El 23 de febrero de 2003, Romina Tejerina tuvo un parto, después de ocultar un embarazo producto de una violación. Dijo que vio en el bebé la cara de su violador. Fue condenada a 14 años de prisión por “homicidio agravado por el vínculo”. Dos años después, el 10 de junio de 2005. De nada sirvieron las manifestaciones y reclamos de los movimientos feministas. El violador -–Eduardo “Pocho” Vargas-- fue absuelto por ese delito. La presunción jugó a favor de él y en contra de ella. Romina estuvo nueve años presa, salió en libertad el día que cumplía los 29, el 24 de junio de 2012. La figura de infanticidio había sido eliminada del Código Penal y la maternidad era obligación.
Yamila, una joven rosarina, tuvo un parto en avalancha el 10 de marzo de 2012. El bebé murió. También ocultó su embarazo, recién divorciada y con una hija pequeña. Pese a que no había ninguna prueba de que ella hubiera provocado la muerte, primero la acusaron por “homicidio agravado por el vínculo” y estuvo nueve meses detenida. Entonces el juez Javier Beltramone consideró que no había delito y poco después, la Cámara de Apelaciones ordenó que se profundizara la investigación. Afrontó un proceso por “abandono de persona”, con prisión domiciliaria. La jueza Marisol Usandizaga la condenó a 9 años de prisión, en septiembre de 2016. Un año después, Yamila fue absuelta, tras cinco años de peregrinar judicial.
Los prejuicios sexistas también funcionaron en la acusación a Rocío, que el 8 de febrero de 2019 llegó al hospital Cullen de Santa Fe después de un inesperado parto en una quinta que alquilaba su familia, en un pueblo del centro de la provincia. La joven llevaba al bebé fallecido en una caja de zapatos. Inmediatamente, los fiscales Rosana Marcolin y Raúl Nessier la acusaron de homicidio doloso. Rocío estuvo presa un mes, su identidad fue expuesta. El 7 de julio pasado, el juez santafesino Nicolás Falkenberg la absolvió, en un fallo que desmonta el proceso judicial y revierte la responsabilidad en la actuación del Ministerio Público de la Acusación y el médico denunciante.
La historia de Gladys, la protagonista de Crímenes de Familia, no es de película.