No son pocos los estudios de índole científica que vienen machacando las bondades del cine de terror: dejarse arrastrar por el cuiqui controlado quema calorías, refuerza el sistema inmune vía aumento de adrenalina, baja la ansiedad y la frustración por causas hormonales y de neurotransmisión… En fin, todo un paquete de beneficios gracias a vamps, fantasmas, casitas embrujadas, muñecos poseídos, asesinos seriales, toda la espeluznante variedad. 

Queda por ver, empero, si los mismos favores pueden atribuírsele a una iniciativa ponja para personas que no se ahorran disgustos; por puro gusto, eso sí. De la compañía teatral Kowagarasetai (“El escuadrón del miedo”, su traducción al castellano), llega una propuesta bastante… singular, donde cada miembro del público es encerrado en un ataúd trasparente, en pos -claro- de distancia social, mientras una horda de zombies hambrientos y de guachísimos espíritus, de la familia de Samara de The Ring, hacen su presencia estelar, ataviados con harapos ensangrentados y, por supuesto, motosierras.

Claro que no conformes con pulular alrededor de los féretros, les lanzan agua y (falsa) hemoglobina, gruñen acentuadamente, golpean los cajoncitos que da pavor… Al final del día, su expresa misión es inducir escalofríos y alaridos en almitas masoquistas para que así se distraigan de lo que, en la vida real, les da verdadero susto (el coronavirus, por si fuera necesaria la aclaración). Un método no precisamente sutil, pero al parecer bastante eficiente; al menos, a decir de la audiencia que ya ha abonado la tarifa de 7 dólares para atravesar esta experiencia de cuarto de hora y reconoce salir más fresca que una lechuguita orgánica.

“La pandemia es estresante; buscamos que la gente alivie su angustia al echarse unos buenos gritos”, explica el team Kowagarasetai desde Tokio, donde los pasados meses fueran noticia por una puesta hermanada: montar un garaje embrujado donde automóviles estacionados, apropiadamente desinfectados, quedaban a merced de un brote de rabiosos muertos vivos. Que les tiraran “sangre extra”, por cierto, implicaba un bonus de 9 dólares a la tarifa de 75 verdes. Más cara, evidentemente, que esta nueva, modesta alternativa, que conlleva menos problemas de logística al momento de ensamblar. “Los ataúdes son livianos, fáciles de mover, podemos llevarlos a cualquier parte. Solo se necesita un cuarto oscuro, y el resto es historia”, cuenta el equipo que ha encontrado este rebusque para seguir laburando, respetando -por supuesto- los protocolos por Covid.