El saxofonista Sebastián Loiácono agitando la gramática del buen swing con un combo de músicos norteamericanos; Pablo Socolsky ordenando en el piano disonancias que suenan con la lentitud de una nevada; la cantante y pianista Eleonora Eubel escuchando desde su propia historialo que retumba en los ancestros de la tierra y sus cosas. Son tres discos que se distinguen en medio del fluir generoso de las plataformas web y otras vías de circulación de estos tiempos. Tres trabajos que sin molestarse y de alguna manera complementándose, podrían dar prueba de lo que es capaz de abarcar el término "jazz" en la actualidad. Sin la obligación de tener que precisar lo que está adentro y lo que queda afuera de sus atribuciones, el jazz de hoy se termina de definir mejor en las actitudes ante la circunstancias, más que en la tradición de sus expedientes estilísticos. Sonido de ideas, la materia del jazz que se produce en este siglo tiene que ver con la tensión entre la curiosidad por las cosas que pasan y la fidelidad a las cosas que permanecen.
Happy Reunion (Rivorecords), de Sebastián Loiácono, tiene sus referencias en la tradición del género, del bop para acá. Y no solo porque en buena parte se articula sobre standars históricos, sino además por la manera de exponerlos, según la lógica tema-improvisación-regreso al tema, estructura sencilla para grandes rendimientos instrumentales. En el disco, grabado en una sola toma en el primer encuentro, el saxofonista logra establecer una dinámica de diálogos rica en matices, al frente de un cuarteto que cuenta con la colaboración del Harold Danko, pianista de primera línea, aparcero en su momento de figuras como Chet Baker, Gerry Mulligan y Thad Jones, e impulsor de una discografía propia notable. Están también los experimentados Jay Anderson en contrabajo y Jeff Hirshfield en batería, músicos destacados del circuito neoyorkino, cuyos nombres están en la enciclopedia de jazz de estos tiempos.
Sin perder la compostura, Loiácono sabe ceñirse al registro expresivo de cada tema. Es capaz, por ejemplo, de desgarrar ligeramente el sonido cuando el tempo se excita y el calor aumenta, como en el solo final de “Smog eyes” compartido con Rich Perry, otro saxo tenor y uno de los invitados, antes del regreso triunfal al tema –gran momento del disco–; o en “Tidal Breeze”, con su hermano Mariano en trompeta y un bellísimo solo de Danko. O puede poner una lagañita en el fraseo de las baladas, donde el saxofonista de Cruz Alta funda su reino. Buenos ejemplos de eso están en el tema que da nombre al disco, una balada marca Ellington, como también lo es “Meloncholia”, el lacónico final expuesto como un breve ensayo sobre las formas de tristeza del saxo tenor. Por esas y otras cosas, Happy Reunion es un inmejorable debut como solista de uno de los músicos más interesantes de la escena local.
La forma inicial (BlueArt), se llama el disco de Socolsky. Articulado sobre temas propios –complementados no por casualidad con “Birdsong” de Paul Motian y “What Reason Could I Give”, de Ornette Coleman–, el trabajo del pianista de Leones se articula en piezas breves, que puede escucharse como un gran continuo en el que el sonido viaja inmóvil. Algo de esa quietud estaba en la música de Portugal, disco del trío Suárez-Socolsky-Suárez (BlueArt, 2015), donde el pianista dialoga con contrabajo y trompeta; o antes en Bondades (BlueArt, 2012), en cuarteto con uno de los Suárez del trío, el trompetista, Ray Heinrichsdorff en guitarra y Pablo Dawidowicz en batería. En La forma inicial, la idea se libera, va al hueso de un lenguaje pianístico que implosiona y se deja atravesar por rasgos que bien podrían venir de Keith Jarret o Paul Bley. Lo interesante es que la música de Socolsky no parte de esas referencias sino que va hacia ellas, las encuentra, y en el cruce logra momentos de una originalidad poco común.
Por la manera en que combina forma y sentido de libertad, entre otras cosas, la música de Eleonora Eubel es deudora de alguna forma de jazz. T’on–yah (Acqua Records), “voz” en lengua wichi, se llama el sexto álbum de la cantante y pianista,que encabeza el Ele Trío, junto a Rodrigo Agudelo en guitarra y Marcelo Lupis en violín y percusión. Con nueve canciones de escurridiza belleza, Eubel traza un mapa de ideas e imágenes que de vuelta del jazz se nutre con rasgos de la música latinoamericana para reflejar una mitología de puertas abiertas. Por ahí pasan una zamba de raigambre lujosa, como “Dueñas del viento”; ligerezas de bolero en “Dos señoritas”; “El árbol de la sal”, una suerte de huella que expone una leyenda mocoví; la historia paradisíaca de “Versos equivocados”, además de acentos de habanera en “Zapám-Zucúm”, la divinidad protectora de los algarrobales y las mujeres, entre otras.
Entre la palabra precisa de su lírica y el delicado sentido rítmico de su piano, Eubel canta sin urgencias, con la comodidad de quien está segura de sus hallazgos melódicos. Agudelo y Lupis, ya presentes enMestizada, el disco anterior de Eubel –cuando su máquina sonora era un quinteto que se completaba con Juan Bayón y Martín López Grande-, se suman con mesura al diálogo, pero sin renunciar a sumar lo propio al bien cumplido y personal arte de la canción que Eubel pone en juego.