César Cigliutti es para mí una de las últimas referencias de la generación fundadora de la CHA, la del año 84, la que pensaba cómo organizarse para defenderse de las razias policiales. No compartí mucho espacio con él en la CHA porque cuando yo llegué, él salía por un tiempo de la organización. Su muerte me produce un gran dolor. Me deja la sensación de que al mirar alrededor y que de esa etapa somos cada vez menos. Y también necesito resignificar ese dolor, entonces pienso en la importancia de César, que fue presidente de la CHA pero antes de eso fue en distintas formas una voz representante de una gran cantidad de varones y mujeres que en esa época pusieron el hombro para continuar las batallas y tomar las banderas del Frente de Liberación Homosexual. Fue una persona fundamental para organizarnos con la valentía y el coraje que significaba en esa época que decía Comunidad Homosexual Argentina.
Para mí César es la CHA, su gran sostén. Su muerte tan sorpresiva, tan inesperada, en esta época tan tremenda donde estamos lejos de los afectos y de los encuentros, sólo pienso en reivindicarlo como lo que fue: un enorme luchador y una persona con la capacidad de transformarse y revisar ideas. Este César que se va ahora no es el del año 84. En esa época no estaba muy convencido del todo de la participación de las mujeres en la CHA pero fue capaz de cambiar esas ideas y esas formas de ver el mundo. Esa posibilidad de transformación le permitió una mirada del mundo del lado de lo popular, de la perspectiva de derechos. Siento una enorme tristeza por despedir a otro compañero más, pero ni cualquier compañero, uno que fue un pilar. Es un agujero enorme en una época particularmente difícil.
Cuando pienso en él me viene la imagen de una asamblea cuando la CHA estaba en la sede de la calle Catamarca 469. El ya no estaba viniendo activamente a la sede pero seguía siendo miembro y se lo convocó a una reunión por un tema relacionado a la campaña Stop Sida. Lo recuerdo de traje, con la camisa desabrochada y la corbata floja, como cuando alguien viene de laburar mucho y llega a las seis de la tarde a un lugar a quedarse a una larga discusión. Fue una de las primeras veces que lo escuché hablar sostenidamente. Cuando pienso en él pienso también en dos abrazos. En 2003, cuando logró su unión civil, nos abrazamos después de mucho tiempo sin vernos. Y el otro fue cuando nos encontramos en la Plaza cuando se aprobó el matrimonio igualitario, una noche tan tremendamente fría y alegre. Nos deja a muches la obligación de seguir su trabajo, de preservar desde el archivo de la CHA hasta levantar las banderas de sus luchas. Creo que eso es la mejor memoria. Se va un enorme compañero y resulta insoportable.