La situación comunicacional se encuentra desbordada por la pandemia. Informarse, no parece ser una tarea sencilla. La partidización de los mensajes mediáticos, y la migración al terreno virtual en el que se despliegan otras agendas, parecen girar cada vez más sobre su propio eje. Se profundiza un escenario bullicioso, confuso, saturado, que se plantea en clave dicotómica: “buenos” contra “malos”. Sin embargo, emerge un interrogante: ¿es posible intervenir más allá de las posibilidades narrativas de este momento?
La mitigación del espacio presencial y la imposibilidad de habitar las calles, las plazas, los sindicatos, transpolan “lo común” hacia otro lugar. Las redes sociales aparecen, como una primera respuesta de contacto, pero en el mismo giro someten a sus usuarios a convivir en comunidades cómodas en valores y creencias, que ratifican su “sesgo de confirmación”. De esta forma, los espacios virtuales emergen como únicos dispositivos de encuentro e intercambio.
Entre los algoritmos y la declamación de diálogo
Luego de cinco meses de aislamiento, los temas sobre los que interviene el gobierno, la oposición, los medios de comunicación, y un importante sector de la ciudadanía parecen cumplir ciclos, dejándose atrás unos a otros. Un pase de revista, pero de demandas sociales y urgentes. La jerarquización temática de la escena pública es compleja, diversa, y difusa, tal como lo es el conflicto político. Se desdoblan los intercambios y el diálogo parece imposible.
El desencuentro entre las partes que forman la vida social y digital en el espacio público, impiden gestionar acuerdos en esta escena bulliciosa. Sin embargo, esto no sólo es producto de la lucha por la instalación de temas, sino consecuencia de las condiciones discursivas en las que se lleva adelante. La dicotomía entre absolutos en clave de “buenos” y “malos”; “honestos” y “corruptos”; entre el cielo y el infierno, como resultado de las discusiones que se instalan en los medios, las redes sociales y toda inscripción de lo político, horadan cualquier posibilidad de estrategia discursiva clara. La temática puesta a circular muestra sus propios límites y se compartimenta.
Sin embargo, en medio de este caos se produce una homogeneización de los discursos políticos. Una narrativa común por parte de los principales dirigentes pretende satisfacer a las y los ciudadanos, convertidos en audiencias. El riesgo a la disidencia que eche por tierra la imagen positiva es el nuevo terror. Las reglas del marketing político y el gobierno de las encuestas. Todos le tienen miedo al desencuentro político.
De la zona de confort a un horizonte común
Los anhelos con los que Habermas dimensionó la esfera pública, y el papel incluyente e igualitario del debate, sujeto a la razón, parecen haber quedado en otro tiempo. La dislocación de la comunicación, la política y la dimensión subjetiva, abren nuevos interrogantes para pensar este tiempo. El odio y la demanda irracional se inscriben como constitutivos.
Los discursos que existen más allá de la pertenencia ideológica con la que leemos y nombramos al mundo de las cosas, se muestran difusos. Los algoritmos son nuestra ancha avenida del medio para lograr interacción en el espacio virtual. Sin embargo, ratificar la identificación con los extremos políticos deja poco margen de acción. Es esa una zona de confort, ¿libre de Coronavirus?
Muchas agendas hablando a la misma vez parecen ensordecer el vínculo con el mundo. La posibilidad de aglutinar reclamos y demandas políticas parece ser algo imposible, para propios y ajenos, tal como se demostró en la movilización del #17A. El Coronavirus es problemático más allá de la mirada epidemiológica, ya que tensiona la escena pública y pone en aprietos la jerarquización de la agenda gubernamental. A propósito de esta preocupación, ¿cómo administrar el riesgo pandémico sin dejar atrás la iniciativa política? En una escena donde priman las emociones, la contingencia y la irracionalidad, ¿hay diálogo posible?
* Marianela Nappi es licenciada en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA) y docente
** Sebastián Di Giorgio es licenciado y profesor en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA)