Cecilia Roth no esconde su satisfacción. Sentada en un pequeño sillón de La Cúpula del Centro Cultural Kirchner, la actriz disfruta estar presentando Supermax, la ficción que el martes a las 22 estrenará la TV Pública. “Es un proyecto muy ambicioso”, subraya, inmediatamente, para dar cuenta de que se trata de una coproducción internacional de la que participan la brasileña Globo, la mexicana TV Azteca, la española Mediaset y la TV Pública argentina. Sin embargo, la verdadera razón de su felicidad, confiesa, es haber vuelto a trabajar con Daniel Burman, que la había dirigido en El nido vacío y que en la serie ostentó el crédito de creador y director. “Daniel es de esos directores a los que uno se entrega con confianza, muy creativo y del que surgen experiencias enriquecedoras. Por eso fue que cuando me llamó para contarme del proyecto, acepté sin haber leído guión alguno. Bastaron sus deseos como director para motivarme”, reconoce Roth, en la entrevista con Página/12.
Supermax es un thriller psicológico. La actriz interpreta a uno de los ocho participantes de un “reality show” extremo: hombres y mujeres deben sobrevivir a todo tipo de pruebas inhumanas, encerrados en una cárcel de máxima seguridad. Un animador que huele la sangre, y un productor sin escrúpulos, disparan la acción de una trama en la que todos ocultan un pasado que los depositó en ese misterioso y cruel lugar. “Es una trama que ahonda no sólo en las acciones a las que son sometidos los personajes, sino en la cabeza de cada uno. La historia fluctúa entre dos espacios: el que se cuenta y el que subsiste en la mente de cada personaje. Incluso en dos tiempos, porque hay un pasado oculto que intenta emerger, y lo hará paulatinamente. Supermax tiene mucho de policial de suspenso”, subraya la actriz, que vuelve a la pantalla chica tras haber interpretado a la esposa de Arquímides Puccio en Historia de un clan.
Junto a Roth, los españoles Santiago Segura y Rubén Cortada, los argentinos Antonio Birabent, Laura Novoa, Juan Pablo Geretto, Alexia Moyano y Guillermo Pfening, el uruguayo César Troncoso y la brasileña Laura Neiva, conforman el elenco iberoamericano de Supermax, que en la TV Pública tendrá su estreno mundial, cada martes. Roth cree que ese intercambio de tonos y modos iberoamericano enriquece la propuesta. “Hay –detalla– una mixtura de acentos españoles que le aporta una sonoridad particular a la ficción. Es la primera producción en español de Globo TV, lo que también le otorga al proyecto una relevancia mayor, ya que puede ser el inicio de un camino muy necesario para la producción audiovisual. Globo está empezando a investigar cómo es trabajar en español y con productores de diferentes países. Supermax es un bicho de laboratorio audiovisual que esperemos que de sus frutos.”
En Supermax Roth interpreta a Pamela Dalmaso, una mujer que –como el resto de los personajes– parece estar en una condición extrema, al punto de creer que en esa cárcel de encierro “está acompañada” por alguien que la trama irá revelando. “Es –define la actriz– una psicótica, vive una realidad paralela a la que viven todos. No es que una opaca a la otra, sino que conviven. Es un personaje con una patología grave, producto de alguna situación que tuvo en el pasado y que le generó un trauma tal que la terminó psicotizando. Todos los personajes son distintos. Todos los locos son distintos, y todos somos un poco locos. Nadie puede dar fe de su normalidad. En un capítulo de Mujeres asesinas había hecho a una celópata, que imaginaba una realidad que no era, pero debo confesar que esta Pamela llega más lejos en su enfermedad.”
–Supermax narra una ficción sobre un reality show. Es paradójica, a la vez que buscada, esa idea, teniendo en cuenta la vida actual, donde las fronteras entre lo real y lo ficcional parecen diluirse.
–Vivimos en una suerte de Gran hermano. Somos una sociedad vigilada. No sé cómo va a recibir el público a la serie. Es una trama que tiene un anclaje en la realidad que vivimos, pero esta cosa de estar las 24 horas del día vigilados genera en los televidentes el morbo de estar viendo aspectos del ser humano que no quieren que se vean. Aún cuando el reality show sea una ficción, el morbo aparece. Los reality shows tuvieron tanto éxito porque muestran al ser humano sin ningún tipo de filtro cultural, y en general se ve lo peor de todos nosotros. Somos una sociedad que naturalizó el espionaje, el ver lo que los otros no quieran que veamos. Hay una idea que se extendió últimamente en la TV, y que los reality shows estimularon, que es esa cosa de perder la conciencia de que estás siendo filmado. Hoy, al igual que los personajes de Supermax, todos somos filmados y vistos.
–¿Cree que en Supermax hay una crítica solapada a la televisión actual?
–Absolutamente. La televisión cada vez más se parece a un reality show. Ya no hay tanta distancia entre los géneros en la pantalla, como la había antes. Al haber menos ficción, hay una cultura televisiva homogeneizada. Incluso, los programas periodísticos o políticos son un poco reality shows. La atracción de esas propuestas hacen pensar un poco en el formato de reality: los televidentes saben qué ideología determinada tiene cada panelista, qué va a defender cada uno y qué no, hay una búsqueda de que surja lo instintivo por sobre lo reflexivo... Hay menos ficción...Hay muy poco trabajo en Argentina, y no sólo lo sufrimos los actores. Pero la televisión está cambiando.
