“Desde los albores de la cultura, el arte se enfrentó al dinero; no hay originalidad que me corresponda a mí. Ciertamente: los poetas sufrieron el capitalismo en carne propia. Como unas décadas antes de Vallejo, lo habían padecido Baudelaire, José Martí, Rubén Darío para restablecer una continuidad cronológica entre el autor de Les fleurs du Mal y de España, aparta de mí este cáliz”, señaló Enrique Foffani, a propósito de su libro Vallejo y el dinero. Formas de la subjetividad en la poesía, obra que, por otra parte ha sido, merecedora del Premio Alfredo Roggiano 2020 al mejor libro de crítica latinoamericana del bienio 2018-2020 otorgado por el Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana de Pittsburgh, y donde de manera magistral, quien es uno los críticos más lúcidos y agudos que tiene nuestro país,propone una serie de análisis profundos y reveladores en torno a la figura de César Vallejo y el dinero. “El valor de la poesía remite estrechamente a la economía, pero Vallejo se adelanta siempre al futuro de los futuros lectores: en ese poema de Trilce Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos, que es el texto en que Vallejo reflexiona sobre la crudeza del capitalismo, cuando su pobreza no es acuciante ni ha llegado todavía al extremo más insoportable ni se ha encontrado aun con el marxismo, en ese poema Vallejo se ubica entre el dinero y el “oikos”, en griego la economía de la casa: de allí oiko-nomía, y recuerda el valor de “el valor de aquel pan inacabable”.
Así de claro es el lenguaje poético de Vallejo: el dinero como fruto del capitalismo es lo que se acaba y lo que siempre habrá que mendigar: más dinero, siempre el dinero para sobrevivir, “la cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre” escribirá años después en otro poema cuando ya la penuria arrecia y no hay lugar donde estar”. Enrique Foffani, Profesor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata y la Universidad de Buenos Aires, miembro fundador de la Red Académica de Docencia e Investigación en Literatura y Cultura Latinoamericana, director de la revista Katatay entre otros cargos, defiende la idea, contra todas las modas, de que la poesía necesita del análisis capaz de conjugar el aspecto filológico de la palabra con la escucha de la voz del poema ya que no basta solo con leerlo: hay que escuchar quién habla, porque es allí, justamente, donde comienza el análisis y, después la descripción y por último la interpretación, la otra forma de la revocación del sentido, nunca definitivo. “Invoco en este ensayo de interpretación de su poesía, la crucial y dolorosa relación que Vallejo mantuvo con el dinero, y con ella las diversas formas de la subjetividad que no dejan de impugnar al capitalismo entendido como la más efectiva confiscación y parto de la premisa que la causa de la pobreza, en este sistema económico, es la falta de dinero”, escribe Enrique Foffani en el apartado Palabras Finales.
¿Cómo surge la necesidad de escribir un libro como Vallejo y el dinero?
-El origen quizás sea el impacto de saber que uno de los poetas más grandes de nuestra lengua vivió los últimos años de su vida en la pobreza más acuciante. O el modo en se fue pauperizando a medida que habitaba las grandes ciudades: Lima, París sobre todo o Madrid cuando es expulsado de Francia por su militancia política. En un momento descubro que el tema que atraviesa toda su poesía, la injusticia social, es descripta a partir del dinero que siempre falta. Y todos sus equivalentes: la metáfora monetaria, los “centavitos” inexistentes, el oro o el guano como materia prima del saqueo español. Un verso de Poemas humanos, memorable por su efecto paradójico, organiza todo el libro: “la enorme cantidad de dinero que cuesta el ser pobre”. Recordemos que, al igual que Walter Benjamin, a finales del año 30, Vallejo es un escritor proletarizado y como él también concibe un marxismo heterodoxo que conecta en su caso con un mesianismo cristiano. Precisamente el aspecto liberador de su poesía es una estética de la ternura: revolución solidaria a partir de ese aspecto del amor que es lo entrañable, lo afectivo por antonomasia, cuya expresión es universal porque está llena de gestos, caricias, requiebros, llantos, abrazos. Todo lo que conecta amor y cuerpo. La espiritualidad de Vallejo es material y cristiana: encarna, se corporiza, es orgánica, por eso hasta en el límite de lo humano respira, acaricia, tiembla, llora, tiene hambre, no tiene nada que comer, sueña que come, se queda dormido mientras come. Pura experiencia de lo humano.
