierto reconocimiento. Pero su deseo de contar una historia devino en sentarte ante el tablero para dibujar las más de 500 páginas que componen la historia de Ryuko. Y luego ya no paró. Ese antecedente también hace de su obra algo que sobresale entre la masa industrial de su país. No sólo hay talento como dibujante, también hay una mirada distinta y un modo de hacer que no está preformateado por los años iniciáticos que impone el circuito editorial. Cuando se le pregunta por ello, él observa que quizás se debe “a haber estado tanto en contacto con el arte contemporáneo de todo el mundo”. Mientras otros colegas, enfrascados en una industria tan grande, rara vez tienen oportunidad de ver historieta de otros países o de estudiar otras disciplinas con una perspectiva global, Yoshimizu hizo eso durante años.
Con frecuencia se observa en sus trabajos vínculos con el cine. La referencia para muchos argentinos podría ser Quentin Tarantino, quien abreva en la cinematografía de acción oriental, pero Yoshimizu cuenta que no disfruta mucho del director de Kill Bill. Para él la pantalla apunta a las fuentes y se llena con las primeras películas de Takeshi Kitano (Kids Return, Sonatine, Hanabi) y algo de cine coreano, como Old Boy o The yellow sea. “Los directores coreanos son realmente asombrosos”, comenta admirado.
“Joe Strummer dijo que el punk es una actitud”, dispara el mangaka. Es que el punk, y especialmente bandas como The Clash o Sex Pistols, también resultan una influencia decisiva en sus obras. “De ellos aprendí que se puede tomar un camino diferente al de muchos”, reflexiona. “Odio el camino habitual por eso: porque fui influenciado por el punk y el arte contemporáneo”, se define.