–¿Y eso es bueno?
–¡Es de terror! No sé si la palabra es “terror”, pero no creo que sea algo positivo. Con la aparición de tantas series fuera de la TV, que uno puede elegir ver a la hora que quiera y dónde quiera, la televisión ha dejado de ser la herramienta del encuentro familiar. La televisión perdió el poder de unir a la familia viendo el programa favorito. La baja de rating muestra eso.
–La pregunta es si la TV pierde audiencia por las otras plataformas de entretenimiento hogareño o si lo hace porque no ofrece contenidos interesantes...
–El mundo está cambiando. La manera de comunicarse se transformó. Y la TV, que antes amalgamaba, ya no lo hace. De ninguna manera. Tiene que ver con la aparición de nuevos modos de comunicación... o de incomunicación.
–Las redes “antisociales”.
–En las redes sociales cualquiera puede decir cualquier cosa y uno no sabe quién es el que está detrás de ese mensaje. Mi hijo tiene 17 años y no ve televisión. Está con la compu y el teléfono viendo cosas, pero no enciende la tele. No le interesa. Los chicos están horas frente a una pantalla, que forma sus ideas y sus opiniones. ¡Ni hablar! Da miedo eso pero uno no puede controlar todo.
–¿Tiene una mirada pesimista sobre la sociedad?
–Los vínculos sociales son lo más importante. La familia y los amigos son, en cierto modo, lo que somos. La vida está hecha de las relaciones que entablamos. La vida es conocer al otro, descubrir nuevos lugares, transitando la realidad palpable. No creo que los vínculos digitales puedan reemplazar a los presenciales. Es una época en la que confundimos mucho el conocer al otro. Creemos conocer a mucha gente porque la seguimos o nos seguimos en Facebook o en Twitter. La gente cree conocerse mucho y no se conoce nada. ¿Uno puede ser amigo de 3 mil personas porque te siguen en Facebook? Cuando éramos chicos nos preguntábamos si podíamos ser amigos.
“¿Puedo ser tu amigo?”, nos decíamos, mirándonos a los ojos y con cierto pudor. No hay click que reemplace ese momento.
A Roth se la puede ver habitualmente sobre el escenario de cualquier teatro o en cualquier pantalla. De larga y reconocida trayectoria, la actriz es una trabajadora a la que los directores –sean argentinos o españoles– acuden con cierta garantía. Pero también se la puede encontrar defendiendo ideas o posturas sobre la realidad argentina en un lugar con menos brillo pero no por eso menos importante: la calle. Sin ir más lejos, Roth participó de la marcha del viernes pasado, al cumplirse 41 años del último golpe militar argentino. “Suelo ir a la Plaza cada 24 de marzo, porque es una fecha que me parece importante recordar, siempre. La democracia hay que defenderla todos los días, pero mucho más hay que ponerle el cuerpo en el aniversario del golpe”, subraya, con una naturalidad cívica que probablemente sorprenda a quienes piensan que a los artistas “no les conviene” expresar públicamente sus ideas.
–¿Nunca abandonó su compromiso social?
–Siempre he sido muy transparente y me he expresado sin ningún tipo de incomodidad sobre las cosas en las que yo creo. Tengo mi posición política, mi postura sobre lo que nos pasa y sobre temáticas que siento que me interpelan como ciudadana... Marché también el 8 de marzo en el Encuentro de Mujeres... Siempre me expresé y sigo pensando que debo hacerlo.
–¿No cambió su postura después de que algunos señalaran que estaba mal que los actores opinaran sobre política?
–¿Cómo iba a cambiar? Lo que pasa es que empezó a haber un exagerado interés de cierto periodismo sobre lo que pensábamos los artistas. Hubo cierta búsqueda de armar quilombo, con una lógica más amarillista que periodística. Eso llevo a que nuestras posturas perdieran potencia y seriedad, porque comenzaron a convertirse en un “chisme”. Cuando leo “La grieta de los actores”, me causa gracia. Hay diferentes posiciones sobre la vida, como hubo siempre. En Argentina siempre ha habido “grietas”, aunque no se usara esa palabra. Hubo “unitarios” y “federales”, River-Boca, qué se yo... Forma parte de la Argentina, y no sólo de este país. No me parece serio el tratamiento. Hubo situaciones que se desprendieron de esa “grieta” como lo que sucedió con Sagai, en donde actores acusaron falsamente a otros colegas sobre el manejo de fondos... Es jodido, no es enriquecedor y prodice situaciones desagradables, como que Pablo Echarri no esté haciendo en Telefe la serie sobre Sandro. Es jodido que por pensamiento político uno pueda estar en una lista negra, o pueda ser peligroso... De Pablo dijeron que su presencia dividía la pantalla... Es hasta ingenuo.
–¿No cree que por sus posiciones, o por ir a la marcha del 24 de marzo, pueda sufrir algún costo artístico?
–No me importa si sufro costos. Y no tengo la menor duda de que los sufro. Lo tengo clarísimo. Pero no voy a dejar de ser quién soy. No quiero que me utilice nadie, pero no voy a ocultar mi pensamiento. Estamos en libertad. De eso se trata la libertad y la democracia. Sin dudas tuve, tengo y tendré costos. Es así. ¿Qué se va a hacer?