¿De qué modo se podría pensar desde hoy la poesía de Vallejo, conectarlo con el presente, esto es, la relación entre vida y obra, el dinero y la pobreza?
-Las vicisitudes del poeta pobre en la modernidad capitalista es siempre destitutiva. Cuando el hambre y la extrema necesidad apremian, el poeta se vuelve mendigo de sus amigos. Vallejo desbarata la idea de que ser pobre se deba a un problema psicológico como la falta de carácter. Es en realidad la falta de dinero lo que te hace pobre en el “sistema execrable” de una economía monetaria. Vallejo es un poeta que anticipa las mutaciones del capitalismo que termina fabricando menos ricos y más pobres. Reescribe en clave del siglo XX otra versión del famoso poema “Poderoso caballero es Don Dinero”, porque el barroco es una de sus fuentes: continúa el pensamiento crítico de Quevedo y entrevé la posibilidad de extraer un valor contracapitalista al derroche o al puro dispendio que entronca con la noción de gasto improductivo de George Bataille. Por todas estas razones, el imaginario cristiano y las ideas marxistas le sirven para articular una utopía donde los pobres del mundo puedan estar un día “desayunados todos” y donde todo fervor transcendente se vuelva trascendiente”: fijate que comer en Vallejo deviene la imagen más radicalmente poética de acabar con la pobreza y el hambre en el mundo. Plantea la utopía como un comedor, un banquete, una comunidad, un desayunadero.
La resistencia de la poesía de Vallejo no es sólo resistencia ideológica, el poeta entabla una lucha secreta contra la muerte en el más cabal sentido de la palabra.
-Es muy interesante lo que decís. Estás señalando la posible vía de escape para la aporía de los tres grupos de críticos que se disputan el sentido de su poesía: los que bregan por hacer de él un poeta cristiano, los que intentan volverlo un poeta marxista y otros que lo sitúan pulcramente equidistante de uno y otro. En su poesía está en juego todo eso y mucho más. Pero lo notable es que con todas sus reivindicaciones ideológicas, motivaciones políticas e imaginarios cristianos, y hasta chimúes, amasó una forma artística perdurable y concibió al mismo tiempo una noción vital de resistencia: para Vallejo la poesía es siempre una resistencia contra la muerte. En su último libro España, aparta de mí este cáliz, propone matar la muerte. Ese es el centro de su arte: lo que no se negocia con ninguna ideología ni religión.
Qué paradoja la del Estado peruano cuando decidió poner la figura de Vallejo en los billetes de 10 mil Intis.
-Te referís al billete que en 1986 emitió el Banco Central de Reserva del Perú y que tuvo una circulación acotada y que sirve de tapa del libro. Es una ironía dolorosa que el rostro de Vallejo, vuelto efigie, quede inscripto en el papel billete, en el dinero contante y sonante contra el que su poesía trató de innumerables modos de desagiar, de pulverizar, en favor de otro valor que no sea el puramente económico: me refiero al valor de los afectos. O también valor económico pero no capitalista. Lo dice en un poema de Trilce con un poco de nostalgia: “el valor de aquel pan inacabable” que horneaba su madre en una economía de autoabastecimiento. De ese modo execra el capitalismo: lo contrapone al pan que se hornea sin plusvalía ni explotación. Por eso es inacabable. Vallejo anticipa a partir de este poema el devenir neoliberal del capitalismo.