Los discursos del Día de la Industria suelen ser políticamente correctos y cuidadosos de no inmiscuirse en disputas políticas ni herir susceptibilidades, aún en los peores momentos de la actividad. Por eso, fue el presidente Alberto Fernández quien les agregó a las palabras de Miguel Acevedo, titular de la Unión Industrial (UIA), un poco de contexto de la herencia del macrismo. Eso que los empresarios fabriles sienten y dicen, pero fuera de ese texto más bien institucional.
Luego de que el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, detallara las cuatro medidas de incentivo al sector, el mandatario recordó que los años de Cambiemos fueron para las chimeneas una verdadera pandemia económica. Un sendero de malos números mezclado con un desinterés sobre todos los rubros productivos.
Por esto, y aún con los protocolos sanitarios que impidieron un acto más masivo, para los industriales, su día no fue un día de la industria más. Fue una celebración del inicio de una relación diferente con el poder de turno. Una bocanada de aire fresco que, en el corto plazo, deberá refrendarse con inversiones, progreso y buenos números, producto de una alianza casi natural entre los privados y el Estado. Si funciona, se verá más adelante.
Cuando el Presidente pisó la planta de Sinteplast en Ezeiza, ya buena parte de su gabinete estaba en charla con los industriales presentes y la familia Rodríguez, con Miguel Ángel a la cabeza, uno de los dueños de las instalaciones. Les preguntaron allí cómo andaba cada uno, qué necesitaban del Estado y cómo venían las cifras de la actividad. “Está levantando en muchos lados”, les contaron. Kulfas, un rato más tarde, dijo que la industria ya se mueve mayoritariamente con niveles pre pandemia.
Hubo una recorrida por el depósito automatizado de la planta, y el presidente quiso saber la historia de la compañía. Allí Rodríguez le contó que su padre era colorista y experto en chapa y pintura, que transformó el taller en una pyme y luego en la actual Sinteplast. Mientras caminaban, Fernández y el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, manifestaron su beneplácito por el ruido de las máquinas trabajando. “Les gusta estar en una fábrica, y además ahora no tenemos que explicar un montón de cosas”, recordó algún curioso empresario fabril.
El discurso de Fernández, con mucho contenido político, hizo eje en el diálogo, el consenso, en medidas de reactivación y hasta hubo críticas a los modelos que priorizaron la especulación financiera. Música para los oídos de los industriales, el sector más enemigo del Círculo Rojo financiero bancario, priorizado en los cuatro años precedentes.
En paralelo, el Presidente pareció cerrar viejas heridas con Techint cuando mencionó que no haría diferencias entre pequeñas, medianas y grandes empresas a la hora de trabajar en conjunto. Lo miró a Luis Betnaza, la mano derecha de Paolo Rocca, ubicado estratégicamente en primera fila. En toda su alocución, el mandatario habló de la industria como eje de su modelo de crecimiento. No es poco para un sector calificado de “llorón” por el Gobierno de Mauricio Macri.
Acevedo, titular de Aceitera General Deheza (AGD), fue quien le avisó al ex presidente que la cosa no iba a funcionar con su idea. En abril del 2018, en una reunión en Olivos de la que participaron Macri, Gustavo Lopetegui y el ex secretario de Industria, Francisco “Pancho” Cabrera, celebraba Cambiemos los brotes verdes y la producción de autos. Acevedo lo frenó y le dijo, con su respeto habitual, que el 70 por ciento de los coches fabricados eran importados y que la cosa no caminaba, que se iban a perder muchos empleos. “Se le están yendo los dólares, eso no es positivo”, agregó. “No seas negativo, vos me hablas de sectores como el textil y el calzado, que se tienen que reconvertir, el resto va bien”, le respondió Macri.
Un mes antes de esa anécdota, en una reunión con la UIA, Cabrera acuñó el término “llorones” para calificar a las quejas de los empresarios contra el modelo de Cambiemos. Y les acercó un listado de rubros a reconvertirse en otras actividades. El funcionario también le dijo a un industrial que le reclamó por un faltante en lubricantes nacionales para máquinas, que no se preocupara, que importarlos le saldría más barato.
Pero el primer visionario de lo que sería el macrismo en relación a la industria fue Luis Pagani, titular del gigante alimenticio Arcor. Luego de su primera reunión con Cabrera, le dijo a uno de sus más fieles colaboradores que se olvidara de que el país crecería con ese gobierno. Unos días después, uno de sus pares le contó que desde mediados de semana después del mediodía, Cabrera atendía las reuniones en una mesita a la calle del extinto bar Rond Point.
No hubo vuelta atrás con Cabrera, y la llegada de Dante Sica abrió algo de expectativa de mejora en el vínculo, pero nada cambio y concluyeron allí que la manija de todo el poder eran Macri y su jefe de Gabinete, Marcos Peña, los ideólogos del concepto de que la industria de los fierros es obsoleta e improductiva.
Estos hechos, generalizados, explican por qué, aun cuando el gobierno de Fernández carretea en medio de una pandemia, los industriales se sienten a gusto y observan una posibilidad real de despegue del país con eje en las fábricas.