El poeta existencial es un “deslenguado” que practica el uso irónico de un lenguaje representativo del habla argentina: conversa y escribe, convencido de que los poetas son palabreros y que las palabras están en el mundo antes de ingresar al poema. Aunque César Fernández Moreno (1919-1985) perteneció a la llamada Generación del 40 --sus primeros poemas están más vinculados con la poesía neorromántica--, con Argentino hasta la muerte, libro que vendió 7.000 ejemplares y se convirtió en un clásico de la literatura argentina, reeditado por Ediciones del Dock con prólogo de su hija, la escritora Inés Fernández Moreno, comienza el camino del encuentro de su propia voz, a través de un parricidio interior con la figura de su padre, Baldomero: “a cada paso que doy se me caen setenta balcones/ ustedes dirán acabala con el viejo”.
El atrevimiento de César, precursor de una “poesía coloquial de la existencia”, es por partida doble: le habla a los lectores mientras intenta superar esa especie de clausura del horizonte que implica, muchas veces, ser “el hijo del gran poeta”. En el poema homónimo “Argentino hasta la muerte”, la irreverencia es la marca registrada desde los primeros versos: “a Buenos Aires la fundaron dos veces/ a mí me fundaron dieciséis/ ustedes han visto cuántos tatarabuelos tiene uno/ yo acuso siete españoles seis criollos y tres franceses”. La mezcla de europeo y nativo se cristaliza cuando afirma: “tengo entonces dos piernas desparejas/ una pisa el abismo de malones y humo/ otra un muelle reciente sobre el río de barro”. En el poema, fechado en 1954, critica veladamente al peronismo: “No crean en lo general en el general/ crean en lo particular en el particular/ crean en algunas firmas no crean en ningún sello aclaratorio/ la realidad tiene más de veinticinco renglones por foja”.
En el prólogo “Un argentino de vuelta”, Inés Fernández Moreno precisa que la poesía de César, después de Argentino hasta la muerte (publicado como libro en 1963), “se siguió amplificando y enriqueciendo con nuevos viajes, nuevas experiencias” y nuevos libros como Los aeropuertos (1967) y Sentimientos completos (1982), entre otros. “Y fue cerrando su curva con una voz cada vez más incisiva en lo político, fuertemente influida por su ‘segundo nacimiento latinoamericano’, ocurrido en Cuba, donde pasó ocho años como funcionario y representante cultural de la Unesco”, recuerda su hija. La voz de César despliega con naturalidad la unión entre poesía y vida: “al mar hay que decirlo/ el mar es un hecho que el hombre no puede pasar por alto/ hay que volverlo palabras/ hay que hacer del mar un sonido que te salga de la boca/ un dibujo de letras que te parta el corazón/ ahora van a ver qué fácil/ yo les voy a decir/ el mar”.
No hay puntos finales, ni mayúsculas al inicio; la ausencia de signos de puntuación en los poemas podría ser una estrategia que remeda la “espontaneidad” como rasgo propio de lo coloquial. A veces aparecen algunos paréntesis y asteriscos, como cuando al final de “La vida banal”, fechado en 1955, resalta la aparición de una palabra, que hasta entonces no era frecuente encontrar en un poema: “El lector debe seguir repitiendo la palabra ‘manises’ tantas veces como le sea necesario para comprender plenamente que comer manises es una ocupación con dinamismo propio y que solo se detiene en la eternidad”. En esta risible nota al pie de un poema se permite otro gran desvío y agrega: “Por mi parte, me vuelvo arriba, pues tengo otras cosas que decir”.
Vivió en Argentina hasta 1965, cuando decidió dejar su profesión de abogado para instalarse definitivamente en París, donde murió a los 65 años. Su hija Inés destaca no solo la voz de su padre, sino las cosas que dice, la forma en que las dice, “como si te hablara nomás deslizando, solo por momentos, un discreto énfasis emotivo”. El poema “Las palabras” condensa su perspectiva contraria a la raigambre romántica y la inspiración absoluta, que podría entablar un diálogo con la antipoesía de Nicanor Parra: “el poeta quiso fabricar una llave pero le salió una ganzúa/ ya no sabe qué puertas abrirá pero las abrirá/ admiremos al noble ladrón que solo roba puertas cerradas/ ha aceptado ser un sicario pero de la poesía”.